Jue 16.06.2005

ESPECTáCULOS  › “UNA MUJER INFIEL”, DEL ESTADOUNIDENSE TOD WILLIAMS

Cuando el cine encuentra un rumbo directo a la literatura

Jeff Bridges y Kim Basinger ponen su oficio en la traslación de una amarga historia basada en una novela de John Irving.

› Por Horacio Bernades

“Detalles específicos, eso es lo que importa”, le dice el escritor a su refractario discípulo, como conclusión final tras la última lección. Como en todas las lecciones anteriores, en ella se han fusionado, hasta hacerse indiscernibles, la experiencia vital y el relato sistemáticamente calculado, la confesión más íntima y la más pulida de las técnicas literarias. “Detalles específicos”, le recuerda por última vez Ted Cole a su alumno. Luego se despide y se vuelve hacia la puerta, vestido con su camisón de entrecasa, que de tan largo obliga a recoger el ruedo para dar un paso. Detalles específicos: la seca, arrogante despedida del maestro y el hastío del alumno ante las ínfulas del otro; el auto que parte llevando a Eddie de regreso; el sol del final del verano llenando el camino de luz crepuscular; el camisón hasta el piso de Ted Cole. Los detalles específicos son los que dan cuerpo y vida a un relato, enseña el novelista John Irving en toda su obra y, en particular, en A Widow for One Year (Una mujer difícil, en la edición de Tusquets). A lo largo de Una mujer infiel, el guionista y realizador Tod Williams ha sabido encarnar la historia en esos detalles específicos con los que se bordan las buenas novelas y las buenas películas. Lección aprendida.
Inconfundiblemente literaria por el rigor, la paciencia y el detalle con que están construidos trama y ambiente, escenas y personajes, Una mujer infiel (adocenado título local para The Door in the Floor) acentúa esa sensación de pertenencia al estar protagonizada, entre otros, por un novelista y su discípulo. No sólo protagonizadas: novela y película desarrollan, está claro, una política, una teoría y hasta una crítica de la literatura. Política, en tanto desde ellas se propone una cierta escuela novelística, aquella a la que John Irving viene adscribiendo desde Libertad para los osos hasta Una mujer difícil, pasando por El mundo según Garp o Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra. La de una literatura que, actualizando el legado de Cervantes, Dickens o Balzac, asuma el desafío de construir un mundo completo, desde sus más ínfimos detalles. Teoría, en tanto a lo largo de su trama se esbozan las técnicas y tácticas literarias de Ted Cole (el gran Jeff Bridges, inmejorable como siempre) frente a la novela que está escribiendo. Y que, para agudizar autorreferencias, lleva el mismo título que la película en el original: The Door in the Floor, “La puerta en el piso”.
Una crítica de la literatura, por último. O, más bien, del narcisismo del escritor que, enfrentado al mundo, lo encara como si se tratara de su propia novela. Para el dios menor y veleidoso que es Ted Cole, el semejante es un personaje manipulable, se trate de la esposa o el alumno, una amante o un par de admiradoras. Exquisita e intrincadamente tramada, Una mujer infiel es la historia del verano en el que Ted Cole, afamado autor de novelas para niños, recibe en su mansión ribereña de East Hampton al quinceañero Eddie O’Hara (Jon Foster), que se postula para aprendiz. Eddie no llega en buen momento: Ted se está separando de su esposa Marion (una Kim Basinger ganada por la tristeza), vencidos por la huella imborrable de un accidente de tránsito, en el que murieron sus dos hijos varones. Completan la trama la pequeña Ruth, a quien mamá no termina de aceptar (Elle Fanning, hermana de la ascendente Dakota); una madura pero muy atractiva modelo y amante de Ted Cole, que suele ilustrar sus propios libros infantiles (la reaparecida Mimi Rogers) y la joven baby sitter, que cuida a Ruth y descuida el uso del sostén (Bijou Philips).
Entre todos, a lo largo de los meses de calor, junto al río o en el pueblo cercano, habrá lugar para la admiración literaria y la rivalidad masculina, la iniciación adolescente y la sombra del Edipo, el donjuanismo de Ted y su castigo. Además del fantasma de los muertos queridos, que no deja de acosar el sueño de los vivos y terminará corporizándose casi, ante los ojos de Eddie. Importa menos la flagrante misoginia que toma por blanco al personaje de Marion –no conforme con cuernear al marido en lacama matrimonial, desatiende a su hija (aun cuando ésta se hiere gravemente) y dejará pagando a todos– que el modo en que Tod Williams ha logrado encarnar, con transparencia y fluidez, la novela original. Cuando el cine es fiel a la literatura, el resultado suele ser pura literatura y ningún cine. Filmada de modo absolutamente clásico, espléndidamente actuada y puesta en escena con apasionada convicción, Una mujer infiel representa una de esas doradas ocasiones en las que el cine puede lidiar con lo literario sin complejos de inferioridad, sabiéndose en condiciones de igualar esa capacidad de construir mundos que caracteriza a las buenas novelas. Esas que hacen del detalle específico su arma y su tesoro.

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