Jue 28.07.2005

ESPECTáCULOS  › EL FORMALISMO SE IMPONE
AL PODER HIPNOTICO DEL FILM

Un gineceo de pequeñas orugas

› Por Luciano Monteagudo

Un bosque umbrío y silencioso, que invita al misterio. Y allí una vieja alcantarilla, que promete unos túneles húmedos, solitarios, que dan a unas escaleras... Y las escaleras a su vez a unos pasadizos y los pasadizos a una puerta cerrada, que no hace sino alimentar aún más la curiosidad y la sensación de estar en un sueño, o quizás una pesadilla. Así, paso a paso, como si se tratara de atravesar el umbral que marca la última frontera de la realidad, la directora Lucile Hadzihalilovic va guiando al espectador hacia su mundo oscuro y cerrado. Ese mundo, inspirado en una novela olvidada del autor alemán Franz Wedekind, remite a las fantasías de la infancia y es exclusivamente femenino, un extraño gineceo hecho de niñas en tránsito a su pubertad. Como dice alguien en el film, “pequeñas orugas”, de quienes se advierte, sin embargo, ominosamente, que “no todas llegarán a ser mariposas”.
Ese mundo imaginado por Wedekind y materializado por Hadzihalilovic tiene la forma de un internado, de un colegio exclusivo situado al margen de todo, a donde las niñas llegan de la manera más curiosa e inquietante: dentro de un ataúd. Una vez allí, las recién llegadas despiertan de su letargo y son recibidas por las pupilas que ya habitan el lugar y visten impecables uniformes blancos, con polleras tableadas y botines negros. Hay un inconfundible aire perverso en esas primeras imágenes de Hadzihalilovic, que superponen sensaciones de muerte y erotismo.
Todo en el film depende de la construcción de esa atmósfera, de esa impresión de extrañamiento, de esos “deslizamientos progresivos del placer” por citar el título de una película de Alain Robbe-Grillet, un escritor y director cuya sombra parece sobrevolar por momentos el aire de Innocence. Hasta se diría que en la puesta en escena fría, distante, geométrica de Hadzihalilovic se reconoce algo de la que había imaginado Robbe-Grillet para Hace un año en Marienbad (1961), filmada por Alain Resnais siguiendo sus precisas instrucciones. Incluso la noción de laberinto casi vacío de Innocence remite también a aquel film de culto, siempre mucho más citado que visto. Y en un registro completamente diferente, alguien también podrá sentir frente a este internado el eco de la escuela de ballet de Suspiria (1977), de Dario Argento, un cineasta que la misma realizadora reconoce como uno de sus preferidos (ver entrevista).
Pero a diferencia de esos antecedentes, aquí no hay rastros ni del lujoso mundo adulto de Robbe-Grillet ni de la sangre omnipresente de Argento. En Innocence siempre es mucho más lo que se sugiere que aquello que en definitiva se dice o se ve. La violencia, por ejemplo, está latente en el film, pero nunca se ejerce de manera explícita. Una de las institutrices del internado (dirigido por Corinne Marchand, cuarenta años después de Cléo de 5 a 7, de Agnés Vardá) menciona que “la obediencia es el único camino a la felicidad”. Y se intuye un sistema punitivo en esas rutinas hechas de órdenes y horarios estrictos, en ese mundo regido por la tiranía de la pulcritud y del reloj.
Se podría pensar que toda esta maquinaria que imagina el film –rodado en un formato insólito: el rectángulo 16mm Scope ampliado luego a 35mm, como Solo contra todos, de Gaspar Noé, el marido de Hadzihalilovic– no es otra cosa que una alegoría sobre el tránsito de una etapa a otra, sobre los severos dictados que impone la organización de los adultos a la fragilidad y la imaginación de la infancia. Seguramente es así, pero en todo caso el formalismo extremo del film, su excesiva solemnidad lo vuelven algo demasiado presuntuoso, por momentos tan hipnótico como vano.


7-INNOCENCE
Francia, 2004.
Dirección y guión: Lucile Hadzihalilovic, basada en la novela Mine-Haha o la educación corporal de las niñas, de Franz Wedekind.
Fotografía: Benoît Debie.
Música: Leos Janacek y otros.
Intérpretes: Bérangère Haubruge, Zoé Auclair, Lea Bridarolli, Marion Cotillard, Hélène de Fougerolles, Corinne Marchand.

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