ESPECTáCULOS
› “INCANDESCENTE”, DE CARLOS TRUNSKY, EN EL PORTON DE SANCHEZ
Bertolt Brecht coreografiado
A partir de Surabaya Johnny, una canción del dramaturgo alemán, Trunsky armó una serie de “cuentos coreográficos” que giran sobre la temática del amor doloroso y los vínculos infelices.
Por Analia Melgar
La vida es un drama y el amor, una tragedia. Las peripecias del corazón a menudo encaminan a los seres humanos hacia el sufrimiento y la degradación. Esas pasiones tremendas, esos vínculos nocivos e inevitables protagonizan Incandescente, breves relatos danzados que el coreógrafo argentino Carlos Trunsky presenta todos los viernes a las 23 en el Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034). En cuatro historias, dos hombres y dos mujeres hundidos hasta el cuello en el fango sentimentaloide de sus relaciones fracasadas se mueven en el espacio, como buscando un escape al amor que los asfixia. Los espectadores se hunden también en esa serie acre de calamidades que toma como disparador una canción de Bertolt Brecht.
La propuesta y los materiales de Incandescente son innovadores y atractivos. Sin embargo, su responsable proviene de una formación ortodoxa. Pero, paralelamente a su carrera de bailarín clásico, Carlos Trunsky ha desarrollado una vertiente muy creativa como coreógrafo, en proyectos independientes. A los 38 años, Trunsky ostenta un currículum profuso. Un año antes de egresar del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón ya formaba parte del Ballet Estable de ese coliseo. Desde entonces, bailó obras de repertorio. Entre 1991 y 1993 formó parte del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Enseguida comenzó a hacer sus propias coreografías, de las cuales la primera fue Bailando Honegger: se estrenó directamente en el Colón. Para el San Martín creó Vals en vilo y Que la mar te devuelva. Para el Ballet del Instituto Universitario del Arte compuso Cenando a Johannes B... Fue invitado a actuar en Bélgica y en el American Dance Festival. En su versatilidad, no se privó de hacer piezas dedicadas a los niños como El circo de los animales. Actualmente, Las aventuras de Pedro y el lobo tiene funciones en el Colón, para un público tan menudo como entusiasta.
Ahora es el turno de Incandescente, una mezcla de danza contemporánea, teatralidad, texto y música. Estructurada en cuatro cuadros, cada uno es ejecutado por un dúo distinto, combinando a cuatro bailarines estupendos: Alejandro Dambrosio, Inés Armas, Soledad Alfaro y Luis Garay. El subtítulo de la obra ya anuncia la autonomía de cada una de las secciones: Cuatro cuentos coreográficos. Sin embargo, el conjunto constituye una unidad porque los personajes construidos sólidamente reaparecen con sus rasgos característicos y porque la temática del amor doloroso es constante. Pero, sobre todo, la banda de sonido compuesta por Jorge Chikiar para la obra es la responsable de la cohesión general. En ella radica el núcleo narrativo que sostiene la tensión dramática en la hora y media de espectáculo.
La pieza de Trunsky se abre y se cierra con Surabaya Johnny, una canción escrita por Bertolt Brecht (1898-1956) en su dupla con Kurt Weill (1900-1950). Dramaturgo y compositor, los dos alemanes, juntos hicieron La ópera de tres centavos, Happy End y Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny. Entre las canciones con aires de cabaret donde compartieron autoría está Surabaya Johnny. La letra, fragmento de Happy End, cuenta la historia de una mujer abandonada por un marinero cruel que aprovechó su dinero; ella no acepta la ruptura: clama, se queja, se regala, se denigra. Los versos en alemán son desgarradores. En la versión italiana, la intensa voz de Milva, cantante en auge en los ’60, los hace aún más melodramáticos. Gemidos y suspiros penosos se combinan con el grito indignado de “Porco!”, traducción libre del original “Hund!” (“perro”). Los clichés se suceden — “Ti ho dato di più; tu vuoi i miei soldi; tu te ne vai. Io ti amo come il primo giorno. Sei crudele con me” –virando hacia el masoquismo– “Tu non hai cuore ma mi piace così. Porco!”. La bella Milva resurge de los discos de pasta. Chikiar los manipula y remarca la presencia de un piano áspero, casi desafinado.
Sobre este material arranca el primer dúo en la obra de Trunsky, no casualmente llamado Porco I. Inés Armas, convertida en una ama de casa amorosa, se somete a los desplantes de su marido/ amante, Alejandro Dambrosio, que pasa las horas rascándose, literalmente. Ella lo busca, llama su atención con una danza sugerente. Cuando fracasa, reprocha, bate unos huevos y reintenta. A veces, bailan juntos y se persiguen; se frotan sobre la superficie de una mesa pero pronto se agotan. La entrega total de esta bonita esposa contrasta con la indiferencia de ese abúlico en camiseta que apenas la mira. El efecto está tan bien logrado que violenta la resistencia de la platea. Un alivio llega en la cachetada que ella le aplica y que cierra este primer cuadro.
En el cuento llamado Zozobra, el personaje de Armas comparte sus desdichas con una amiga. Alfaro compone una dulce y perversa jovencita que aporta uno de los momentos más danzados de la coreografía. Su cuerpo elástico absorbe todo el espacio con figuras envolventes y trae calma a su infortunada amiga. Nuevamente, la música enriquece la historia. Un fado de la portuguesa Amalia Rodrigues, Estranha forma de vida, canta a un corazón lastimado: “Coraçao que nao comando/ vives perdido entre a gente/ teimosamente sangrando”. Los gestos sonrientes y encantadores del rostro de Alfaro combinan con el vestido floreado que Marta Albertinazzi diseñó. Pero lentamente se transforman porque se preparan para el juego erótico del tercer cuadro, en dúo con Garay. Sonidos de una polca en acordeón de Chikiar acompañan el encuentro sexual del siguiente cuento luminoso, efervescente. Sin embargo, algo siempre perturba la fusión perfecta. La reaparición del porco Johnny encarnado por Dambrosio aleja a Garay, quien ahora se sube a las alturas de una pirámide de sillas. El ambiguo dúo masculino de la última coreografía, Porco II, tiene reminiscencias de los conflictos del matrimonio inicial, en movimientos y palabras. Dambrosio usa su voz para recordar esas frases que le fueron robadas. Casi culpógeno, se las repite a sí mismo a los gritos. El final parece mostrar una inversión de roles: aquel marido/amante apático ocupa el lugar de la mujer despreciada mientras su compañero procede a denigrarlo.
Así, el ciclo se cierra con la misma canción que confirma la inevitabilidad de los vínculos traumáticos e infelices. Incandescente es una obra sobre la desazón, la molestia de la vida y la incapacidad de hacerla más llevadera. Su estética hiperbólica es un coqueteo con géneros hasta hace poco considerados menores como la telenovela o las historias de Broadway. La historia que Brecht cuenta en Surabaya Johnny, condimentada con el estilo de musical estadounidense de Weill y el rezongo lastimero de Milva, forman una unidad indisoluble con los cuatro relatos pensados para gozar llorando con la intensidad del culebrón de las tres de la tarde.