ESPECTáCULOS
› THRILLER PSICOLOGICO Y CRONICA SATIRICA
El precario equilibrio entre deber y placer, razón y pasión
› Por Luciano Monteagudo
Hace ya mucho tiempo que Claude Chabrol –el más metódico y consuetudinario de los veteranos de guerra de la nouvelle vague– ha logrado trascender los géneros y los estereotipos cinematográficos para ir construyendo un cuerpo de obra en el que cada uno de sus nuevos films parece ir agregando un nuevo, pequeño ladrillo en la construcción de un mundo propio, muy particular y que, a la vez, no deja de ser un comentario vitriólico sobre esa compleja trama de relaciones que llamamos realidad. En el cine de Chabrol no hay sorpresas ni bruscos cambios de rumbo, como lo prueban Gracias por el chocolate y La flor del mal, sus dos últimos films estrenados en la Argentina, pero a cambio siempre tiene para ofrecer esa mirada cáustica sobre la pequeña burguesía de provincia que es la marca de fuego que identifica su obra.
Casi diez años después de esa tesis magistral sobre la lucha de clases que fue La ceremonia, Chabrol vuelve ahora a buscar inspiración en otra novela de la escritora británica Ruth Rendell y hace de La dama de honor un film en apariencia prosaico pero que bajo su superficie límpida y sin relieves esconde sin embargo una serie de inquietantes corrientes ocultas. El escenario, tal como lo describe el maligno plano secuencia inicial, son las afueras de la ciudad de Nantes, un suburbio cualquiera donde imperan la rutina y la normalidad, una normalidad que sin embargo no tarda en exhibir sus grietas. En ese banlieieue gris y desangelado vive Philippe (Benoit Magimel), un muchacho que desde joven ha aprendido sus responsabilidades: vive con su madre (la gran Aurore Clément) y sus dos hermanas menores, lo que parece haberlo empujado tempranamente a asumir el rol paterno y las exigencias de la casa. Trabaja como agente de ventas de una pequeña empresa de sanitarios y su patrón no tiene quejas; todo lo contrario, incluso piensa en convertirlo en su socio. Se diría que el futuro de Philippe más que asegurado está condenado: a los 25 años ya cree saber el hombre que será a los 50.
Pero es allí cuando aparece Senta (Laura Smet), la “dama de honor” en la boda de su hermana. En una de esas reuniones sociales que Chabrol, con unos pocos trazos, pinta como nadie, con una empatía no exenta de crueldad, aparece esta chica enigmática y sensual. Al comienzo, esa sensualidad parece propia de la banalidad del contexto: unas miradas cómplices en la fiesta posterior a la boda y un intento de seducción que parece fracasar. Hasta que de pronto Senta toma a Philippe por asalto, para ya no soltarlo, al punto que él comienza a descuidar sus obligaciones familiares para habitar cada vez más el misterioso sótano de la vieja casona en la que ella se refugia.
Ese descenso a las profundidades empezará a cobrar otros sentidos cuando Senta le pida una excéntrica, triple prueba de amor, que ambos deben cumplir: plantar un árbol, acostarse con alguien de su mismo sexo y cometer un asesinato al azar, como una forma de ratificar que el lazo que los une está por encima de cualquier consideración moral. Sin que medie ninguna referencia explícita, La dama de honor comienza entonces apreñarse del espíritu de dos films de los autores que siempre fueron los preferidos de Chabrol. Por un lado, Extraños en un tren (1951), de Alfred Hitchcock, sobre la novela de Patricia Highsmith, en el que un hombre común se veía arrastrado a un improbable intercambio de asesinatos; por otro, Secreto tras la puerta (1948), de Fritz Lang, donde un cuarto clausurado de la casa escondía un terrible misterio.
Asimismo, es notable la naturalidad con que Chabrol impide que su película pueda ser leída solamente como un thriller psicológico. Casi más de la mitad del metraje de La dama de honor está dedicado a la crónica satírica del pequeño mundo familiar y profesional de Philippe, que por momentos resulta más angustioso y asfixiante que la mismísima trama de suspenso, que el director deliberadamente asordina. Lejos de crear un film bifronte, Chabrol consigue en cambio que ambos universos vayan construyendo un discurso común, que habla del precario equilibrio entre el deber y el placer, entre la razón y la pasión. A pesar de la opacidad a la que está condenada su vida social (o quizás a causa de ella), Philippe parece incubar otra vida interior, como lo sugiere su obsesión por una escultura, un torso femenino que atesora como un fetiche bajo su cama y del cual Senta parece una proyección, esa idea materializada. Que finalmente el sueño de un amour fou ceda ante la vulgar pesadilla cotidiana no deja de ser –muy lejos de la noción de happy end– el comentario más corrosivo y desencantado que pueda dejar Chabrol.
8 LA DAMA DE HONOR
La Demoiselle d’honneur
Francia, 2004.
Dirección: Claude Chabrol.
Guión: Claude Chabrol y Pierre Leccia, sobre la novela homónima de Ruth Rendell.
Fotografía: Eduardo Serra.
Música: Matthieu Chabrol.
Intérpretes: Benoit Magimel, Laura Smet, Aurore Clément, Bernard Le Coq, Michel Duchaussoy, Suzanne Flon, Thomas Chabrol.