ESPECTáCULOS
“Ser un artista comprometido fue para mí siempre un sufrimiento”
Víctor Heredia presentará el 8 de junio en el Gran Rex su último CD, publicado el año pasado. El músico está asombrado por el modo en que la actual crisis social resignificó varios de sus temas.
› Por Fernando D´addario
Víctor Heredia presentará nuevamente su disco Entonces, grabado a mediados del 2001. La palabra que da título al CD, que podía interpretarse como punto de arranque, un nexo entre la idea y la acción, ahora parece asumir una connotación distinta, como de invocación al pasado. Lo que pasó en los últimos seis meses en el país –y lo que sigue pasando– deja en evidencia que ya nada es como era entonces, cualquiera sea la ubicación temporal que se le dé a esa palabra. Tal vez por eso, los productores de Heredia decidieron darle al espectáculo del próximo 8 de junio en el Gran Rex un carácter totalizador, que excede la presentación puntual del disco. “35 años de coherencia” lo han llamado, con cierta pompa. “Yo no tengo nada que ver con ese título, es una cosa de los organizadores”, se ataja el músico, y sonríe, consciente de las dificultades de medir en el tiempo las mayores o menores dosis de “coherencia”.
De todos modos, y más allá del mismo Heredia, muchas de sus canciones se resignificaron con la crisis, clausurando un tiempo en que el target de “cantautor comprometido” parecía destinado a un ghetto de nostálgicos. Hoy el país es otro, pero el músico asegura ser el mismo. “Nosotros no volvimos, lo que volvió es la devastación”, dice, aunque reconoce que esa devastación (que él define como “económica, política y cultural”) potenció en una franja del público el interés por determinados eventos culturales. “En los shows que vengo haciendo en el interior veo una especie de euforia cuando cantan los temas. Es raro, me pasa como en el ‘84 o el ‘85. En esa época recién salíamos de una dictadura. Ahora estamos en medio de una crisis terrible, pero la gente parece que en los peores momentos necesita reafirmar la relación con sus referentes. Lo noté también hace poco, cuando fui al show de León en el Luna Park”, sostiene el cantautor.
–En los últimos tiempos, el público de ustedes se amplió, incluso en términos de edad y de composición social.
–A mí me llama la atención la cantidad de jóvenes que se acercan. Y también chiquitos de 9, 10 años, llevados por sus padres o sus hermanos. Se nota una intención por parte de los mayores de pasar una posta. En mi caso particular, lo noto por ejemplo con Javier Lencina, que es cantante, tiene 12 años y se la pasa cantando temas míos. Y cuando voy a dar charlas a colegios, muchas veces sobre Taki Ongoy o sobre temas referentes a la dictadura, los pibes me ponen en aprietos con preguntas puntuales sobre canciones como “Soldaditos de plomo” o “Informe de la situación”. Esto tiene que ver también con una mayor preocupación de los docentes. Es admirable lo que hacen. Lástima que no haya un sistema curricular que establezca la obligación de enseñarles a los chicos sobre la cultura indigenista y sobre el genocidio de la dictadura. Son esfuerzos individuales.
–¿Qué canción siente que, para la gente, se ha resignificado en los últimos meses?
–”Informe de la situación”: cada vez que la canto, en los últimos tiempos, pasa algo que no puedo explicar. Me ocurre a mí, y creo que también al público. Es como si la hubiese escrito hoy y estuviera contando lo que nos está pasando. Es una cuestión emocional. Si me pongo a pensar, el contexto es bien distinto. La escribí en 1978, pero recién salió a la luz en 1982, porque estaba censurada. Era otra realidad, pero las sensaciones son hoy las mismas, de agobio, de indignación.
–¿Usted experimentó esas mismas sensaciones?
–Anduve muy apasionado y muy preocupado por el clima de convulsión que se vivió. Me preocupó que se haya aplaudido la caída de un gobierno democrático. Y eso que yo no estaba para nada de acuerdo con De la Rúa pero, más allá de que me indignara el plan económico, las consecuencias de que un mandato se termine abruptamente pueden ser terribles. Me acuerdo de que yo estaba feliz porque me había ido bien en el Luna Park y después llegó el desastre todo junto. Me fui a La Cumbre, a mi refugio, paradesintoxicarme un poco, pero no pude. Era prender la tele y encontrarse con el país en llamas.
–Hace treinta años, ¿pensaba distinto con respecto a la capacidad de movilización de la gente?
–No, pero hay que saber distinguir. La capacidad de manifestarse de los argentinos siempre estuvo signada por la presencia más que por la violencia. Me preocupa la infiltración de grupos que hoy festejan que se cargaron un gobierno y que en realidad están buscando otra cosa...
–¿Le teme a un golpe militar?
–No tengo miedo porque estoy seguro de que fracasaría rotundamente. La gente hoy le diría no a los militares. Los que deberían tener miedo son los políticos, si es que le tienen miedo a algo.
–¿En qué medida la sociedad tiene parte de la culpa?
–Tenemos la culpa porque esperamos que el vaso se desbordara. Por ejemplo, el reclamo de la clase media es justo, porque nunca se ha visto en el mundo una estafa semejante. Pero creo que debería revisar la actitud que asumió durante la convertibilidad. Si toda esta gente hubiese sido menos feliz en los tiempos del voto-cuota y los viajes, quizás ahora tendría otra actitud. Ahora muestra un accionar revolucionario, en sus escraches, en sus cacerolazos, pero me parece que no hay una idea detrás. Y si la idea es “que se vayan todos”, a mí no me gusta.
–¿Por qué?
–Con esa actitud, los que nos vamos a ir somos nosotros. No podés dejar el espacio democrático vacío cuando no tenés una idea que te guía. Porque después viene un tipo que es de terror, pero les devuelve el dinero a los ahorristas y todos se quedan tranquilos. Hubo mucha clase media que fue muy macartista antes de este desastre, porque no pensaba que le iba a pasar lo que escribió Bertolt Brecht. Bueno, ahora también los vinieron a buscar a ellos. La sociedad argentina siempre funcionó atomizada, cada uno cuidando lo suyo, indiferente a lo que le pasaba al de al lado. A muchos de los que hoy cacerolean, hace unos meses les molestaban los piqueteros, decían que las Madres de Plaza de Mayo eran unas locas. Claro, eso pasaba cuando desde arriba nos hacían creer que estábamos viviendo la dolce vita. Esa supuesta dolce vita de algunos es lo que nos está cagando la vida hoy.
–¿Se viene un resurgimiento del “canto de protesta”?
–Algunos artistas se van a subir al carro. Pero mejor que no crean que esto es un negocio. Para mí, ser un artista comprometido siempre fue un sufrimiento. Viví años de censura, zozobra y dolor. Mis únicos momentos felices son cuando estoy arriba de un escenario pudiendo decir lo que tengo que decir. Por eso, los huevos hay que ponerlos arriba de la mesa en los momentos difíciles. A mí me los apretaron varias veces y todavía estoy acá.