ESPECTáCULOS
› MURIO EL DIRECTOR CARLO GIULINI
Adiós a un gran maestro
En un antiguo chiste sin palabras, Quino retrataba la llegada de los músicos a la orquesta. Cada uno humillaba al anterior con un estuche de instrumento más grande, hasta que llegaba uno con un estuche pequeñísimo. Todos se burlaban de él, hasta que sacaba de allí su instrumento: la batuta. Si hay un personaje que, a partir del Romanticismo, se ha convertido en protagonista de la interpretación musical es el director de orquesta. Sobre él recaen los elogios y, también, las diatribas. Puede ser el más amado o el más odiado por sus colegas. Y es, sin duda, el responsable de lo que el mercado de la música llamada clásica identifica con la versión de una obra. Carlo Maria Giulini, uno de los máximos representantes de esa vieja escuela de grandes intérpretes, murió ayer a los 91 años en un hospital de Brescia.
Giulini había nacido en Barletta, en el sur de Italia, el 9 de mayo de 1904. Estudió viola, violín y composición en Bolzano, Roma y Siena y comenzó a trabajar en tiempos en los que nombres como los de Arturo Toscanini y Vitor De Sabata eran todavía poco conocidos. Su debut como director fue en la Academia Santa Cecilia de Roma, en 1944. Siete años más tarde llegó a la Scala de Milán. En 1955 arribó a Estados Unidos para dirigir la Orquesta Sinfónica de Chicago. Fue el inicio de una prolífica carrera internacional, en la que dejó interpretaciones memorables de Mozart, Beethoven, Brahms (una histórica grabación en disco de su tercera sinfonía) y Verdi (uno de los mejores registros discográficos existentes del Requiem). De 1973 a 1976 estuvo a cargo de la conducción de la Filarmónica de Viena. De 1978 a 1984 fue responsable de la Filarmónica de Los Angeles y luego condujo la Filarmónica de Berlín, la Royal Philharmonic Orchestra, la del Royal Concertgebouw de Amsterdam y la Orquesta Nacional de París. Entre sus presentaciones más destacadas estuvieron las del Festival de Edimburgo, en 1955, y las de Los Angeles, Londres y París, tras 15 años de ausencia de los escenarios. También, los espectáculos realizados con Franco Zeffirelli y con María Callas y su concierto en 1991 en el Vaticano. En 1994 festejó sus 50 años de carrera, un año antes de que comenzaran sus problemas de salud, que lo llevaron a abandonar los escenarios en 1998.