ESPECTáCULOS
› LA INVASION DE LAS TELENOVELAS LATINOAMERICANAS: NUEVE EN PANTALLAS DE AIRE
La ola de héroes y heroínas cheverísimos
Ante la invasión de nueve telenovelas extranjeras, resurgen preguntas que se creían olvidadas: ¿expresan una integración latinoamericana? ¿Y por qué vuelven? Opinan Oscar Steimberg, Nora Mazziotti, Cecilia Absatz, Silvia Itkin, Silvia Oroz y Mayra Cué Sierra.
› Por Julián Gorodischer
Algunos imaginan un Mercosur ilustrado en imágenes de melodrama: heroínas trágicas, chicas malísimas, galanes maquillados sin un ápice del tradicional amante latino en una invasión de nueve novelas extranjeras con altísimos niveles de audiencia e historias adictivas. Los hartos pedirán el cese del acento caribeño que parecía perdido para siempre y ahora se retoma en Pasión de gavilanes. Otros se saturan de ese doblaje neutro (en la chilena Machos) que parece salido de la TV de las compras. La invasión latina, en todos los canales, alcanza picos de 22 puntos de ráting diario para Pasión..., de Telefé, que duplican las cifras módicas de Hombres de honor y Los Roldán, las tiras del prime time. La investigadora brasileña Silvia Oroz reclama el fin de la hipocresía: “La telenovela creó una nueva ciudadanía latinoamericana –dice–. ¡El gusto popular no se formó en los museos!”. El gusto es siempre el mismo para las nueve producciones importadas: habrá que tener empatía con las pasiones enfermizas que no se concretan, afinidad con las histéricas cómicas (en Anita no te rajes, de Canal 9) o con las mujeres intensas dedicadas al mal (en Rubí, de Canal 13). Las chicas, light o recargadas, respetan las claves de un mismo look: rubias o morochísimas sin término medio, mini y maquillaje de más... Los chicos ejercen la verdadera revolución: convierten el perfil de amante latino de macho recio a metrosexual, plasmado en rubios lookeados y finos (los argentinos Michel Brown, Sebastián Rulli o Martín Karpan) en vez de los bigotudos de pelo en pecho. Los que llegan siempre respetan algún rasgo clásico (sombreros de ala ancha en Pasión..., mueca de devorador sexual en Te voy a enseñar a querer) pero atenuados por una baby face y por la dificultad de concretar: el affaire contempla hasta el beso.
¿Aporta este intercambio de rostros y culturas al armado de una red latinoamericana? Llegan, es cierto, voces y cuerpos de Colombia, Chile, México y Brasil, y se escucha el grito de la fan que venera a Murilo Benicio (ex El clon, actual Chocolate con pimienta) o el de la que redescubre a Michel Brown, ex rubito ninguneado por Cris Morena en el Jugate conmigo de los ’90 y ahora devenido en megaestrella de Colombia post Pasión de gavilanes. “No encuentro una hermandad latinoamericana, ni una TV mercosureña –se sincera la crítica Silvia Itkin-. Yo lo remitiría a cuánto cuestan las latas. Es un relleno que dio sorpresas. Pero no vamos a empezar a bailar salsa, ni vamos a reconocer la revolución chavista, ni seremos más amigos de Lula. Esto no es un intercambio entre fronteras sino otro tipo de política más comercial”.
También el semiólogo Gustavo Aprea prefiere explicar el boom en términos de mercancía. “Entran bien –dice– si cumplen con dos condiciones: o son muy clásicas u ofrecen un quiebre, como Betty, la fea. Son las dos formas que encuentran para hacer un camino que tiene más que ver con la ganancia que con la innovación”. Tal vez estén pensando que la telenovela no integra ni forja lazos porque no refleja más que un universo no espacial: amor rosado, mansión, escaleras o exteriores naturales no identificados que funcionan, apenas, como una postal exótica, quizàs apenas un rasgo for export (la negra, el gay, la inmigrante o el ranchero texmex), pero ¿sólo como la estrategia para venderle mejor al vecino? Nora Mazziotti, crítica y teórica sobre el género, prefirió –en el reciente Congreso de Telenovelas de Punta del Este- enfrentarse al escéptico. “Desde hace 50 años –dice–, la telenovela se hace cargo de los sueños y las fantasías de los habitantes de este continente en una etapa que es compleja, donde la sociedad necesita sus narraciones, relatos para ayudar a seguir soñando... a entenderse... a vivir otra vida.”
La ola de importadas nunca transgrede el canon clásico. Las que llegan ya no son como Betty, la fea (2002) o Mi gorda bella (2003). Ni cómicas, ni feas, sólo pequeños grandes cambios. Los galanes de Pasión de gavilanes se propusieron conquistar a tres chicas ricas para seducirlas y dejarlas (como extraña vía para vengar la muerte de su hermana). El aporte está en el look a lo Bonanza sólo presente en la estética del vaquero latino de sombrero de ala ancha, musculosa y botas. ¿Más novedades? Rubí, de Canal 13, tiene una protagonista malísima que le pone glamour a la casadera por interés y legitima a la envidiosa. Y la chilena Machos innova en su trama coral con ocho protagonistas, sin pareja central, y con temas nuevos para el género: entre los siete hijos de un patriarca hay hasta uno gay y uno virgen. Pero la lata entusiasma más a los cultores del amor puro que a los irónicos que están de vuelta. ¿Quién las mira? “Un público alejado de la telenovela que podría estar volviendo a ella –especula el semiólogo Oscar Steimberg–. O un espectador irónico de películas Clase B.”
–¿Y si fueran los cansados del pastiche a lo Resistiré o Soy gitano? ¿Acaso melancólicos del cuentito con final feliz?
O.S.:–Del conocimiento del mundo no se vuelve; la inocencia no se recupera. Puede ser un retorno a los orígenes del género, pero nunca llegará a tener la fidelidad que se tenía en la promesa originaria. Eso se perdió para siempre.
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