ESPECTáCULOS
› CONCLUYO EL RODAJE DE “UN MINUTO DE SILENCIO”
Los espejismos de la clase media después del derrumbe
El director Roberto Maiocco plantea en su nueva película una crónica de la vida cotidiana post-crisis 2001. “El guión se me ocurrió seis meses antes de que se cayera el país.”
Por j. g.
Este es el derrape de otra familia de clase media que se muda a vivir a La Quema, golpeada por la crisis y el desempleo. La de Un minuto de silencio, de Roberto Maiocco, es una historia que se corre del dramatismo de otras crónicas de héroes derrumbados: aquí el protagonista respeta un optimismo a ultranza, contento a pesar de la vida en una casilla al lado del basural, estricto defensor de una corrección moral que lo lleva a no saquear tiendas y a perderse un empleo por no querer firmar un contrato abusivo. Un minuto... es la crónica de una caída institucional (se derrumba la escuela, cierran la fábrica y la biblioteca) pero diferenciada de otros relatos de crisis en la pintura del personaje: éste es maníaco compulsivo y sueña con un retiro a la naturaleza. Convence a su esposa (Alejandra Darín) de que “está todo bien” y se empeña en realzar “pequeños milagros” como el triunfo de Boca o la vigencia del valor familiar.
Maiocco confiesa cierto don premonitorio: “El guión se me ocurrió seis meses antes de que se cayera el país”, dice. “Tiene influencias de Ken Loach y de Krzsystof Kieslowski, es una reflexión sobre la condición humana que pretende dejar la sensación de que hay que cuidar al ser humano. Pero no pinté un retrato de buenos y malos; lo malo es la situación en la que se ven envueltos.” A esta altura, después de otras tramas post crisis de 2001 como Luna de Avellaneda (de Juan José Campanella), Cama adentro (de Jorge Gaggero) y Buena vida delivery (de Leonardo Di Cesare), Un minuto... comparte con las otras una hipótesis: el ritual pequeño burgués se preserva aun después de perderlo todo: cena, sobremesa, vacaciones y salida en familia a la costa atlántica sobrevuelan a esta familia cuando ya “no hay un mango”. Con más sarcasmo (en Buena vida...) o con cierta exaltación sentimental (en Un minuto...), las películas de crisis festejan la unidad familiar y son melancólicas del paraíso perdido.
Con poco presupuesto, apenas cinco semanas de rodaje y otra profesión (de anestesista) a cuestas, la filmación no se le hizo fácil a Maiocco. “Filmamos en Tandil, en una meseta a cierta altura. Las dificultades se presentaban por filmar en La Quema, el olor era insoportable”, dice. Ese realismo de la ambientación es, tal vez, el hit de Un minuto de silencio. El ruido de la basura compactada que reemplaza al de la línea de montaje de la fábrica, en el inicio, construye el descenso a los infiernos como un clima independiente de la trama. Realidad y ficción se entremezclan en el recuerdo del director. “Había ratas, tuvimos que usar barbijos, y casi no había luz. No quise que el hábitat fuera una reconstrucción. Tenía que ser Tandil o La Quema de Quilmes. Soy un director que busca decorados naturales, quiero realismo en la ambientación.”
Tal vez el clímax de Un minuto de silencio esté en el intento de infiltrar la comedia en esta saga de derrotados. Ernesto es, en el fondo, un payaso vocacional que se emplea en el circo e intenta chistes sobre desesperados, suicidas y despedidos en escenas de diálogo extrañado con María José Gabin y Tony Lestingi, que generan una atmósfera de ensoñación. En esos momentos, Un minuto... se corre del realismo sucio y se ve una marca más personal del director de Sólo gente y Gracias por los servicios. Como otras veces, para rodarla, Maiocco hizo una pausa en su otra profesión de anestesista y se escapó a Tandil a terminarla en poco tiempo y con bajísimos recursos, entregado a su propio sacrificio personal. “Anestesia es una especialidad en la que no tengo contacto continuado con el paciente; no quedo afectivamente enganchado. Cada tanto paro para filmar durante un año. Y pierdo un departamento por película.”