Sáb 08.06.2002

ESPECTáCULOS

“Rollerball”, o el negocio de la muerte en directo por televisión

En la nueva versión del clásico de los ‘70, John McTiernan hace jugar todo su oficio en el cine de acción, a puro ritmo de videoclip.

› Por Horacio Bernades

Tratándose de un especialista del músculo y la testosterona, no sorprende que John McTiernan se haya puesto al frente de la nueva Rollerball, remake de aquella conocida fantasía futurista de los ‘70. El título del original era el del deporte que en ella se practicaba, brutal combinación de fútbol americano, hockey sobre patines, motocross y lucha libre, en la que se jugaba con una pelota de acero y estaba permitido tacklear, golpear, patear y hasta, llegado el caso, asesinar al rival. Materia apta para McTiernan, que desde Depredador hasta 13 guerreros –pasando por Duro de matar, La caza del Octubre Rojo y El último gran héroe– mostró su aptitud para lidiar con el trash de la acción cinematográfica y salir vivo de allí, aunque últimamente le haya costado mantener el paso. Estrenada en febrero en Estados Unidos, la nueva Rollerball sale aquí directo a video, lanzada por el sello LK-Tel.
Como la original, que había dirigido Norman Jewison, Rollerball siglo XXI ni se molesta en ponerle fecha a ese futuro indeterminado en el que transcurre la acción, de tal modo de acentuar sus vinculaciones con el presente. De hecho, es aún menos “futurista” que la de los años ‘70, rica en edificios de líneas geométricas y gadgets de ciencia ficción. Mientras que allí se hacía hincapié en un mundo regido por supercorporaciones, aquí el carácter global se manifiesta en la composición de los equipos intervinientes, integrados por representantes del mundo entero. Sangriento y catártico, el rollerball sigue siendo un perfecto equivalente moderno del circo romano, con las masas aullando por más violencia, los gladiadores peleando por su vida en la pista y los dirigentes amasando fortunas en las graderías. “Las reglas son muy rusas y complicadas”, según un relator deportivo. Signo de los tiempos, en la nueva Rollerball el acento no está puesto tanto en el control social operado gracias al opio del deporte sino en el puro poder del dinero, la propaganda encubierta y la televisión, cuyo rating sube junto con la sangre derramada en la pista.
Por otra parte, quien controla el rollerball no es ya una corporación anónima sino la mafia rusa, representada por un tal Petrovich (el francés Jean Reno, recordado por su protagónico de El perfecto asesino) y la competencia se libra en ex repúblicas soviéticas como Kazajstán, Azerbaiyán y Mongolia. Pero también cambió el público al que la película se dirige. Mientras que el film de Jewison era un típico producto de los ‘70 que combinaba elementos de cine de denuncia, ciencia ficción al estilo La naranja mecánica, thriller paranoico y drama de conciencia, la Rollerball 2002 se inscribe dentro de la serie de películas sobre deportes extremos, dirigidas al público joven y masculino que consume productos como Rápido y furioso, 60 segundos, Alta velocidad e incluso Un domingo cualquiera, de Oliver Stone. Así, mientras el héroe de la original era un veterano encarnado por un James Caan raramente introspectivo, el de la nueva versión es un muchacho loco al que la escena introductoria (una de esas que suben glándulas hasta la garganta) presenta practicando una forma de skate que los anglosajones denominan bodysurfing, en la que los patinadores van acostados boca arriba y calle abajo, esquivando el tránsito.
Signo revelador del público al que esta Rollerball apunta, el actor protagónico es Chris Klein, uno de los chicos de American Pie. Aparece una chica, papel a cargo de la ascendente Rebecca Romijn-Stamos –que en X Men era Mystique y en la nueva de Brian De Palma, la femme fatale que le da título– y el contrapeso dramático está dado por el magnífico LL Cool J, morochón a quien se había visto antes en Los ángeles de Charlie y Un domingo cualquiera, aquí el amigo sensato del héroe. Sigue habiendo una conspiración en las altas esferas contra la que el protagonista, máximo ídolo de ese deporte, se rebelará. Pero curiosamente McTiernan, al imponerse a sí mismo un montaje de videoclip, filma con planos tan brevesy entrecortados que la acción física, que en la original tenía una aterradora vividez, apenas puede entreverse, en una película que recorta los elementos más reflexivos de la versión años ‘70 para quedarse apenas con el hueso. Este se reduce a esos siete jugadores de cada lado, tratando de salir vivos en una pista en la que no hay reglas ni piedad sino la pura ley del espectáculo, mediático y salvaje. La misma ley que quizá le marque límites a esta nueva versión de Rollerball.

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