ESPECTáCULOS
› OPINION
Moneda corriente
› Por Eduardo Fabregat
¿A quién beneficia el supuesto show a beneficio de Callejeros, anunciado para mayo en Vélez? Por primera vez desde la tragedia, un grupo de primera línea decidió salir con los botines de punta, evitar los eufemismos y posturas cautelosas y decir ciertas cosas necesarias para la reconstrucción de un medio seriamente amenazado. Firmado por sus seis integrantes, el mensaje de Las Pelotas señala que las versiones periodísticas que afirman que el grupo participaría del show anunciado por el baterista Eduardo Vázquez en La Voz del Interior (y luego relativizado por el saxofonista Juan Pablo Carbone) son inexactas, y que en caso de ser invitados declinarían participar del evento. “Las Pelotas lamenta y comparte el dolor de los familiares de las víctimas de la Tragedia de República Cromañón, pero a la vez le sugiere a los distintos protagonistas del hecho que asuman las diversas responsabilidades que les competen”.
Lo del grupo afincado en Córdoba no es un brulote, ni un intento de despegarse de nada: es la expresión de un sentimiento que campea entre muchos músicos del medio local. Días atrás, el grupo Tren Loco firmó un comunicado aún más fuerte, que empezó a ser reenviado vía mail por músicos de todo estilo: “La gente de Callejeros vuelve a subirse a un escenario a sólo 3 meses de la peor tragedia nacional, y aunque les pese, por responsabilidad de ellos en gran parte (...) Desde hace ya tres meses, muchos padres perdieron a sus hijos, muchos pibes perdieron amigos, algunos fueron en cana, y la verdad es que ese show fue responsabilidad de la banda y su manager, más allá de que Chabán tenía una mediasombra en el techo, y todas las boludeces que metan en el medio (...) Callejeros no paró el show, y no es la primera vez que arengan con las bengalas: háganse cargo de lo que vienen haciendo hace mucho tiempo (...) la escena argentina hace tres meses que está muerta, no hay lugares donde tocar, a las bandas chicas se les hace imposible continuar con lo que venían haciendo, y Callejeros vuelve a dar un concierto en la cancha de Vélez como si nada hubiera pasado”.
Entre los familiares de los chicos que murieron hay opiniones divididas, pero no son pocos los que rechazan de plano la idea del show a beneficio. Gustavo Sosa, primo de la periodista Jacqueline Santillán, habló de “un atroz chiste sin gracia”, para analizar que “no pretendo que dejen de tocar, solo entiendo que en medio de un proceso judicial que NO los exime de responsabilidades, cualquier acción que realicen va a ser premeditada en virtud de demostrar su inocencia”, y luego hacer un par de sugerencias: “Si la intención de la banda es ayudar a los familiares, les pido que pongan todas las cartas sobre la mesa en la búsqueda de justicia y verdad, y asuman las consecuencias. Si la intención de la banda es ayudar ‘económicamente’ a los familiares (y éstos aceptan esa ayuda), les sugiero que donen las regalías obtenidas por los discos vendidos. Pero por favor, antes de volver a los escenarios, esperen a que la Justicia determine quiénes fueron los culpables y los responsables de la masacre”. Nilda Gómez, titular de la organización Familias por la Vida, dijo a su vez que “Callejeros debería juntar fondos de otra forma y no a través de un recital. A nosotros nos hace muy mal escuchar esa música. Nuestros hijos fueron a disfrutar de un espectáculo y no a inmolarse por un grupo. Es una falta de respeto hacer un show ahora. Seguramente lo hacen por su ambición de dinero”.
Esa última frase pone el dedo en la llaga: el dinero es lo que llevó a la sobreventa de entradas en Cromañón, el dinero compuso la coima para que alguien mirara hacia otro lado ante las deficiencias del lugar (un paréntesis necesario: ¿cuándo se van a conocer los nombres de quienes firmaron las habilitaciones de Cromañón?), el dinero hizo que un grupo que venía de tocar ante 18 mil personas en una cancha de fútbol se presentara días después en un lugar mucho más pequeño. El dinero no puede ser la solución al complejo panorama post Cromañón, ni le va a servir de mucho a quienes perdieron lo más preciado en esa maldita noche. Sirve, en todo caso, para pagar las cuentas de los abogados que arman la estrategia, que aconsejan salir a hablar en un medio fascista al día siguiente que cae preso el manager. Pero no existe un dinero “de beneficio” que cure estas heridas.
Y, mientras tanto, ¿qué va a pasar con el rock? Cuando la piratería empezó a secar a la industria discográfica, los músicos encontraron la saludable opción de mostrarse una y otra vez en vivo, regenerando el movimiento artístico, dándole de comer a una gran cantidad de gente involucrada en la producción de shows, mostrando sus canciones y ganándose la vida. La histeria después del incendio arrasó con todo, no contempló particularidades, no reparó en nada que no fuera la sobreactuación frente al reclamo popular de “hacer algo”. Aquellos que siempre tuvieron como enemigo al rock y lo que representa no caben en sí de satisfacción: grabar no es negocio, no hay lugares donde tocar (salvo esos megafestivales tan lindos, sponsoreados por marcas respetables, donde las bandas chicas tienen que dejar hasta los calzoncillos para que les permitan subirse al escenario Z, a las dos de la tarde y por quince minutos) y todos quedaron pegados al estigma de la bengala. Un rock amordazado, el sueño de la derecha que en los ’60 tenía a los peluqueros policiales de Onganía, en los ’70 tuvo a la Triple A amenazando artistas, furgones azules en la puerta de cada show y comandos asesinos chupando gente en las calles, y en los años posteriores aprovechó cada incidente en el mundo del rock, grande o pequeño, para sacar el garrote mediático y pedir orden.
Así como el reclamo de seguridad encabezado por Juan Carlos Blumberg llevó a que se aprobaran en el Congreso escrachos legales que atentan contra los derechos de los menores, cualquiera que quiera leer entre líneas puede ver lo que hay detrás de tanta preocupación por la seguridad en los conciertos. Si no fuera por ese peligroso trasfondo, resultaría gracioso ver a tanto señor de traje, tanta señora gorda, tanto periodista que no tiene la más mínima idea de lo que es un show de rock, mostrando su mejor ensayada cara de preocupación por “nuestros chicos”.
La preocupante situación después de la tragedia no se va a arreglar con shows a beneficio, ni con puestas en escena para la tribuna popular o la galería de primera clase. El único beneficio, la única moneda valiosa en este entuerto es la que todos los involucrados en la tragedia siguen retaceando: la verdad.