ESPECTáCULOS
› A 30 AÑOS DE LA MUERTE DE ANIBAL TROILO
El bandoneón eterno
Junto con Gardel, sigue siendo la figura emblemática del tango. Una biografía novelada escrita por Gustavo Nahmías reconstruye la relación de Pichuco con la música y la ciudad.
› Por Karina Micheletto
Treinta años atrás, un 18 de mayo de 1975, moría en Buenos Aires Aníbal Troilo, aquel que ostentó el título de “el bandoneón mayor de Buenos Aires”. Dejó unas sesenta obras que lo unieron a poetas como Homero Manzi, Cátulo Castillo y Enrique Cadícamo. Entre ellas, muchas de las que todos tararearon alguna vez: María, Garúa, Barrio de tango, Sur, La última curda, Pa’ que bailen los muchachos, entre tantos clásicos del cancionero. Dejó un estilo con su nombre como director de orquesta y como bandoneonista. Y también dejó su imagen entrecerrando los ojos cada vez que colocaba el paño de terciopelo sobre las rodillas, tomaba el bandoneón, se inclinaba levemente hacia adelante y daba inicio al ritual. La figura de aquel gordo bueno, el músico único, el hombre de las mil anécdotas, aquel que quedó grabado con las dos alitas atrás, tal como aparece retratado por Hermenegildo Sábat en la tapa de la Suite Troileana con la que lo homenajeó Astor Piazzolla, agiganta hoy la potencia de su obra. Entre otras actividades celebratorias, Sadaic expondrá hasta el 29 de este mes en el hall central de la entidad (Lavalle 1547) uno de los cuatro bandoneones que Pichuco utilizó en sus conciertos, donado al Museo Mundial del Tango por Raúl Garello, a quien Zita, la mujer de Troilo, le regaló el instrumento. Y también se editó Alma de bandoneón, una biografía novelada en la que Gustavo Nahmías reconstruye la relación de Pichuco con el tango y el bandoneón, pero también con Zita, la noche, el fútbol, los amigos, el juego, la ciudad que amaba.
“En el cabaret Marabú, Troilo nos decía: ‘Toquemos piano porque están hablando muy fuerte’. Al hacerlo, la charla general comenzaba a aplacarse, hasta que ya nadie hablaba. Recién entonces empezábamos a tocar a pleno”, recordaba José Votti, violinista de la orquesta de Troilo entre el ’55 y el ’60, entrevistado para este diario por el periodista Julio Nudler. “Yo tocaba de pie, pegado a su mano derecha. Nunca le escuché fallar una nota. Tenía un touche de gran artista. Llegaba increíblemente a los ligados y a los pianísimos.” En aquella entrevista, el violinista también destacaba que el único arreglador que tuvo el privilegio de que Troilo no le haya alterado una sola nota fue Emilio Balcarce. Ocurrió cuando le llevó La Bordona, en 1958. “Emilio estaba emocionado, porque la goma de borrar de Troilo era implacable con todos. Incluso con Astor Piazzolla y Argentino Galván.”
Troilo nació el 11 de julio de 1914 en el Abasto, y a los 10 años logró que su madre le comprara ese instrumento que lo había fascinado sonando en los bares del barrio. A los 11 años ya estaba tocando en un escenario cercano al Mercado del Abasto. Poco después integró una orquesta de señoritas, y a los 14 años ya quiso formar su quinteto. En diciembre de 1930 dio un primer paso esencial: se integró al sexteto que conducían Osvaldo Pugliese y Elvino Vardaro, donde tuvo de ladero a Ciriaco Ortiz, una de sus influencias como bandoneonista.
En 1937 lanzó su orquesta en la boite Marabú, donde, además, conoció a Ida Calachi, Zita, la mujer que al año siguiente se convertiría en su esposa. Su agrupación fue una escuela al servicio de un sonido que fue evolucionando y al que aportaron, por citar sólo algunos, los pianistas Orlando Goñi, José Basso, Osvaldo Berlinghieri y José Colángelo y los bandoneonistas Astor Piazzolla y Ernesto Baffa. Otra gran virtud fueron los cantores que la orquesta supo conseguir: Roberto Goyeneche, Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Roberto Rufino, Angel Cárdenas, Elba Berón, Tito Reyes y Nelly Vázquez, entre otros.
Alma de bandoneón, la biografía novelada de Gustavo Nahmías, está estructurada a la manera de un disco, dividida en Lado A y Lado B. Cada uno de los capítulos lleva el título de un tango grabado por Troilo en ese año, como hilo conductor de la cronología. El autor cuenta que a lo largo de la investigación que antecedió a la escritura del libro cayó en la cuenta de que la vida de Troilo era un gran anecdotario. “Troilo parece un personaje que vivió para forjar anécdotas. Hay algo que me pareció percibir y que traté de componer en la novela: que en ese cuerpo convivían el hombre y el músico. Estaba, por una parte, el hombre generoso, amigo de todos, caritativo con íntimos y extraños. Y por la otra, el hombre de la noche, el apasionado, con sus desbordes, sus excesos, aquel a quien Zita mandaba a comprar soda y aparecía de vuelta a los tres días”, explica Nahmías. “Ambos convivían en este personaje mítico. La idea de esta novela es que el artista termina por fagocitar al hombre”, concluye.
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