ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A LA DRAMATURGA MARIA INES FALCONI
“Todo se aceleró: ahora vienen bebés al teatro”
La especialista en la escena infantil y juvenil explica cómo los cambios culturales afectaron las etapas evolutivas. Está presentando en la UPB Chiches, la única obra en cartel para chicos de 1 a 3 años.
› Por Silvina Friera
Cuando los bebés invadieron una de las funciones, la dramaturga y directora María Inés Falconi, asombrada por las hileras desordenadas de cochecitos, dijo: “Ahora la sala es una playa de estacionamiento”. Hace dos temporadas, especialmente durante las vacaciones de invierno, el balneario se le desborda con estos pequeños visitantes que forman parte de un público generalmente a la deriva, arrastrado por padres, abuelos, tíos y hermanos. Muchos de estos intrusos naufragan en sus cochecitos por las aguas de obras que los expulsan sin retorno. En el peor de los escenarios posibles, no pueden soportar el sonido o se espantan y lloran con un apagón; en el mejor, se aburren o se quedan dormidos. Para no quedarse cruzados de brazos, mirando desde el backstage cómo se renueva cronológicamente el espectador infantil, Falconi y el grupo de teatro Buenos Aires se plantearon un desafío: Chiches, dirigido por Carlos de Urquiza, un espectáculo pensado para aquellos bebés que hacen su primera experiencia teatral, que se presenta los fines de semana en la Universidad Popular de Belgrano (Ciudad de la Paz 1972).
No es la primera vez que Falconi, una de las pocas dramaturgas especializadas en teatro infantil y juvenil de la Argentina, escribe una obra para bebés. Su primera investigación se plasmó en escena en 1987 cuando estrenó Paquetito, pero después ella rumbeó hacia el teatro para los preadolescentes, especialmente con Chau señor Miedo. “Escribir para los chiquitos fue como empezar de nuevo”, admite Falconi en la entrevista con Página/12. Y no es una exageración: la velocidad de los cambios culturales afectó todas las etapas evolutivas. “Los de 11 ya son adolescentes, van a bailar, tienen celular, hacen cosas que antes hacían recién a los 15. Los chicos entran a primer grado sabiendo leer y escribir. Si bien la adolescencia está prolongada en su extremo superior, hacia abajo las cosas se van acelerando y ahora vienen bebés al teatro”, plantea la autora de Belinda lava lindo, Guau y Pérez/Gil, piratas, entre otras piezas.
–¿Cómo trabajó la palabra en una etapa en la que los chicos responden más al estímulo visual?
–Para mí fue toda una experiencia porque yo soy de escribir con muchas palabras, sobre todo para preadolescentes. Los más chiquitos se manejan exclusivamente con sustantivos y con verbos; no usan ningún otro tipo de construcción gramatical. Básicamente trabajamos con sustantivos y verbos que acompañan la situación o que hacen evidente un deseo. Ya sobre el final, cuando estábamos por estrenar, uno de los personajes decía “mejor no”. Y cambiamos la frase porque “mejor” no es una palabra que diga o piense un chico de dos años.
–¿Chiches cuenta una historia o plantea escenas sin conexión?
–Empezó queriendo tener escenas, pero cuando terminó nos dimos cuenta de que estábamos contando historias de crecimiento. Trabajamos sobre cuatro juguetes básicos: la torre de cubos, la pelota, la muñeca y el autito. La secuencia de la pelota siguió su propia historia que tiene que ver con el manejo del elemento y con los vínculos entre los personajes. Partimos del “no prestar”, de “arruinarle el juego al otro” y llegamos a la posibilidad de compartir.
–¿Por qué no hay obras destinadas exclusivamente a los bebés?
–Creo que todas las obras ponen el cartel “a partir de dos años” porque nadie se quiere quedar sin ese público, aunque la mayoría estén pensadas para chicos de 7 a 10 años, que paradójicamente son los que no van al teatro. O sea que estamos haciendo todo al revés, pero pegamos por la tangente. En realidad el que viene al teatro es el de cuatro o cinco años con el hermanito de dos, y al de 7 lo traen medio a la rastra. Este tipo de espectáculos para chiquitos no se puede dar en salas muy numerosas, entonces no es redituable. Siempre estamos en el problema de los extremos: hay poco teatro para preadolescentes y también para los chiquititos.
–A partir de los cambios que se dieron en los últimos años, ¿en qué aspectos atrasa el teatro infantil de la Argentina?
–Estamos trabajando permanentemente sobre el cliché de lo que es el chico: una obra debe tener mucho color, música y fantasía, no tiene que tener nada problemático y el final debe ser feliz. El público busca eso, los teatristas responden a esta búsqueda, con honrosas excepciones, pero en general no podemos romper con esta situación. Nosotros hacemos una encuesta entre los padres; una madre, al finalizar una función, escribió: “al vestuario le falta colorido, sobre todo porque es para más chicos”. Es difícil aceptar que hay otra forma de acceder a los chicos que no sea a través del hada con el turbante. Nos tendríamos que sacudir un poco los prejuicios; estamos respondiendo a las pautas que las escuelas imponen sobre lo que es un chico, y la escuela siempre fue la parte de la sociedad a la que le cuesta más cambiar. El teatro no está proponiendo el cambio sino todo lo contrario, se están produciendo obras para conformar a este estado medio de la escuela. Estamos yendo a lo seguro: la escuela, los teatristas, los padres, pero “Seguro” murió hace rato (risas).