Mar 12.07.2005

ESPECTáCULOS  › JAVIER CASALLA, VIOLINISTA CON FORMACION
CLASICA Y ESPIRITU TANGUERO

Un viaje a los orígenes del tango

Su flamante disco, mínimo y entrañable, rescata el sonido crudo de los años ’20. El “hit” es un homenaje a Boca Juniors.

› Por Cristian Vitale

Justo en el peor momento de Boca Juniors en años, Javier Casalla y Daniel Melingo –dos que aman por igual al fútbol, al tango y al xeneize– aparecen haciendo un tema dedicado al club de la Ribera. La composición dura apenas 1 minuto 45 segundos, lleva como nombre las iniciales del club (CABJ) y tiene un sonido austero, añejo, como si lo estuviera ejecutando el mismísimo sexteto de Julio De Caro en la década del ’20, era dorada del tango, del fútbol y de Boca. La letra apela a un amor azul y amarillo incondicional, “una pasión inclonable / imitable pero inigualable”, y opera como el “hit” del disco debut de Casalla, talentoso violinista que mostró en su debut discográfico solista una faceta mínima pero sentida de su ecléctico background. “En algún punto, el fútbol tenía mucho que ver con el tango que reflotamos, sobre todo Boca, club de proletarios e inmigrantes, que se hizo fuerte en esa década. Dani es otro hincha perdido como yo y naturalmente se copó con la idea, y se mandó un recitado que parece Sucesos Argentinos”, describe Casalla. Apenas uno más de los doce temas que contiene el disco es cantado: Aquellas farras, de Firpo y Cadícamo, con voz al frente, en este caso, de Cristóbal Repetto.
“Es una de las pocas si no la única grabación de Gardel que, además de guitarras, tiene piano y un violín que suena maravilloso; es lo que intenté reflotar –dice–. Me resultó interesante porque forma parte del repertorio de Gardel menos conocido.” El resto es una seguidilla fugaz de temas instrumentales, algunos de composición propia, como el mismo CABJ, 20 locos 20 o Diga 33, y otros ajenos como Mala junta, de Laurenz, De Caro y Velich; o A media noche, de Maglio y Dizeo, pero todo enmarcado bajo un sonido pelado como el de las orquestas del ’20. “Estoy lejos de desautorizar al otro tipo de tango, el que triunfó, digamos. Me parece que hay lugar para todo. Mi objetivo es devolverle el costado más folklórico al tango”, aclara.
–¿Cómo hizo para lograr un sonido tan de los años ’20? Realmente parece un disco viejo...
–La búsqueda fue por el lado de la crudeza, con la idea de que el sonido te pegue en la cara. Que escuches la madera, el aire del instrumento y no esconderlo tras efectos “embellecedores”. También fue fundamental la aparición del violín corneta.
–El que aparece tocando en la tapa.
–Sí, se transformó en un sello para mí. Es un instrumento que se usaba en las técnicas de grabación de los años ’20. Como se grababa con un micrófono solo, los grupos tenían que ser liderados por violinistas para que no los tapara la masa orquestal, los fueyes o el piano. Lo utilizaban para dirigir la corneta hacia el micrófono y que se escuche mejor. Es un sonido tan acabado el que produce, que le ponés cualquier micrófono y suena. En mi disco cumple el rol de cantante.
La formación musical de Casalla arranca temprano. A los 8 años decidió estudiar violín y a los 10 empezó, primero con Boris Chumachenco y después con Ljerko Spiller. Ya adolescente, se integró a la Orquesta Juvenil de Radio Nacional y a los 18 estaba tocando en la Sinfónica Nacional. “A la par tenía un grupo de folklore, que me disparó la otra dimensión de la música: me sacó del fenómeno de lectura o interpretativo para descubrir el sonido como un viaje, la improvisación”, evoca. Como extensión de esa otra dimensión, devota de Jorge Pinchevsky si se quiere, Casalla armó una banda filopunk llamada Los Choclos –en la que cantaba el humorista Daniel Aráoz– y de ahí saltó a codearse con bandas de peso en el rock argentino. Su crédito figura en discos y/o vivos de La Renga; Bersuit, época Santaolalla; Divididos, época Gil Solá, etcétera. “Durante los ’90 me la pasé callejeando y tocando por todos lados. Participé en más de 60 discos hasta hoy y lo último que registré fueron unas chacareras para el próximo trabajo de Mercedes Sosa”, relata. Pero entre sus beneficios más conducentes está el de haber trabado relación con Gustavo Santaolalla. Además de ser parte de Bajofondo Tango Club y del staff de GAS –disco solista de Santaolalla grabado en 1995–, Casalla le debe el arrime con grandes bandas de rock y, además, la existencia misma de su disco: el ex Arco Iris es su productor. “Jamás imaginé que le hubiese podido interesar un repertorio tan tanguero. Pero cuando escuchamos mis demos, me comentó que estaba por sacar un subsello de música de raíz y que iba a arrancar con el tango. Yo había conseguido un montón de partituras, que grabé en una portaestudio con la idea de tenerlas para mí, pero al final se dio otra cosa.”
–¿Por dónde pasa hoy la utilidad de su formación “seria”?
–Creo que mi formación clásica me dio un dominio del instrumento que hoy me permite volarme en un escenario, sin saber qué nota estoy tocando. Mis diferentes aprendizajes conformaron una totalidad que no sé muy bien cómo definir, pero básicamente se traduce en el dominio del instrumento para hacer lo que quiero.
–¿Por qué entonces la idea de grabar un disco que, más que esa totalidad de la que habla, registra solamente tangos y milongas de la década del ’20?
–Fue motivado por un enamoramiento profundo que me agarró por ese tipo de grupos y sonidos, a partir del descubrimiento bastante tardío del sonido de fines de los ’20: el sexteto Julio De Caro, la Orquesta Típica Víctor con Vardaro en primer violín; Donato y sus muchachos, etcétera. Me atraparon lo primitivo del sonido y su energía: todos estos grupos se me hacían muy cercanos al folklore y al rock, sobre todo a nivel química grupal. El sexteto de De Caro es conceptualmente una banda y no un rejunte de buenos músicos interpretando tangos.
–Otro detalle saliente del disco es su duración total: apenas 25 minutos. ¿Cuál fue la intención?
–Que cerrara perfecto. Es como un cortometraje, al que nunca vas a quitarle valor por ser más corto. Ni siquiera se justificaba que durara 40 minutos, como los vinilos. La superposición de violines, homenajeante y a la vez actual, no necesitaba más. Muchos se imaginarían que mi primer disco iba a ser más virtuoso, pero no: es simplemente un sonido. Básicamente, la idea fue tratar de reflotar ese primer tango que era más folklórico, más alegre y menos escolástico.

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