ESPECTáCULOS
Quinteto Urbano, con alma de jazz y lenguaje propio
› Por Diego Fischerman
En el mundo del jazz argentino existe un elogio que, como un cuchillo traicionero, suele tener dos filos. “Suena como un grupo extranjero”, se dice. La intención es remarcar un cierto nivel técnico, el groove –esa manera de empujar hacia delante que posee el buen jazz– y, desde ya, el ajuste. La frase busca ahuyentar, podría decirse, el fantasma acerca de si ese hipotético grupo parecería igualmente bueno en el caso de no ser argentino. Pero la contracara es que, si desde el punto de vista de la técnica instrumental sería magnífico que a un grupo local pudiera confundírselo con uno extranjero, desde la perspectiva del interés del lenguaje esa aseveración sería la condena definitiva al anonimato. Nunca es bueno –y en el jazz, mucho menos– que los estilos de uno puedan confundirse con los del otro. El Quinteto Urbano, que se presentó en vivo en La Trastienda, hizo realidad la mejor parte de ese elogio sin caer en el peligro de la otra. Suena como un grupo extranjero siempre y cuando pudiera aceptarse que un grupo de músicos de otra parte (o simplemente otros músicos) pudiera tocar de manera propia y cargada de originalidad.
Parte de una nueva generación del jazz argentino, este quinteto comparte con nombres como los del pianista Ernesto Jodos, el saxofonista Luis Nacht, los guitarristas Fernando Tarrés o Guillermo Bazzola (actualmente en España), la cantante Mariana Baraj o, un poco más afuera de la ortodoxia, el también pianista Adrián IaIaies o el guitarrista Luis Salinas, la coincidencia de dos virtudes que solían ir separadas: una gran solvencia instrumental y la preocupación por manejarse con un lenguaje y un sonido propios y reconocibles. En la música de esta nueva generación del jazz hay ideas, hay matices y, sobre todo, la información pasa por muchos más lugares que la velocidad de la que pueda ser capaz el solista para jugar carreras desde un la a otro la sin obstáculos. Si para música de fondo con olor a jazz sirve casi cualquier grupo o solista que se digne a reproducir los tics más evidentes del género, como objeto para ser escuchado con atención, no son tantos los que cumplen los requisitos (ni en la Argentina ni afuera) y el Quinteto Urbano es uno de ellos.
Los argumentos de este grupo, además de la obviedad de ser precisamente eso, un grupo, y de sonar como tal, pasan por bucear con naturalidad en matrices rítmicas o melódicas que vienen de otras músicas. La milonga, la vidala (en la hermosa “Mi pequeño Angel”), el tango (que se cuela en el fraseo de muchos de los solos), una chacarera, aparecen una y otra vez. Y, en todos los casos, la sensación es que se ha recurrido a esos sellos de argentinidad no como manera de lavar culpas o de comprar un cierto pasaporte de autenticidad sino por la razón mucho más sencilla –y musical– de que se los consideró interesantes. Hay infinidad de recursos puestos en juego para lograr ese pequeño principio estético tantas veces descuidado: que la cantidad y riqueza de la información sea proporcional con el tiempo que demanda su ejecución. En “La búsqueda”, el tema que abrió la actuación, por ejemplo, aparecieron elementos significativos: trabajo con distintas texturas, variedad tímbrica (incluso en la batería, que en una sección del tema es tocada con las manos), contrastes expresivos entre secciones. Urquiza, Domínguez, Schissi, Delgado y Giunta son excelentes solistas, como lo demostraron en hits del quinteto como “El Compadre” o el notable “Malón”. Pero, sobre todo, son capaces de construir con esos lenguajes individuales (y con las relaciones que se tejen entre ellos) una totalidad aún mayor que la suma de las partes.