Vie 31.05.2002

ESPECTáCULOS

“Hasta en el Petiso Orejudo se encontraban rasgos de humanidad”

El director Julio Ordano estrena mañana una obra sobre el célebre asesino serial, cuyo texto busca no caer en los análisis obvios. “Sus crímenes provocan dolor, pero esto no es un ajuste de cuentas”, dice.

› Por Hilda Cabrera

“Tengo una actitud y una mirada piadosa respecto de los descastados. Reconozco la brutalidad de alguno de ellos, pero no estoy de acuerdo con la mano dura. No me parece justo”, opina Julio Ordano, autor y director de una obra de estructura sintética, de diálogos cortantes y contenido polémico. Se trata de El Petiso Orejudo, pieza que se estrena mañana a las 21 en la Sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551). El dramaturgo dice que no avala a quienes se expiden duramente sobre los marginales delincuentes. Otro asunto es la reacción inmediata y totalmente emocional de quien sufrió una humillación o el asesinato de un ser querido.
No es la primera vez que Ordano se siente atraído por las tragedias desatadas y vividas por los que llama descastados. Personajes no siempre peligrosos como el Orejudo, pero con una potente vida interior. Actor, entre otras obras, de Tenesy, Bar Grill y Camellos (que se repone el 16 de junio en La Ranchería), Ordano cree que ciertos logros lo encaminaron a la dirección. Condujo una de las obras de Sexo, droga y rock’n roll, dirigió A corazón abierto, Juegos a la hora de la siesta (o Susana no quiere a Dios) y Bent, una historia de homosexuales en un campo nazi. Coordina un taller de actuación, es docente en el IUNA e integra el plantel de la carrera de Arte Dramático en la Universidad de El Salvador. Realiza además trabajos de intercambio con la Academia Silvio D’Amico de Roma y fue invitado a organizar seminarios en España y Puerto Rico.
El Petiso... fue seleccionada en el certamen del C. C. San Martín para su programación de este año, distinción que le permite estrenarla en la Sala Muiño. De allí pasará a La Sodería, un nuevo espacio teatral que se inaugura en una fábrica de soda de Belgrano. Se basa en la historia de un personaje real, Cayetano Santos Godino (1896-1944), nacido en un hogar de clase baja de Boedo. Catalogado como asesino serial, fue apresado y condenado a los 16 años por cuatro homicidios y siete tentativas de asesinato, además de varios incendios. Su primer destino fue el Hospicio de La Merced. Poco después se lo trasladó a la Penitenciaría Nacional y, en noviembre de 1915, al penal de Ushuauaia, donde murió en un confuso episodio, supuestamente a manos de otros presos.
Ordano cuenta en la entrevista con Página/12 que el punto de partida fueron unas cartas escritas por Santos en la cárcel de Tierra del Fuego. En la obra se lo muestra escribiendo con dificultad y quejándose del frío. El relato no es lineal, y se producen quiebres de tiempo. Tampoco es uno el protagonista. Otros van diseñando su perfil: un hombre y una mujer se refieren a su lenguaje “pobrísimo”, la escritura infantil y su casi nula expresividad. Se dice que es un “delincuente nato” y se aconseja la reclusión perpetua. Un aislamiento del que “egresó” el 14 de noviembre de 1944. La muerte queda también sin dilucidar en este trabajo que interpretan Pablo Iemma (actor de cine, TV y teatro, con participaciones en el film Sotto voce, los ciclos “Alta Comedia” y “Tiempo final”, y Camellos), Enrique Iturralde (de importante trayectoria en teatro) y Nilda Raggi (Tango Varsoviano, Doña Ramona y trabajos para TV). Ellos les dan vida a los personajes: un doctor, las madres de las víctimas (todos niños, desde bebés hasta chicos de diez años), un abogado y una periodista, un cirujano y un psiquiatra, y el director de la cárcel.
El Orejudo era el menor de una familia de inmigrantes con nueve hijos, y según los legajos no demostraba remordimientos. “Se ha escrito que antes de estrangular a sus víctimas era atacado por temblores. No tenía compasión de niños ni de animales pequeños: los pájaros, los gatos... También él hacía experimentos, como el personaje de ficción le responde al psiquiatra del hospicio, donde aúllan los perros utilizados en el laboratorio.” Las fuentes de inspiración fueron, además de los legajos y los testimonios del museo de la cárcel de Ushuauaia, algunos artículos ytextos como El Petiso Orejudo, de María Moreno (colección Memorias del Crimen, Planeta). De todo lo leído y analizado lo conmovió especialmente la soledad que revela Santos Godino al escribir sus cartas. “Cartas por las que nunca iba a obtener una respuesta. Esto lo descubre hundido en el pozo más profundo. Se sabe que en la cárcel había establecido un vínculo positivo con un anarquista. Quizás eso lo hubiera ayudado. Pero, a pesar de haber mantenido lo que se llama buena conducta durante veinte años, nunca tuvo oportunidad de pedir la libertad condicional.”
Según adelanta Ordano, el contexto no es necesariamente el de la época de Santos, y tampoco la ferocidad que se le atribuía es la misma: “Es probable que esto no caiga bien, pero me interesaba mostrar rasgos de humanidad en él y algunos personajes que lo rodean. Sus crímenes provocan dolor y amargura, pero esto no es un ajuste de cuentas. Me atraen los personajes condicionados por la sociedad y por ellos mismos, tan vituperados por un lado y tan míticos por otro, algunos reales como el Orejudo y otros de ficción como la Susana de Juegos a la hora de la siesta”.

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