Lun 04.04.2005

ESPECTáCULOS  › LA GIRA NORTE TUVO UN FINAL ABRUPTO Y PASADO POR AGUA

Hasta el cielo lloró al Papa

El cierre iba a ser en tres fechas en Tucumán, pero sólo hubo una: el diluvio y la muerte de Juan Pablo II bajaron el telón.

› Por Cristian Vitale

Un diluvio irrefrenable y la muerte del papa Juan Pablo II confluyeron para atentar contra la Gira Norte, un festival que en los cálculos previos –dada la presencia de bandas de buen peso específico en la escena del rock patrio– estaba destinado a ser un triunfo en la muy rockera provincia de Tucumán. Pero no. Apenas pudo completarse una jornada de tres –la del viernes– y ante tan escasa presencia de público que, cuando sectores políticos y religiosos de la provincia comenzaron a presionar para que se suspendiera el festival ante la agonía sin vuelta del jefe de la Iglesia Católica, les allanaron el camino a los organizadores. “Bajamos la fecha y listo”, fue la orden, que sirvió para ahorrarse más de un problema. La tarde del sábado era igual de turbia y oscura que la anterior y, en rigor, no valía la pena que Divididos, Ratones Paranoicos, Arbol y La Mancha de Rolando subieran a tocar para 3, 4 mil personas y ante la hostilidad de una sociedad mucho más religiosa que rockera –incluso hubo una clausura por ruidos molestos, que quedó sin efecto–. Conclusión: aquella gira que había comenzado con la presentación de Charly García ante 10 mil personas, en diciembre, cerró con Las Pelotas, Catupecu Machu, Karamelo Santo, La Mississippi y las bandas locales Mayday, Trilogía y Harakiri, tocando para menos de tres mil. Una verdadera pena.
Entonces quedó poco para contar sobre la única fecha que se concretó. Hectolitros de agua cayeron desde el cielo tucumano y convirtieron casi todos los sets en experiencias rápidas y poco disfrutables. Igual que en el Quilmes Rock, la Mississippi debió mechar sus acostumbrados clásicos en medio de una atmósfera exageradamente acuosa y para un par de solitarios acérrimos del blues, que permanecieron inmutables ante las inclemencias del tiempo. Karamelo Santo, entre evocaciones a la Pachamama, fusión cumbia-ska-punk y alusiones ideológicas en un lugar ideal para cantarlas (“Mi padre fue un trabajador/ muy orgulloso y altivo/ Pero por ser miembro de la unión/ Hoy lo han desaparecido”, dice Fruta amarga), le puso un poco más de garra y color. Catupecu también hizo que los rockers norteños sintieran el barro frío y pesado del Club Central Córdoba hasta el cinturón, ante la inevitabilidad poguera de Dale!! o El número imperfecto. “Vamos a ponerle el pecho a la lluvia”, gritó el siempre arengador Fernando Ruiz Díaz, lo que sirvió para animar algo ante tanto desánimo.
Sin embargo, hubo que esperar a que Las Pelotas subiera a escena para que el grueso de la gente que había en el estadio se dignara a abandonar el salvador reparo del techo de zinc que cubría las tribunas de los costados y corriera hacia el centro. La lista empezó con Esperando el milagro y, al primer acorde, centenas de chicos y chicas se sumergieron en los charcos bailando una danza delirante, con los brazos hacia el cielo, en algo que no podía menos que asociarse a la idea de un ritual. Después llegaron, salpicadas, 20 minutos, la hermosa Día feliz, Tormenta en Júpiter, Pasillos –densa y onírica–, Sin hilo, Capitán América, Hawai, Corderos en la noche y algunas más, pero el milagro nunca llegó: ni para el Papa, ni para los organizadores, ni siquiera para Karma Sudaca, la banda tucumana que había esperado tanto tiempo cerrar un festival así y no pudo hacerlo, porque ayer nadie habló de rock en San Miguel.

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