Jue 23.06.2005

ESPECTáCULOS  › VUELVE EL LOCO DE LA MOTOSIERRA

La patria chica de los Bush

› Por Horacio Bernades

Los tres hermanos ya tienen atada a la chica a una silla, en el living de casa, y ahí traen en su silla de ruedas al abuelito, que viene semidormido, luce una cara como de arcilla y chochea a todas luces. Un cuchillo apoyado sobre el cuello permite que uno de los hermanos mantenga a la rubia a raya. Entre los tres arriman al abuelo, le acercan a la boca un dedo de la chica y el abuelo muerde y chupa, como si fuera un bebé agarrado a la teta de la mamá. La chica grita casi tanto como Valeria Lynch en su época de oro. La escena es casi insoportable, pero también grotesca, muy graciosa y bastante simpática, si todo eso junto pudiera ser concebible. A no ilusionarse, que esta secuencia no pertenece a La masacre de Texas que se estrena ahora, sino a la original de mediados de los ’70, The Texas Chainsaw Massacre, que en Argentina se conoció, en su momento, como El loco de la motosierra, en homenaje a la herramienta de trabajo favorita de uno de los hermanos.
Dirigida por Tobe Hooper, la original –que anticipó, en versión mejorada, todo el cine de cuchilleros locos y enmascarados, vg. los de Noche de brujas y Martes 13–, no sólo tenía un sentido del humor que en la remake se extraña, sino, sobre todo, algo que suele caracterizar al buen cine de terror: una soterrada simpatía por los monstruos. Que es el modo en que el cine de género pone al espectador frente a una situación paradójica: la de hinchar más por el monstruo que por la víctima. Dirigida por el debutante Marcus Nispel –que viene del videoclip y los comerciales de televisión–, esta Masacre de Texas, al presentar monstruos y víctimas de una sola pieza, no sólo diluye todo interés. Logra, además, un milagro inverso: no logra construir tensión ni siquiera cuando Leatherface (el loco de la motosierra propiamente dicho) persigue durante media hora, sierra en mano, a su última presa.
La actriz, Jessica Biel, ratifica a su vez la regla formulada en Scream, luciendo las tetas tamaño baño que toda víctima propiciatoria del género se supone debe tener. La muy atendible Biel y R. Lee Ermey (el recordado sargento gritón de Nacido para matar, aquí un sheriff casi más peligroso que el propio Leatherface) terminan resultando los mayores focos de interés de esta devaluada Texas Chainsaw Massacre. Que, como la original, se supone basada en “una historia real”. Con lo cual se confirma que allá en Texas, patria chica de los Bush, la frecuentación del horror no es cosa de los últimos años, sino que viene de mucho antes.

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