Jue 14.04.2005

ESPECTáCULOS  › HABLA MONTE HELLMAN, UNA LEYENDA
DEL CINE INDEPENDIENTE ESTADOUNIDENSE

“Toda película es una road movie”

Hace más de una década que no filma, pero películas como The Shooting y Two-Lane Blacktop fueron la inspiración de directores como Richard Linklater y siguen siendo parte esencial del cine indie norteamericano.

› Por Martín Pérez

La historia es más o menos así: un cineasta joven termina su primera película y se la envía a uno de sus ídolos, un director de culto llamado Monte Hellman. La película se llama algo así como No podés aprender a aplaudir leyendo libros, y al director de culto le gusta tanto que le responde a su admirador con una carta en la que pone por escrito lo talentoso que piensa que es. Así fue que Richard Linklater juntó el dinero necesario para poder filmar Slacker, su primer largometraje: mostrando la carta de Monte Hellman. “Pero... al final él tuvo más éxito que usted en usar su nombre para juntar dinero y hacer una película”, es el comentario inevitable una vez que Hellman termina de contar la anécdota. Y la respuesta del director de culto es una sonora carcajada. “Es muy satisfactorio cuando un cineasta se acerca y dice que quiso hacer cine gracias a mis películas. No creo que haya un cumplido mayor que ése”, explica Hellman, que agrega casi inmediatamente: “Es casi mejor que hacer dinero”. Y luego de las risas de rigor, siente la necesidad de aclarar: “Ojo que no dije que fuese mejor, ¿eh? Dije que es casi mejor”.
A pesar de sus setenta y tres años –o tal vez gracias a ellos–, Monte Hellman luce como un hombre vital y listo para seguir haciendo películas y acrecentar su leyenda. Y eso a pesar de que hace más de una década que no filma. Pero eso no significa que se haya pasado todo este tiempo sin hacer nada. “No soy de los directores que se quedan esperando algún llamado”, explica Hellman, que asegura que este verano boreal estará rodando su parte en una película de terror que compartirá con Tobe Hooper, Dario Argento y, si acepta la propuesta, Wim Wenders. Por lo general, y lo ha dicho varias veces, sus únicas vacaciones llegan cuando acepta la invitación para algún festival de cine. Así que eso es lo que está haciendo Monte Hellman en el festival de cine porteño: está de vacaciones, acompañado por su hija, dispuesto a presentar una retrospectiva que recorre seis de sus obras. “Esta es mi primera vez en Buenos Aires”, confirma. “Me esperaba una ciudad europea, porque eso era lo que me habían dicho. Pero hasta ahora me recuerda más bien a Los Angeles, especialmente por la cantidad de avisos que hay en la calle. Aunque es verdad que aún no tuve mucho tiempo para pasear por ahí”, explica Hellman, que además de citar a Borges recuerda haber visto las últimas películas de Pablo Trapero y de Alejandro Chomski.
Amigo de Jack Nicholson, editor de Sam Peckinpah y director para Roger Corman, Monte Hellman es algo así como el gran director de culto entre los directores de culto. “Toda película es una road movie”, dijo alguna vez este autor de westerns metafísicos y road movies casi mudas, que ha filmado contadas veces en una carrera de cuatro décadas, pero un par de ellas lo ha hecho rodando dos películas al mismo tiempo para, quién otro, el buen Corman. “Lo hice para demostrar que era posible hacerlo”, le explicó al periódico francés Le Monde. “Se ha dicho mucho de mí que soy el ejemplo de la lucha contra el sistema y que doy el ejemplo al no venderme, pero en realidad siempre he sido un pistolero en alquiler”, aclara Hellman con una sonrisa en el rostro, sentado en un bar del Abasto, sede oficial del festival, aunque sus películas se exhiban en la sala Leopoldo Lugones. “Porque, la verdad, mi mejor experiencia como director ha sido trabajando para un gran estudio. Es verdad que he hecho películas para productores de todo el mundo, que no sabían mucho de hacer películas. No interfirieron en su rodaje, pero una vez que se ha terminado intentaron destruirlas reeditándolas. Incluso hizo eso Roger Corman. Pero la única película que nadie intentó reeditar fue Two-Lane Blacktop, que hice para Universal... ¡Tal vez porque eso figuraba claramente en el contrato!”
–Pero... ¿por qué se sigue pensando en usted como un rebelde?
