ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A ENRIQUE PINTI Y A GUILLERMO FRANCELLA
Una jodita a los productores
Los dos capocómicos debutan hoy con la comedia musical de Mel Brooks, una sátira sobre los secretos de un éxito teatral.
› Por Emanuel Respighi
Sentados en una mesa del bar contiguo al Teatro Lola Membrives, Enrique Pinti y Guillermo Francella conversan animadamente sobre la realidad político-social del país, cafés de por medio. Antes de encender el grabador que dará cuenta de la entrevista con la dupla protagónica que hoy debuta en la versión local de Los productores, la comedia musical de Mel Brooks, este cronista les hace las preguntas de rigor sobre cómo fueron los ensayos. La respuesta de los cómicos es inmediata, y también sorpresiva: sin mediar palabra alguna, el dúo comienza a sacarse la ropa casi compulsivamente. Pinti se desabrocha los botones de su camisa y muestra una serie de moretones de aspecto violáceo; Francella se arremanga sus pantalones develando una serie de golpes cortantes en las canillas de ambas piernas. ¿Y eso? “Son las heridas de guerra de un espectáculo que tiene mucho ritmo, pero también muchos cambios escenográficos, a los que nos costó un poquito encontrarle la mano”, apuntan entre risas. “Nos hemos cagado a golpes como chicos”, agrega Francella.
De extensas trayectorias en su haber, los capocómicos se aprestan a debutar esta noche en Los productores. Basada en la película homónima de 1968 escrita por Brooks (El agente 86 y El joven Frankenstein), la obra cuenta la historia de un productor venido a menos al que le cae del cielo la oportunidad de hacerse millonario produciendo nada más y nada menos que... ¡un fracaso teatral! Deprimido luego de un nuevo traspié, Max Bialystock (Pinti) recibe inesperadamente la visita de Leo Bloom (Francella), un contador tímido, para revisar su contabilidad. Sin querer, Bloom descubre que un productor puede ganar más dinero con un fracaso que con un éxito, idea que atrapa la mente de Bialystock, que convence al contador de sumarse a su pequeña-gran estafa. ¿El plan? Encontrar la peor obra jamás escrita, conseguir el director teatral más desastroso y sumar financiación por 2 millones de dólares, pero sólo gastar un 10 por ciento de ese monto. Claro que nada saldrá como ellos lo planearon.
Estrenada en Broadway en abril del 2001, Los productores ya lleva ganados 12 premios Tony y fue adaptada en Inglaterra y Australia, y pronto lo hará en España y Japón. “Esta es la primera vez que una obra que trata un tema de teatro funciona en teatro”, señala Pinti, que después de 30 años de monólogos propios comparte un espectáculo con otro actor de su talla. “Es una comedia eficaz, tiene algo de vodevil”, apunta Francella, que debuta en el género musical.
–Históricamente, a los capocómicos les cuesta poner de coequipers a actores de su envergadura. ¿Qué pasó con ustedes?
Guillermo Francella: –Creo que aquel que no quiere compartir cartel lo hace por sus inseguridades. ¿Hay algo mejor para uno, en términos futbolísticos, que poder tirar una pared con alguien que te la devuelva redonda? Me pasó con Adrián Suar en La cena de los tontos, en Durmiendo con mi jefe con Luis Brandoni y ahora con Enrique. Es una experiencia enriquecedora y de crecimiento para uno.
Enrique Pinti: –Hay gente que se dedica a la actuación por la vanidad. Otros que tenemos la vanidad como factor integrante, pero no único. Yo no lo veo como actor individual sino como globalidad: formar una dupla con Guillermo es bueno para el productor, para la obra y para el espectador. Hace 30 años que hago monólogos y perdí un poco el timing de la comedia. Pero por suerte tengo al lado a Guillermo, si no, sería todo más complejo.
–Ustedes son dos artistas reconocidos y de larga trayectoria en el espectáculo. ¿Por qué aceptaron un proyecto de este calibre, de riesgo para cada uno de ustedes?
G.F.: –Está bueno tener desafíos todo el tiempo. Uno puede elegir dos caminos: instalarse en la cómoda, donde a los dos nos fue fantástico, o buscar nuevos senderos. A medida que pasan los años, al actor le surge la adrenalina de la renovación, de salirse de un esquema que, por más efectivo que haya sido, no deja de ser reiterativo. Me interesó incursionar en el género musical –que desconocía– de la mano de Mel Brooks, a quien admiro. Además, se habla de que Los productores es la obra más importante de Broadway de los últimos años, me invitan a compartir escenario con Enrique... Era imposible negarme.
