Dom 22.05.2005

ESPECTáCULOS  › “L’ENFANT”, DE LOS HERMANOS DARDENNE, GANO LA PALMA DE ORO

Un niño que ganó el oro en Cannes

Jarmusch se llevó el premio del jurado y Haneke fue mejor director. La sorpresa la dio Maradona en la ceremonia final.

POR LUCIANO MONTEAGUDO
Desde Cannes

Y se hizo justicia: L’enfant, de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, se llevó ayer la Palma de Oro de la edición número 58 del Festival de Cannes, la muestra cinematográfica más importante del mundo. En una competencia que recuperó –en calidad y en nombres propios– el nivel de los mejores años de Cannes, el film de los Dardenne logró imponerse con su nobleza, su severidad y su rigor. Fue un premio doble, además, porque estos cineastas belgas, formados en el campo del cine documental, habían obtenido en 1999 su primera Palm d’Or por la extraordinaria Rosetta, un film que a su potente contenido social le sumaba una realización fuera de norma.
Lo mismo podría decirse de L’enfant (El niño). Fieles al realismo duro que determina todo su cine, los Dardenne vuelven a ocuparse aquí de los desheredados de Europa, en este caso una pareja de adolescentes que vive de pequeños robos callejeros y que acaba de tener un bebé, al que el muchacho trata de vender, sin consultar a la madre. Contra lo que podría pensarse, sin embargo, el film de los Dardenne jamás cede a la tentación del miserabilismo o la infección sentimental: todo en él es crudo, áspero, inclemente, como la realidad que les toca vivir a sus personajes, empujados hacia el vacío por una sociedad de consumo en la que el único valor es el dinero.
Curiosamente, el director bosnio Emir Kusturica, presidente del jurado que ayer entregó la Palma a los Dardenne, es uno de los pocos (junto con Francis Ford Coppola, el japonés Shohei Imamura y el danés Bille August) que ganó el premio mayor de Cannes en dos oportunidades: primero en 1985, por Papá salió en viaje de negocios, y luego, diez años después, por Underground. Y ahora Kusturica les dio a los Dardenne la oportunidad de integrar esa elite de elites con una película que excede en mucho la mera denuncia social para profundizar en un tema más arduo y complejo: la responsabilidad de ser padre. Un tema, por cierto, que fue casi un leit motiv de Cannes, en varios de los films en competencia, empezando por Broken Dreams, de Jim Jarmusch, que se llevó el Grand Prix du Jury, el segundo premio en importancia. “Lo quiero compartir con Lars Von Trier, Gus Van Sant, Johnnie To, Hou Hsiao-hsien y Wim Wenders”, dijo el director de Down By Law, a la platea del Grand Théâtre Lumière, en un gesto de reconocimiento a los colegas, y en muchos casos amigos, con quienes debió medirse.
El austríaco Michael Haneke, que sonaba como un candidato fuerte para la Palma, se quedó con el premio al mejor director, después de haber obtenido cuatro años atrás el Grand Prix por La profesora de piano. A su vez, Los tres entierros de Melquíades Estrada, primer largometraje dirigido por Tommy Lee Jones, fue excesivamente favorecida por el jurado, con dos premios, al mejor guión (para el mexicano Guillermo Arriaga) y para el propio Jones, como mejor actor. Más comprensible fue el premio a la mejor actriz para la israelí Hanna Laslo, por su magnífica interpretación en Free Zone, de Amos Gitai. Y era evidente que los excelentes films asiáticos de Hou Hsiao-hsien y Hong Sang-soo y el del canadiense David Cronenberg no iban a tener quién los defendiera en el jurado. En todo caso, la gran perdedora fue Batalla en el cielo, del mexicano Carlos Reygadas, que se quedó con las manos vacías a pesar del entusiasmo desmedido con que la empujó la crítica francesa y del aura de escándalo con que llegó rodeada, aun antes de su presentación en el Palais des Festivals.
Más allá de los premios, que expresan la sociedad efímera y no necesariamente bien avenida del jurado (se habló de profundas diferencias), la edición número 58 parece haber recuperado el lugar central que siempre tuvo Cannes en el circuito de festivales internacionales y que el año pasado había resignado a causa de una programación oficial demasiado ecléctica, que no permitía discernir un punto de vista sobre el cine. Este año, en cambio, quedó marcado desde el comienzo por el regreso a la Croisette de los grandes nombres, les abonnés de Cannes, que con sus más y con sus menos reivindican la idea del cine de autor tal como la impuso la crítica francesa hace casi medio siglo y que el festival se ocupó de ir actualizando a lo largo de las últimas dos décadas.
En este sentido, debe decirse que Cannes 2005 no fue un festival de descubrimientos, precisamente, y que desde ese punto de vista hay que considerarlo como una edición conservadora. Volver a pisar sobre seguro, recuperar aquellos directores que ya habían conocido el honor de la Palma y que tienen el reconocimiento de la crítica parece haber sido la decisión central de Thierry Frémaux, el director general de la muestra. “La tendencia de la programación la marcan las películas mismas”, afirmó al comienzo del festival. Y estos últimos doce días no hicieron sino darle la razón: las secciones paralelas –Una cierta mirada, Quincena de los realizadores, Semana de la crítica– no tuvieron las revelaciones que suelen ser frecuentes al margen de la competencia oficial. No hubo films ovni, meteoritos, hallazgos, sorpresas, salvo quizás el de la película mexicana Sangre, del debutante Amat Escalante, que se llevó el Premio de la Crítica (Fipresci), en la paralela Un Certain Regard.
El cine argentino, representado en la Quinzaine por Géminis, de Albertina Carri, producida por Pablo Trapero, y en Certain Regard por Nordeste, opera prima de Juan Solanas, consiguió –con la ayuda del Instituto Nacional de Cine (INCAA)– aquello que vino a buscar: una presencia en la principal vidriera del cine mundial.

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