ESPECTáCULOS
› TEATRO LORENZO QUINTEROS ESTRENA “LAS TRES CARAS DE VENUS”
Al rescate de la comedia brillante según Marechal
A punto de debutar en el Teatro Cervantes, el actor y director Lorenzo Quinteros pretende rescatar del olvido al dramaturgo y escritor Leopoldo Marechal. “Es un autor con mundo, temática y estilo propios”, dice.
› Por Julián Gorodischer
Lorenzo Quinteros milita por la vuelta de Leopoldo Marechal. Consiguió sus libros en alguna excepcional mesa de saldos, puso el foco en su faceta como dramaturgo, acotando a su comedia blanca alejada del mármol, esquivó su obra más difundida (Adán Buenosayres) y se propuso estrenar Las tres caras de Venus (desde el viernes próximo, en el Teatro Cervantes) para hablar de la batalla entre los sexos tan vigente –opina– en los ’50 como en el 2005. La obra de Marechal sube a escena por segunda vez, siempre con el protagónico de Duilio Marzio (acompañado por Ana María Cores y Horacio Roca), para seguir contando la fábula de un hombre que cree encontrar la fórmula de la felicidad en la pareja cuando decide moldear a la mujer como el contenido de un envase. “El vaso es el hombre, y la mujer es el líquido”, dice Ambrosio, protagonista de la obra, con sarcasmo sobre varios discursos a la vez: el del machismo imperante en 1952 (cuando se estrenó en la Facultad de Derecho) y el de la imposibilidad de convivir a la par.
Atrajo a Lorenzo Quinteros (director consumado después de varias puestas como Hormiga negra, Arlt, postales de su tiempo y Equívoca fuga de señorita) el destino inconcluso de un género (la comedia brillante o blanca) que alguna vez tuvo estatuto de “letra poética” (con el estreno de Las tres caras...) y fue derivando en un formato de vodevil liviano de consumo fácil y descarte rápido de una temporada a la otra. Pero, ante todo, se sintió convocado por el rescate de la figura de Leopoldo Marechal, menos prócer que Jorge Luis Borges o Macedonio Fernández, escritor situado por fuera del canon, olvidado por la crítica académica y casi inconseguible en la mayoría de las mesas de saldo. ¿Las razones?
–Es muy difícil leerlo: acercarse a Adán Buenosayres es como adentrarse en El Quijote, pero hablado en porteño. Pero hay que hacerlo: es un autor con mundo, temática y estilo propios, construyendo arquetipos por todos lados.
–¿Por qué Macedonio Fernández, también un escritor difícil, tuvo el acceso al podio de consagrados?
–Porque Macedonio se puso de moda, pero como lo ponen también cae. Igualmente, es cierto que es más entretenido, tiene formas breves, es un autor humorista. Y habrá que entender que las modas, en realidad, no legitiman tanto: lo ponen o lo sacan demasiado rápido. Yo rescato esta otra mirada sagaz, interesada en las relaciones entre un hombre y una mujer.
–¿Qué resuena del Marechal dramaturgo en el 2005?
–Leí la comedia y me encantó; es su única pieza cómica. La escribió en 1952, rompiendo las reglas de la comedia blanca, hasta ser no totalmente blanca, y le puso el sello de un intelectual fino abocado a temas metafísicos con el eje en la mujer. Hay una crítica a los que hacen cualquier cosa y lo definen como ciencia (aquí Ambrosio, supuesto inventor de la mujer líquida), siempre en el tono de lo cómico.
–¿La trama sobre hombre dominante y mujer dominada no atrasa?
–Marechal se mete en cosas vanguardistas para el momento (los años ’50), se adelanta a contar la promiscuidad en la pareja y el fin de la intimidad, conceptos tan en boga. En ese sentido es una obra absolutamente modernista: los amantes conversan y hacen la transa en el palier de ella y con el marido presente, hasta que se arma una conversación de tres. Ella goza de la triangulación, del cambio de parejas, tema que hasta el día de hoy está muy presente en nuestro imaginario.