–Y en su caso, Enrique, ¿qué lo llevó a dejar la realidad satírica de sus propias obras para hacer una comedia musical extranjera?
E.P.: –A mí me gusta mucho esta comedia. Yo no me hubiera arriesgado por hacer cualquier obra. Me tiene que gustar lo que hago, porque el teatro me da la posibilidad como ciudadano de hablar sobre lo que pienso arriba del escenario. Cuando vi Los productores en Broadway, en el 2001, sin saber que lo iba a hacer, quedé fascinado. Me dije: “¡Esto lo tengo que hacer yo!”. Me parecía que había unas cosas escritas para mí en el personaje de Max Bialystock, como la veta avasallante e histriónica que tiene. Claro que en mi ingenuidad creí que podía hacer el personaje a mi manera, pero me di cuenta, con la partitura en mano, de que era imposible. Estos tipos de monólogos cantados, con marcaciones y demás, no los hice nunca.
–¿Hubo una supervisación de parte de Mel Brooks?
G.F.: –Sólo hubo improvisación sobre la escenografía. Hubo que mandar los planos a EE.UU., con nuestros cambios y adaptaciones.
E.P.: –Nos exigieron como a dos cantantes profesionales. Es una obra que requiere mucha concentración, porque a la menor pifiada se pierde el ritmo. Yo, por ejemplo, que estoy acostumbrado a la improvisación sobre un esquema, hacía 30 años que no me atenía a una letra de ficción. Aunque Max tiene mucho del Pinti escénico, interpretarlo era todo un desafío.
–O sea que, en términos oficiales, ninguno de ustedes está aprobado...
E.P.: –No, pero ni falta que hace... (risas)
G.F.: –Si hasta tuvimos que mandar el currículum...
–¿Ah, sí? ¿Cuántos años hacía que no enviaban un currículum?
G.F.: –Ufff, mucho tiempo... Y es más: estaban redactados en inglés. No cualquiera, ¿eh? Pero no los enviamos para ser aprobados, o no, sino para que conocieran quiénes eran los intérpretes.
E.P.: –Claro, y quedaron encantados porque nos vendieron muy bien. Igualmente, lo que nos fascinó a nosotros es que Los productores es fundamentalmente una comedia. Lo musical, que es fantástico, es en realidad casi a nivel decorativo. Pero lo fundamental son las situaciones de comedia que tiene la obra, con diálogos chispeantes.
–¿Cuánto mantiene la adaptación que hicieron Fernando Masllorens y Federico González del Pino de la película protagonizada por Zero Mostel y Gene Wilder?
G.F.: –No tiene nada que ver la película con la obra que vamos a hacer. Acá la relación entre los protagonistas es más intensa. Somos más socios, en un contrapuesto muy divertido.
E.P.: –Se sabe que Mel Brooks es políticamente incorrecto. Es una obra que no deja bien parados a los judíos, ni tampoco a los productores teatrales, a los gays, a las mujeres, a los actores y hasta se mete con la gente paralítica. La obra muestra, en forma satírica y exagerada, cómo los productores hacen lo imposible por conseguir financiación. Hasta cogerse a las viejas... Cualquier similitud con la realidad no creo que se trate de simple coincidencia... (risas)
–¿Existen productores en la realidad tan inescrupulosos como Max?
E.P.: –Brooks, que también es productor, dice que hay dos reglas de oro. La primera es “nunca ponga plata de su bolsillo en un espectáculo”, y la segunda es “nunca-ponga-plata-de-su-bolsillo-en-un-espectáculo”. El mismo Brooks dice que los productores viven gracias a los auspiciantes o a las viejas que se cogen, pero nunca ponen un mango.
G.F.: –En la obra hay un momento en que el productor se confiesa y dice: “Es verdad: yo fui una mierda, clavé puñales por la espalda, fui un chanta. Pero no tenía otra alternativa: era productor de Broadway”. Una de las canciones también dice: “Elenco y argumento / y brillantes directores / pero lo principal / siempre serán los productores”. Es una provocación.
E.P.: –Un productor que vende el 450 por ciento de las ganancias de la obra, que elige al peor productor, al peor elenco y a una obra que no es otra cosa que una oda a Hitler, para presentarla en una ciudad como Nueva York, en que la mitad del público de teatro es judío. O sea: es una obra que no puede fallar, que va destinada al fracaso. Pero el plan no falla por la soberbia del productor sino por el absurdo del teatro: uno nunca sabe qué va a pasar con una obra.
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