ESPECTáCULOS
› BUENOS AIRES NEGRO Y LOS ESCRITORES MALDITOS
“Nos pega más lo que duele, lo que impide el sueño”
Los músicos Peche Estévez y Ricardo Culotta hablan del ciclo que su agrupación realiza los jueves en la Peña del Abasto. Allí homenajean a sus autores favoritos: Julián Centeya, Evaristo Carriego, Oliverio Girondo y Roberto Arlt.
› Por Cristian Vitale
“Perdón, ¿queda mal si lo corto un poquito?” Antes de oír alguna respuesta, Peche Estévez saca una petaquita de whisky de la manga, la inclina a 90 grados y vuelca una sustanciosa medida en una taza llena de té y muchísimo limón. El bar está casi vacío y la moza mira de reojo, pero sigue de largo. “Qué rico es esto, che”, agrega, con una voz bien callejera. El acto parece trivial, pero tiene un fuerte peso simbólico: puede significar tranquilamente un trago aguardentoso en honor a los escritores malditos que su agrupación de tango-rock homenajea durante mayo en la Peña del Abasto (Anchorena 571), bajo un título que habla por sí solo: “Del Buenos Aires podrido, los escritores malditos”. El ciclo reparte un jueves para cada escritor: arrancó la semana pasada con Julián Centeya, sigue el 12 con Evaristo Carriego, el 19 con Oliverio Girondo y culmina el 26 con Roberto Arlt. “Lo dejamos para lo último porque es inagotable, nos está costando un laburo bárbaro”, admite Peche, poeta y cantor, sobre el autor de El juguete rabioso.
–¿Qué aspecto de su obra piensan resaltar?
–Nos basamos en la primera hoja de Lanzallamas, cuando dice “el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo” y les contesta a quienes le pegan diciendo que no sabe escribir, que cae en lugares comunes o vulgares. Es maravilloso porque él responde con altura a esa clase “formada” que leía a Joyce sólo porque todavía no se había traducido al castellano. Es impecable cómo caracteriza Arlt la formación burguesa de la cultura.
El noneto de tango improvisado proyecta mechar temas de su único disco (Turra vida) con la narración de poemas y datos biográficos de los autores citados y alguna que otra canción “compuesta a dúo”. “Me tomé el atrevimiento de agregarle un par de frases a un tema de Centeya llamado Chorro –aclara Estévez–, que vamos a completar con un viejo audio suyo. El, como Arlt, también pateó el tablero, porque le importó tres carajos enfrentarse a Borges o a Bioy Casares, ¿entendés? Y también a la moral de la época, pensá que escribió algo como ‘Con un bagullito de ropa, ¡que iba a tener el destino de toda laburanta!, salió a revolear la concha a la marchanta’. Qué hijo de puta.” Cada vez que termina una frase maldita, Peche lanza un risa casi diabólica, como un ritual que lo acerca más a sus modelos.
–¿Por qué Carriego?
–Porque fue el primero en contar las historias de los cuartuchos de hotel, de los hospitales, del barrio, o el mal paso de la costurerita, que en aquel momento era un sacrilegio. No era un gran poeta, pero tenía renglones maravillosos. De su pluma sale la costumbre de contar las cosas cotidianas, sin vueltas.
–Girondo es más refinado, tiene una cultura universal más vasta si se quiere, en parte por su amistad con Dalí, Baudelaire...
–Sí, pero en aquella época, decir algo como “las minas caminan por la plaza del brazo de sus madres con las piernas bien apretadas por miedo a que el sexo se le caiga en la vereda” era tremendo. Qué hijo de puta...
–Las letras que usted compone, por ejemplo Cantar las cuarenta, llevan el mismo signo desesperanzador de los poetas malditos de entreguerra. ¿Por qué escribe sobre el lado oscuro de la vida?
–Porque lo que veo todos los días es desgarrador de por sí y escribo sobre eso, porque me pega más lo que duele, lo que impide el sueño. Cantar las cuarenta me nació en Plaza Once, un día a las 10 de la noche mirando guachitos jugando a coger. Y los padres ahí en un rincón, obnubilados, tomando pasta base; la realidad es que todos viven hacinados en conventillos. Mi pibe va a los colegios de ahí y convive con casos de abuso de menores, pibes con problemas sexuales que están viviendo algo que no tienen por qué vivir. ¿Por qué no poder escribir sobre eso...? Si en el grupo somos 9 y nos vamos a cagar de hambre toda la vida: hagamos lo quese nos canta el culo. Hijos muertos que paren hijos muertos es feo, pero es así.
Buenos Aires Negro (formado además por Ricardo Culotta en trompeta, Mariano Pini en guitarra, Pablo Yanis en bandoneón, Santiago Cariboni en bajo, Damián Papi en batería, Pablo Jiménez en trombón, Juan Pablo Di Leone en flauta y el sonidista Rafael Chinchilla) debe gran parte de su reputación en el under tanguero a la activa militancia cultural en el IMPA, donde se integraron cuando se gestó la movida. “Me di cuenta de que militar en política no servía para cambiar la realidad –dice Peche, ex secretario de Cultura de la Juventud Peronista de Capital– y opté por la música, porque a través de ella puedo hacer que la gente se conmueva, que vea la realidad de otra forma o se dé cuenta de qué carajo está pasando y por qué.” La agrupación creció de a poco gracias al ciclo Tango en Zapatillas, que duró decenas de viernes durante más de un año, y a un boca a boca “duro y parejo”. “Primero pedíamos pizza, después nos pusimos a cocinar, y al final nos dimos cuenta de que teníamos que tocar todos los viernes, porque ya se había hecho como un ritual”, evoca Culotta. Entre las influencias, reconocen como fuentes de inspiración un abanico diverso de músicos. Peche enumera a Piazzolla, Miles Davis, Homero Expósito, Moris, Miguel Cantilo y Led Zeppelin. “Buenos Aires es todo: Troilo, Zeppelin, y lamentablemente Borges, también”, opina.
–Ustedes suenan como rockeros, pero en esencia son tangueros. ¿Se sienten como una especie de eslabón perdido entre ambos géneros?
Ricardo Culotta: –Está bueno como rótulo (risas), pero lo nuestro es la improvisación, la fusión. La idea es tocar y divertirnos; la sintonía es zapar, aunque sin resignar el papel y el lápiz para los arreglos. Somos así porque cada uno de los músicos proviene de géneros distintos.
Peche Estévez: –Carriego decía: “Mentira que en las casas no dejaban entrar al tango, el tango no quería entrar en las casas, porque nunca le gustó la gilada y siempre despreció lo burgués”; creo que un poco de eso tomamos. Y también de todo arte que intenta defender la autenticidad... Yo me quedo mil veces con el Gatica de Favio, atorrante y generoso como era, que con el Tanguito de Tango feroz, porque uno es genuino y el otro apenas una fachada de vuelo corto.