Jue 16.06.2005

ESPECTáCULOS  › OPINION

El Marne

Por Manuel Callau

Vi a Orestes Omar Corbatta tirar un centro para la cabeza de Rubén Sosa.
Vi a Ernesto Bianco caminar el escenario como si volara o volarlo como si caminara, no sé bien.
Vi a Alfredo Alcón detener una función de Hamlet, a las cinco de la tarde.
Vi al Negro Carella tocar la guitarra en el agujerito de su camiseta.
Vi a Walter Santa Ana tomarse un vino con Beatriz Viterbo, aquí presente.
Vi llorar a mi padre solo.
Te amé.
Vi nacer a mi hija.
Vi las manos de mi maestro Raúl Serrano cuando le llevé su manzana, el Día del Maestro.
Soñé haciendo, lo que creía era un mundo mejor.
Viví las asambleas de Actores cuando muchos compañeros fueron amenazados por la Triple A.
Tuve miedo en la larga noche, y lo vi desaparecer en nuestros ojos con miedo.
Me sentí un privilegiado sentado al lado de mis semidioses del teatro, organizando Teatro Abierto, para luego ver morir mi ingenuidad apuñalada por algunos de los que admiraba.
Pasé mi segunda inocencia con la sola referencia de mi pueblo y tu amor.
Me fui al descenso con Racing y ascendí de la mano de mis poetas,
Américo Alvarez,
Luis Franco y Raúl González Tuñón,
Oliverio Girondo, Borges y Galeano,
Benedetti, Víctor Heredia, Fontanarrosa, León Gieco y Serrat.

Vi al “Diego” poeta de Fiorito, pedir perdón a sus hijas.
Defendí encarnizadamente ideas con la gente equivocada y perdí de vista a las personas que tienen ideas.
Ayer fui a lo de mis vecinos, la familia Chiban-Cella a que me salvaran de un naufragio cibernético. Estaban ensayando con Cerda Negra, su orquesta de Tango.
El más viejo tiene 18 años, pibas y pibes, violines, piano, bandoneón.
Luego de resolver mi problema no pude sustraerme a la tentación de pedirles
El Marne, de Eduardo Arolas. Alguno dijo “ése no lo tenemos...”, pero el Colorado Nicolás arrancó con el bandoneón los primeros compases –taraaan tanta raran taran– y de a uno se fueron enganchando en la zapada. Escuché uno de los Marnes más bonitos.
De golpe, por la ventana, entró Orestes Omar Corbatta y dijo
“¡... Nos están cagando a patadas, che!”
Entonces vi en los ojos de Joaquín el violinista y sus Cerda Negra, que sólo había terminado el primer tiempo.

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