Mié 27.07.2005

ESPECTáCULOS  › FLORENCIA SVAVRYCHEVSKY Y UN
CICLO PARA ADULTOS EN ESPACIO CALLEJON

“El títere puede representar todo”

Ascensión de un infante es una de las cinco obras de títeres que integran el ciclo, en las que el tiempo, el ensueño y la fantasía sirven como disparadores y dan juego a otros lenguajes.

› Por Hilda Cabrera

El eje del ciclo es el tiempo, el que “ronda” a los personajes y pasa. También el tiempo de un viejo “que recuerda para seguir sintiéndose joven” en Ascensión de un infante, de Florencia Svavrychevsky, una de las obras de títeres para adultos que se vienen presentando en Espacio Callejón, de Humahuaca 3759, donde se ofrecerán más funciones hoy y el 10 y 17 de agosto. Integran este ciclo otras cuatro piezas en las que el ensueño, el tiempo y la fantasía son elementos comunes a los trabajos de los cinco elencos agrupados en Triciclo Producciones. Ascensión..., interpretada por el Grupo No-Mente, posee carácter metafórico: “El título abre paso al tema del tiempo e invita al lugar de los mayores”, observa Svavrychevsky, quien concibió una puesta en varios planos. Un ejemplo son las imágenes que a modo de flashback se suceden delante de los objetos escenográficos, completando la historia del protagonista. “Es necesario recuperar lugares, anticiparse al desplazamiento de los objetos y ser lo más claro posible. Tener el diseño en la cabeza antes del montaje”, resume.
Su espectáculo y Deshilar el tiempo, de Carolina Ruy, toman elementos del cine: “En una puesta anterior, Ascensión... sumaba cuarenta cambios de luces en treinta minutos. Eran demasiados, aunque consideramos a la luz protagonista”, señala Svavrychevsky, egresada del Conservatorio de Arte Dramático, de la Escuela de Titiriteros del TSM y de talleres sobre su especialidad y danza contemporánea. Adicta al cine, le atrae el oriental y dice haber visto varias veces las películas de Andrei Tarkovski. Diseñó los títeres de Ascensión... con “partes de máscaras de caras de muñecos”, algunos prestados por la actriz-titiritera, autora y directora Ana Alvarado para confeccionar moldes. Las técnicas provienen del teatro de sombras, la manipulación directa, de mesa y de varillas. Apasionada con su tarea, asegura que cuando el títere y el objeto entran en escena capturan la atención y que ella entrega el alma.
–¿Cómo nació este interés?
–Estaba trabajando como voluntaria en el Hospital Pedro de Elizalde junto a mis compañeros budistas. Nuestro papel era de cuenta-cuentos, hasta que se nos ocurrió armar un número con títeres. Los chicos se rieron tanto... ¡y la alegría que mostraron cuando incorporamos música! Algunos nenes sólo se relacionaban a través del ritmo. Me di cuenta de que no sabía nada de títeres y debía formarme. Disfruté enormemente del estudio. A pesar de ese comienzo, hoy no hago títeres para niños.
–¿Por dónde pasan las preferencias?
–Me gustaría armar una obra con embalajes, un poco inspirada en las creaciones de Tadeusz Kantor. Con Ana Alvarado ensayé poniendo fundas a figuras humanas. En las puestas, pienso primero en el material y después en qué historia quiero contar. Ensayo con música de John Cage y de un oriental, Nakamura. Me atraen Laurie Anderson, el Balanescu Quartet, Kronos Quartet y Air, de la banda de sonido de Las vírgenes suicidas, de Sofia Coppola. Escucho muy seguido la ópera Dido y Eneas, de Henry Purcell. Una historia que me resulta interesante para unir a los embalajes es la de Kaspar Hauser, protagonista de una película de Werner Herzog.
–¿Por qué las cajas?
–La idea de embalaje surgió de una consigna para un trabajo de taller. Debía crear algo que se conectara con mi niñez, y recordé haberme mudado muchas veces. Aquellas mudanzas señalaban el paso del tiempo y el de los cumpleaños en los que enviábamos y recibíamos presentes. El embalaje es un símbolo de mi niñez. Nací en Quilmes, pero crecí en Córdoba: mi madre me llevó porque yo era asmática y decían que el aire de Córdoba era beneficioso. Mi papá se quedó acá, trabajando. Aquella distancia me dolió. Para el taller, imaginé embalajes cubriendo personas de distintas edades.
–¿Qué diferencia a la dramaturgia de actores de la de títeres?
–Con Mauricio Kartun aprendí que con un títere se puede representar todo. Un personaje títere puede mostrar apenas algo para que el espectador imagine el resto o “quemarse vivo” en escena.
–¿Cuáles son las técnicas?
–Cada grupo utiliza varias. En Tedeum Beatus, el juego entre máscaras y telas es muy interesante. El intérprete pone, literalmente, parte de su cuerpo. La propuesta no es polemizar con la Iglesia sino desarrollar una situación: la de estar atrapado por los deseos, algunos permitidos y otros censurados. Esta obra requiere movimientos precisos y conocimientos de danza. En Una ventana se utilizan ropa y perchas, manipuladas con las manos o con varillas de madera. Vox Alicia toma el estilo del teatro negro y técnicas del retablo (manipulación directa y varillas). Deshilar el tiempo mezcla imágenes y música, teatro de sombras y de los Pupi italianos.
–¿Qué le aportó el budismo?
–En un momento de la vida, una siente un vacío. Con el budismo empecé a sentir que no estaba sola y podía conectarme con el universo. Aprendí a disfrutar y a sufrir lo que presentaba la vida, y a escuchar sin poner sobre mí cargas inútiles.
–¿Quitar dramatismo a la vida?
–En el budismo no aparece el elemento perverso de la culpa. Una no es ni blanco ni negro. Está bien ser responsable, pero no flagelarse.

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