ESPECTáCULOS
› “UN BUDA”, DEL ARGENTINO DIEGO RAFECAS
El zen en el arte de filmar
› Por Horacio Bernades
En la historia del cine no hay, que se sepa, ni una sola película dirigida por un cura católico, un sacerdote metodista, un rabino o un mullah. Sin embargo, con Un buda ya son dos las películas dirigidas por monjes budistas. La primera fue La copa, estrenada hace unos años en Buenos Aires y protagonizada por internos de un monasterio tibetano, más interesados en ver por televisión la copa del mundo que en asistir al rezo matinal. Dirigida por el debutante (y maestro zen) Diego Rafecas, Un buda tiene, como aquélla, la discreción o la astucia de no caer en lo panfletario. No al menos de forma evidente, aunque no por eso deje de querer convencer a la audiencia de las bondades del budismo (zen, en este caso). Lejos está de lograrlo, pero al menos le evita al espectador la pesada prédica del convencido.
El debate que el realizador quiere dar (entre racionalismo y misticismo, entre Oriente y Occidente, entre cuerpo y mente) se ve encarnado en la figura de dos hermanos opuestos, ambos de apellido Rama (palabra de origen hindú, que vaya a saber cómo cayó en el árbol familiar). E hijos de desaparecidos. Ya que, según parece, la última dictadura militar consideraba sumamente peligrosos al budismo y la meditación (a eso se dedicaban los padres de ambos, encarnados por... ¡Boy Olmi y Paula Siero!). El menor de los Rama, Tomás (Agustín Markert, que también es monje budista) siguió el camino paterno, con el suficiente fanatismo como para ponerse a meditar en medio de una disco, mientras el DJ pone música dance al mango y alrededor están todos dados vuelta.
“No le gusta salir, ni ir al cine ni bailar. No le gusta el sexo, no lee...”, se queja con razón la novia de Tomás (Carolina Fal) a su hermano mayor, Rafael (el propio Rafecas). Profesor de Historia de la Filosofía, éste será quien cruce con su hermano el debate de ideas al que la película apuesta. Más allá de lo enteléquico del planteo (antes que personajes con vida propia, Tomás y Rafael son representaciones de ideas), debe reconocerse que Un buda tiene, al menos, la decencia de no caer en el maniqueísmo. En más de un momento, Tomás queda más como un desubicado que como un iluminado, así como el escepticismo de su hermano suena con fundamento. Claro que al final Rafael terminará metido en un templo zen, en medio de las sierras de Córdoba, haciéndole preguntas a un maestro –que recuerda demasiado al de Kung Fu–, luego de apretar con Julieta Cardinali, que hace de seguidora de Sai Baba.
Con música de Pedro Aznar, elenco lleno de nombres conocidos y espléndidamente fotografiada por Marcelo Iaccarino, de lo que Un buda no tiene aspecto es de film indigente, hecho con dos pesos por una pequeña secta de creyentes.
5-UN BUDA
Argentina, 2005.
Dirección y guión: Diego Rafecas.
Fotografía: Marcelo Iaccarino.
Música: Pedro Aznar.
Intérpretes: Agustín Markert, Carolina Fal, Julieta Cardinali, Diego Rafecas, Tina Serrano, Vera Carnevale y Luis Ziembrowski.