ESPECTáCULOS
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Cuatro años de amistad
Por Leopoldo Federico
La aparición de Julio Sosa en mi vida fue lo mejor que me pasó en mi carrera artística y lo digo sin temor a exagerar. Fue en un momento muy difícil para mí, tanto que casi no me decido a acompañarlo. Hubiera sido todo muy distinto. Pero hubo algo que me dijo: “Hacelo, tenés que hacerlo”. Por suerte supe escuchar esa voz interior. Sosa me apoyó tanto con la orquesta, que me dio el espaldarazo que necesitaba para abrirme camino solo más tarde, cuando él desapareció. Y eso en gran parte se lo debo a la difusión que tuve acompañándolo. Fueron cuatro años (desde 1960 hasta su fallecimiento, en 1964) de amistad, donde no hubo una sola discusión, ni en lo artístico ni en lo económico, ni conmigo ni con nadie de la orquesta.
La etapa en que Julio Sosa acompañó a la orquesta de Francisco Rotundo fue muy difícil para él. Ahí apareció su problema en las cuerdas vocales, que se nota hasta en las grabaciones, le había colocado la voz en una manera que no era la suya. Tuvo la fortuna de que apareciera en su vida el doctor León Elkin, que le hizo un trabajo de planchado en las cuerdas vocales. Sosa se repuso de aquello hasta tal punto que la mejor voz fue la que logró en sus últimos tiempos, ya como solista.
Antes, con Francini y Pontier, fue el Julio Sosa que por algo ganó ese cartel. Con ellos fue que empezó a cosechar sus grandes éxitos y a transformarse en una figura de gran arraigo popular. Después tuvo otro gran momento con Armando Pontier solo, hasta que empezó a cantar conmigo, en 1960. Su muerte nos dejó a todos un poquito huérfanos. Mi mejor recuerdo para el Varón del Tango.
* Bandoneonista, director y compositor.
Nota madre
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