ESPECTáCULOS
› PAGINA/12 PRESENTA CON SU EDICION
DE MAÑANA DOS DISCOS DE JULIO SOSA
Las joyas del Varón del Tango
Los CD Yo soy aquel muchacho y Te acordás hermano recopilan parte de la obra que el cantor uruguayo grabó antes de iniciar su carrera solista. Aparecen así grabaciones notables de los años ’50, registradas con las orquestas de Francisco Rotundo, Francini-Pontier y Armando Pontier.
› Por Karina Micheletto
Julio Sosa fue el último de los cantores de tango en protagonizar un fenómeno masivo. Corrían los años ’60 y el Club del Clan desplazaba una a una a las grandes orquestas que hasta entonces habían llenado clubes y bailes. Eran tiempos de nuevas olas y el tango empezaba a ser amenazado por la famosa muerte del género que siempre parecía estar augurando. Pero con este uruguayo que había llegado pocos años antes a probar suerte en Buenos Aires pasaba algo casi magnético, algo capaz de atravesar generaciones. Este cantor algo canchero, verborrágico, que siempre se las ingeniaba para llamar la atención, sabía transformar cada tango en una pequeña historia que su voz grave y pastosa y su pose de recio jerarquizaban. Así dejó de ser simplemente Julio Sosa para pasar a ser el Varón del Tango, como si hasta entonces al tango le hubieran faltado varones, o como si necesitara consagrar al más varón de los varones. Su muerte prematura en un accidente automovilístico, a los 38 años, y el multitudinario velatorio en el Luna Park, contribuyeron a acrecentar el mito. Página/12 presenta con su edición de mañana dos discos que recopilan parte de la obra que grabó antes de iniciar su carrera solista, ya definitivamente transformado en el Varón del Tango.
El primero de los CD, Yo soy aquel muchacho (uno de los títulos que Julio Sosa supo rescatar del repertorio, acercando a una nueva generación de oyentes, y que terminó identificándolo), ofrece una selección de los tangos que el uruguayo cantó con la orquesta de Francisco Rotundo, a la que acompañó entre 1949 y 1953. Allí están, por ejemplo, Mala suerte, Eras como la flor o Secreto, de Enrique Santos Discépolo. A esta obra le seguirá el domingo siguiente Te acordás hermano, con temas que el uruguayo registró junto a la orquesta de Francini-Pontier y, más tarde, con la de Armando Pontier, ya separado de la dupla junto al violinista.
En su momento, Sosa fue un cantor polémico. Su nombre ganó un lugar importante en la galería de ídolos del género, pero no fue de los indiscutidos. Algunos de sus contemporáneos nunca terminaron de digerir su estilo y su éxito mediático. Pero, sin lugar a dudas, en su voz había algo que se dirigía directamente a la emoción del oyente, y que sigue emocionando en muchos de sus registros discográficos. Sosa no se parecía a ninguno de los grandes cantores que estaban en cartel. Tenía una suerte de intuición natural para enfatizar los textos, parecía capaz de hacer carne los tangos más dramáticos o picarescos, dotándolos de una cuota actoral en su fraseo (remitirse en esta colección al recitado de Lloró como una mujer, o a su parodia cocoliche en Padrino pelado, o a los agregados en la milonga Martingala: “Mándeme veinte mil pesos... Mándemelos, mire, si no se los devuelvo yo se los devuelve Pontier, que tiene más guita que Canaro”). Lo cierto es que su habilidad para conjugar el sello de su voz con algún que otro golpe de efecto, de esos que le objetan algunos tangueros y estudiosos, creó un lazo duradero con la audiencia.
Los que lo conocieron cuentan que se transformaba sobre el escenario. Tenía un carisma casi magnético, que multiplicaba su poder de convocatoria. Una anécdota cuenta que cuando interpretó el tango Tengo miedo en su debut en el Picadilly, con la orquesta de Francini.Pontier, fue tal el impacto que produjo que el público dejó de bailar para contemplar a este nuevo fenómeno. “Todo lo que canto me gusta. Jamás he interpretado una canción por compromiso. Estudio psicológicamente a los personajes de cada tango y me siento cada uno de ellos. Por eso digo que el cantor debe ser un actor por naturaleza”, explicaba él respecto de su estilo.
Julio María Sosa Venturini había nacido en la localidad de Las Piedras, departamento de Canelones, Uruguay, el 2 de febrero de 1926. Hijo de una lavandera y de un peón rural analfabeto, nunca negó su origen pobre, que marcó ciertos rasgos distintivos de quien más tarde quedaría instalado como el Varón del Tango. Desde chico tuvo que ayudar en su casa, y así fue lustrabotas, ayudante de mercachifle, vendedor ambulante de bizcochos, canillita, vendedor de rifas, podador municipal de árboles, lavador de vagones, guarda, repartidor de farmacia, cobrador en transportes públicos y marinero de segunda en la aviación naval en su adolescencia, aunque no duró demasiado en la carrera. Entre oficio y oficio, se presentaba en cuanto concurso de cantores apareciera.
Decidió probar suerte en Buenos Aires, y no le fue mal. Después de un debut en un café de Chacarita y de un breve paso por la orquesta de Joaquín Do Reyes, pasó a jugar en primera con Enrique Mario Francini y Armando Pontier, que por entonces llenaban el cabaret Picadilly. Allí sucedió a Raúl Berón y compartió pareja vocal con Alberto Podestá, una voz ya impuesta y consagrada. En abril de 1953 Francisco Rotundo, que se jactaba de haber tenido en su típica a los mejores cantores, lo tentó con una buena oferta monetaria (5000 pesos de la época) para sumarse a Floreal Ruiz, reemplazando a Enrique Campos. Con esta formación Sosa dejó registrados recordados títulos como Bien bohemio y Yo soy aquel muchacho, incluidos en la colección que ofrece Página/12. Fue en esa época que empezó a perder la voz en forma alarmante. El maestro Rotundo y su esposa Juana Larrauri, que era diputada nacional, lo contactaron con un famoso otorrinolaringólogo de la época, el doctor León Elkin. El diagnóstico fue terminante: pólipos en las cuerdas vocales; el cantor debió afrontar el riesgo de una operación urgente que ponía en riesgo cierto su carrera. Pero después de la intervención sucedió lo impensado: su voz no sólo no fue afectada, sino que ganó en color y matices. Cuando ingresó en la orquesta de Armando Pontier, en junio de 1955, ya era un cantante de gran popularidad en Buenos Aires.
La etapa solista del cantor cruza su trayectoria con la de Leopoldo Federico, que venía de integrar con Piazzolla el Octeto Buenos Aires. El periodista Ricardo Gaspari, prensero del sello Columbia, fue quien propuso el título para el primer larga duración solista del cantor, El Varón del Tango, y así terminó bautizándolo. Eran tiempos de la llamada nueva ola y Sosa logró una venta de discos impensable para un intérprete tanguero en aquel tiempo. Una revancha que aparece representada en una escena de la película Buenas noches, Buenos Aires, de 1964, donde Sosa entona y baila con Beba Bidart El firulete frente a unos jóvenes twisteros que terminan pasándose al otro bando y ensayando cortes y quebradas. En noviembre de ese mismo año, de regreso de una despedida de soltero, manejando su DKW Fissore rojo, el mismo con el que posaba en las fotos de las revistas, moría en un accidente en la esquina de la avenida Figueroa Alcorta, a una cuadra del ACA. En su corta trayectoria registró 204 temas, entre los cuales se cuenta un infrecuente número de sucesos que lo siguen sobreviviendo.
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