Pero un regreso exige una puesta a tono. ¿Se puede seguir hablando del vínculo en una pareja como en 1952? ¿O suena a viejo ese discurso de dominador, aunque sea fallido? Desde una perspectiva de género, Las tres caras... admite una lectura aggiornada –dirá Quinteros– allí donde ofrece una dimensión universal. ¿Cómo se altera la palabra original para que siga iluminando con una mirada lúcida la guerra entre los sexos? “Lo que está diciendo –sigue el director– es que hoy el amor entre dos personas –entre un hombre y una mujer– se mantiene vigente sólo si tiene capacidad de juego, si tiene misterio y si puede hacer participar a ambos de una fantasía.” Para Quinteros, aggiornar no significa un traslado automático al 2000; tampoco la modificación de la letra, ni la ambientación como de megalópolis contemporánea. Los sentidos del hoy se encuentran esta vez congelando, en la década del ’50, ¿un germen, un origen, o una premonición? En cualquier caso, ambientó su puesta como si fuera una película de divas del teléfono blanco, o cualquier otra de los ’50, atraído por las palabras densamente dichas, por exhalaciones, suspiros, llantos desaforados, miradas intensas en air durante varios minutos, besos de artificio que hacían lagrimear.
–¿Por qué eligió localizar la acción en el pasado?
–Adaptar al presente se consigue no necesariamente cambiando la letra. Hacerla de época permite que resuene en algún lugar de la memoria, que toque en el imaginario cultural colectivo, y desde ahí vuelva a iluminar la condición de la mujer, que efectivamente sigue teniendo problemas de dependencia: no se ha liberado. Y los hombres seguimos con problemas graves de relación cuando creemos que la mujer debe responder a la imagen que tenemos de ella.
–¿Por qué buscar en el cine de los años ’50 recursos para construir la comedia?
–Aquéllas son palabras que tienen su luz propia, están en la memoria del espectador argentino, remiten a las películas de la época de oro del cine. Yo me propuse hacerla cuasi de época, si la traía al 2005 iba a perder ese candor, ese teatro de ilusión tan característico de otro tiempo.
–¿Y qué títulos le resultaron especialmente inspiradores?
–Si se trata de hacer ingresar a Las tres caras de Venus en una serie, la incluiría en una junto con Mujeres que bailan, con Niní Marshall, donde se menciona esa pauta social de chicas que aprenden a bailar para estar en el Colón, aunque algunas, como Niní, desearan la rumba. Esa dicotomía entre danza culta y danza popular, que es tan de esa época, aquí se retoma.
–¿También retomó tonos de actuación... modos de decir?
–Me interesaron cosas de las películas de Alberto Castillo: ¡esa actuación apasionada! Los personajes decían: “Che, dame un café”, poniendo insólita pasión hasta en las cosas más nimias. Imaginate la pasión que aparecía cuando una mujer se enamoraba de un hombre o cuando el hombre la engañaba.
El rescate del Marechal dramaturgo, menos arduo que el novelista de las novelas Adán Buenosayres o El banquete de Severo Arcángelo (ver aparte), incluye a su vez una toma de partido sobre el teatro de texto. Lorenzo Quinteros, actor y director más bien clásico, elegirá ese exacto punto medio que distancia al tan de moda teatro aéreo o puramente corporal de la enunciación vacía de diálogos como en el teatro comercial o la ficción de TV. La prosa poética es la materia de Las tres caras... que no se limita al disparate o el enredo, sino que los pone al servicio de una segunda lectura conceptual. En esta historia resuena la figura del escritor de principios del siglo XX, como el propio Marechal y Roberto Arlt, con algo de inventor estrafalario (de medias, de fórmulas de enriquecimiento o, aquí, de dominación amorosa). “Si tuviera que emparentar a Ambrosio, el personaje de Las tres caras... con algún escritor, lo haría con Arlt –dice Quinteros–, con esa mezcla de autor e inventor fallido.” Le gustaría, por qué no, que el estreno sirviera para desandar los caminos más gastados de la época. De eso podría tratarse todo esto: de probar suerte por fuera del canon, también por fuera de lo corriente, ¿demasiado en contra?
–¿No hay demasiado viento en contra apelando a un escritor maldito y a un tono relegado por la moda?
–La dramaturgia de ahora desdeña la palabra como signo destellante. Y el actor queda sumiso a la palabra, o la abandona, o queda sujeto a un automatismo con una menor carga poética, y no puede terminar de disfrutarlo. Al artista verdadero, sin embargo, no le importa la moda.
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