–Porque he cometido un pecado que es imperdonable: no le he hecho ganar a nadie mucho dinero...
–Pero sin embargo sigue formando parte de este circo...
–Bueno, es que tampoco nadie ha perdido mucho dinero conmigo (risas). Pero eso no es suficiente. Nadie se mete en esto de hacer películas para no perder plata, sino que lo hace para ganar mucha.
La leyenda moderna de Monte Hellman lo ubica en el rol de productor ejecutivo de Perros de la calle, la película que hizo famoso a un tal Quentin Tarantino. “Un amigo me pasó el guión a ver si me interesaba dirigirlo, pero cuando me reuní con él ya había vendido el guión de True Romance y me aclaró que era un honor conocerme, pero que ya creía poder dirigirlo él mismo.” Pero forma parte de la leyenda clásica de Monte Hellman el hecho de que, antes de dirigir películas para Roger Corman, fue director de un teatro en Los Angeles. Fue el director, de hecho, de la primera representación de Esperando a Godot. Y semejante influencia se dejó notar en todas sus películas. “Siempre elegí guionistas para mis películas que fuesen un poco por un camino existencialista. No puedo asegurar que sé muy bien lo que quiero que suceda, pero ciertamente espero que algo así pase.”
–Siempre se preocupó de trabajar con buenos guionistas, pero en sus películas, lejos de sumar diálogos, se dedica más bien a tacharlos...
–Pero eso es porque pienso que las películas son principalmente imágenes. No es que esté en contra del lenguaje, yo amo la poesía y la literatura. El lenguaje de The Shooting, por ejemplo, es una especie de poesía. No es como la gente habla. Es el único film en el que insistí en que los actores se ciñeran al texto escrito. En el resto de mis películas les di cierta libertad. O si no está el caso de Two-Lane Blacktop, en el que el diálogo es la banda de sonido. No hay nada que aprendamos de lo que se dice, todo está en las imágenes.
–Two-Lane Blacktop tal vez sea su película más representativa...
–Es raro, porque no es la clase de película que normalmente elegiría dirigir. Me siento un director de género, y una road movie como ésa no es de ningún género (risas). Género es para mí policías, cowboys y gente planeando matar a alguien. Pero, incluso si concedemos que es de género, no es una historia. Y a mí me gustan las historias.
–Entre los protagonistas hay dos músicos, James Taylor y Dennis Wilson...
–Para sus personajes entrevisté a todos actores de la época, entre ellos a Jon Voight y a Al Pacino. Pero los elegí a ellos...
–Estaba claro que no era actores lo que estaba buscando...
–(Risas.) ¡Claro que no!
–No ha hablado mucho del rodaje, pero leí por ahí que luego del trabajo se quedaban cantando y que alguna vez apareció por ahí Joni Mitchell.
–La pasamos muy bien. Y todo lo que uno da siempre regresa, porque muchos años después necesité una canción para mi película Iguana y pensé en Joni. Aunque apenas si la había conocido entonces, no bien me contacté con ella nos grabó un tema enseguida, que llegó justo para incluirlo en la mezcla final.
Una de las anécdotas más fascinantes de la carrera de Monte Hellman no está vinculada con su carrera como director, sino con su trabajo como editor. “Recuerdo que cuando edité The Killer Elite, Sam Peckinpah venía a la sala de edición totalmente borracho. Apenas si se podía mantener en pie y había que guiarlo cuando quería salir del cuarto, porque se golpeaba con el marco de la puerta. Pero cuando mirábamos una escena en la moviola, tiraba un par de ideas. ¡Y eran todas brillantes!”, dice Hellman, que asegura que la mayoría de lo que sabe de cine lo aprendió a través de las películas de Carol Reed y John Huston.
–Me sorprendió haber leído que entre sus películas preferidas está El espíritu de la colmena, de Víctor Erice. No hay muchos directores norteamericanos que mencionen esa película... ¡Especialmente porque no la conocen!
–Justamente, dos semanas atrás estuve conversando con Coppola de esa película. Un amigo mío lo estaba visitando y sabía que a mí me gustaba mucho esa película. Como Francis no la había visto, me llamó y me lo puso al teléfono para que le explicase por qué tenía que verla...
–¿Lo convenció?
–(Se ríe.) No lo sé. ¡Pero es que no sabía qué decirle! Es una película tan maravillosa, que no se puede describir. Hay que verla.

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