ESPECTáCULOS
› MUSICA EL CORDOBES HUGO VARELA CELEBRA SUS 25 AÑOS CON EL ESPECTACULO
“El humor empezó como un juego”
Luthier, músico, humorista, actor, Hugo Varela viene recorriendo escenarios desde hace mucho y los festeja con un nuevo show que está presentando en el ND/Ateneo.
› Por Emanuel Respighi
Hugo Varela es otro exponente del humor cordobés, esa provincia que ya se transformó en una usina de cómicos nacionales. Sin embargo, el luthier, humorista y músico desarrolló una carrera muy diferente a la de sus coprovincianos. En primer lugar, porque prefirió la sutileza y la rima en clave musical al chiste fácil y subido de tono que caracteriza a los humoristas de esa parte del país. Pero, además, porque pese a haber pasado su infancia y buena parte de su adolescencia en las sierras cordobesas, fue en Buenos Aires donde desarrolló la totalidad de su carrera. “Parezco un cordobés expatriado”, le dice a Página/12, con ese tono y esa forma que inevitablemente causa gracia al interlocutor de turno. Después de una prolífica carrera, el artista estrenó este fin de semana 25 años pocos serios, el nuevo espectáculo que durante todo julio presenta en el teatro ND de Ateneo, los viernes y sábados a las 20.30, y los domingos a las 20.
Aunque el espectáculo coincide con los 25 años de Varela haciendo humor, 25 años... no será el típico “mejores éxitos” que en estas fechas redondas los artistas o productores suelen organizar. “Es un show diferente a los demás: hay nuevos instrumentos, canciones y situaciones por las que reírse”, explica el humorista, autodidacta capacitado para hacer una flauta con una zanahoria, un bandoneón a timbres de puertas o una silla-arpa. “Ya son 25 años con el humor, pero en los escenarios, como mimo o músico, ya hace más de 30 que vengo... ¿se podría decir robando?”, se pregunta, con cara de estar sumamente interesado en la respuesta.
Oriundo de San Francisco, Córdoba, Varela inició su carrera artística a los 16 años, tocando la guitarra de una banda de rock llamada Teen Dover’s. “En esa época –repasa–, teníamos como inspiración a los Pick Up, un grupo mexicano que era uno de los pocos que hacían rock en castellano. Entonces, nosotros cantábamos rock, pero con acento mexicano. Era muy divertido.” ¿O sea que, aunque sea indirectamente, ya en ese época hacía humor? “Claro, ahí empezó todo. Yo era el payaso del grupo. Pero no me daba cuenta porque me salía naturalmente”, admite.
–¿Siempre se destacó su veta humorística?
–Sí, pero por fuera del escenario. Hasta ese momento, arriba del escenario venían las cosas serias. En realidad, la faceta humorística con público nació recién a principios de la década del ’70, cuando alquilamos un boliche en Villa Gesell. Era una época de primavera argentina, amor libre, pleno momento hippie: había una euforia creativa, mucho furor del psicoanálisis, de mucho delirio. Armamos un boliche que era como una peña, en la que había varios artistas y un escenario que apenas insinuaba. Era todo muy moderno: el piso del lugar era de arena, a la gente que llegaba le dábamos un equipo de mate y los integrábamos en grupos para charlar y ver los espectáculos. Y como arriba del escenario pasaba de todo, yo aprovechaba ese lugar libre para probar cositas con el humor.
–¿O sea que el humor era casi un hobby para usted?
–El humor empezó como un juego. De hecho, en mi vida siempre había adelante algo serio o respetable, sea como músico o como estudiante de arquitectura. No le daba mucho crédito a mi faceta humorística, nunca creí que iba a vivir del humor. El humor fue un hobby hasta los 30 años, cuando me di cuenta de que el eje de mi vida era el humor y no arquitectura. Por algo le dedicaba más tiempo al estudio musical y teatral que a la arquitectura. Ahí armé una rutina y empecé a tomarme seriamente la cuestión de ser humorista.
–¿Hubo una situación puntual que lo volcó hacia el humor o fue la culminación de un proceso que se dio naturalmente?
–Era una época en la que yo tenía varios laburitos, estaba casado y me había enterado de que iba a tener un hijo. Había una responsabilidad para afrontar ser el sostén familiar. Y me la jugué por el humor porque lo musical no me daba tanto dinero. Dedicarme al humor fue un tiro al vacío total, porque yo no sabía ni cómo me iba a ir ni qué significaba ser un humorista. Pero al final salió todo bien.
–¿Ya en sus primeros shows humorísticos los acompañaba con la guitarra?
–Sí, la guitarra fue siempre para mí una especie de escudo. Por que, además, la guitarra la sabía tocar desde chico, me sentía seguro. En cambio, el humor profesional era algo nuevo. Me permitía hacer humor porque si veía que la cosa no caminaba me arropaba en la guitarra.
–¿Y cuándo surgió la técnica de inventar extraños instrumentos musicales, a partir de reformar objetos de los más cotidianos?
–Lo que pasa es que yo soy amante de lo artesanal. Cuando era chico, ya me las rebuscaba para crear títeres o juguetes. También he hecho destrozos, por supuesto. Y cuando empecé con el humor me di cuenta que podía sumar al espectáculo el lado artesanal de mi persona. El primer instrumento raro que agregué fue el famoso “Coya-orquesta”, que lo reactualizo cada tanto, donde tocaba el charango, tenía dos quenas en la cabeza y el bombo lo tocaba con los pies. Me di cuenta lo divertido que era faltarle el respeto a instrumentos que destilaban solemnidad. Hice violines con plumeros, saxos hechos con regaderas, flauta con zanahorias...
–Eso de “faltarle el respeto a los instrumentos”, ¿le generó algunas voces críticas en sus primeros años?
–Eso era lo que esperaba, a decir verdad. Pero no pasó nada extraño. Pronto, todos se dieron cuenta de que lo mío no venía nada en serio... Gracias a Dios.