ESPECTáCULOS
La historia del taxi-boy que atiende clientes en los cajeros automáticos
La joven realizadora Verónica Chen estrena mañana “Vagón fumador”, considerada una de las perlas del cine independiente argentino. El film se paseó, y ganó premios, por docenas de festivales internacionales.
› Por Martín Pérez
“Tal vez deberíamos haberlo cambiado”, calcula Verónica Chen, a pocas horas del estreno comercial de Vagón fumador, su primera película, un hechizante y sincero relato de una iniciación imposible centrado sobre la relación entre una titubeante joven que canta en una banda de rock y un decidido taxi-boy, que trabaja en los cajeros automáticos de la noche porteña. “Durante el rodaje había muchas alusiones al cigarrillo y al hecho de fumar, que finalmente quedaron fuera de la edición final. Además, apareció el film Smoking/No Smoking, de Alain Resnais, y entonces había que escaparle a eso. Pero el nombre quedó”, explica esta joven montajista devenida cineasta con un film –presentado en el Festival de Buenos Aires del año pasado, y luego exhibido y premiado en varios festivales de todo el mundo, desde Venecia hasta Montreal, pasando por Tesalónica– que retrata con personalidad una escenografía ciudadana y nocturna que, crisis mediante, parece haber desaparecido. Como ese gran escenario iluminado que supieron ser los cajeros automáticos en un tiempo inmediato que hoy parece lejano. Y cuyo lugar en Vagón fumador se ha resignificado.
“A mí se me ocurrió usar los cajeros automáticos porque en ese momento eran lugares muy tranquilos”, explica Chen a Página/12. “Cuando empecé a pensar en el film solía volver de mi trabajo de edición caminando a mi casa en la madrugada, y siempre veía los cajeros iluminados y vacíos en las avenidas. Una imagen que hoy ha desaparecido demasiado rápidamente”, cuenta la directora, que pensó que los cajeros eran el escenario ideal para presentar a su protagonista masculino, que allí dentro cobra el dinero por su trabajo y también puede ser visto haciendo lo suyo. “Hoy, en cambio, dentro de los cajeros no se puede ver nada”, agrega Chen, cuyo film alberga así imágenes nocturnas que parecen venir de otro mundo, lejano y cercano a la vez. Imágenes con las que su film construye una ficción que jamás es documental. Pero que, precisamente por eso, aparece como rigurosamente real.
“No hice ninguna investigación para construir el mundo de Andrés, el taxi-boy del film”, aclara Verónica, que explica que tomó esa decisión de manera consciente, porque quería construir un mundo propio. Un mundo que no necesariamente es verosímil –como los contactos sexuales en los cajeros o la parada de los taxi-boys ubicada donde Santa Fe desemboca en la plaza San Martín– pero que dentro del mundo del film aparece como real. Allí es donde se mueve Andrés, un mundo al que Reni se asoma a través de él. “La idea central de la película es una idea vaga, pero al mismo tiempo bien concreta, de la libertad”, calcula su autora. “Algo que está en la atracción que Reni siente por Andrés. Que no es una atracción morbosa por algo raro, sino una fascinación auténtica por un tipo que parece ser realmente libre.”
Hija de un diplomático –y luego empresario– de origen chino y una argentina de inmigrante sangre italiana, Verónica Chen se asomó al cine primero a partir del video y de la edición. Efímera estudiante de letras, Chen ingresó luego a la escuela del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y terminó como asistente de montaje. Era la época en que apareció el AVID, la edición digital, algo que renovó y dinamizó el trabajo cinematográfico. “Un lenguaje que las nuevas generaciones manejamos mejor, y que ayudó al recambio”, calcula. El mundo contra mí fue su primer film, y luego trabajó, entre otros, en La sonámbula, de Fernando Spinner, La nube, de Pino Solanas, y en los primeros films de Daniel Burman. “Pero cuando trabajé en Garage Olimpo se me abrió la cabeza”, confiesa. “Por el monstruoso nivel de la producción, y también porque trabajé con un editor italiano que era un genio. Al verlo trabajar me di cuenta que lo suyo era editar, y lo mío no. Así que cuando volví de trabajar en la posproducción del film en Europa, ya tenía las primeras 16 páginas de lo que sería el guión de Vagón fumador.”
Filmada en una desolada Buenos Aires nocturna, Vagón fumador recuerda por momentos el porteñísimo retrato de la ciudad logrado por Wong Kar Wai en Happy Together. Y por su sincero acercamiento al cuasiadolescente mundo marginal de sus personajes, también tiende puentes con el cine más independiente de Gus Van Sant. Pero estas referencias jamás son forzadas –Chen antes que nada se confiesa fanática del cine de Kitano, por ejemplo– sino que aparecen después de la creación del mundo en el que se mueve su pareja protagónica. “Cuando comencé a pensar en la historia, primero tuve al personaje de Andrés”, explica Verónica. “Y todo el film se fue armando medio de casualidad, porque después de buscar mucho descubrí de casualidad a Leonardo Brezicki, que encarnaba perfectamente al personaje. Y él me presentó a Cecilia Bengolea, que era Reni, cuya mirada es el punto de vista del film.”
Este film personal y pequeño fue rodado los fines de semana, de manera totalmente independiente. Chen sabía lo que buscaba. “Hay dos clases de directores: los que odian filmar y quieren terminar cuanto antes, y los que aman salir a rodar. Durante la filmación descubrí que yo soy de esta última clase, y los chicos del equipo llegaron a decir que el rodaje se extendió durante más de un año porque yo no quería dejar de filmar nunca”, se ríe Chen, que confiesa haber experimentado mucho durante el libre y extendido rodaje de su ópera prima. “Probé de todo, y aprendí mucho. De hecho, si tuviera que filmarla hoy hay muchas cosas que no haría”, asegura Verónica, que confiesa que se largó a filmar con un nivel de inconciencia difícil de entender. Y que llegó a dejar afuera del montaje final toda una subtrama familiar, al entender que lo único que importaba era lo que les sucedía a los dos protagonistas entre ellos. Detalles que ayudan a entender la sinceridad de su prometedora ópera prima, que se inscribe dentro de lo más interesante del nuevo cine argentino. Al que Chen describe como “un cine con el que es posible identificarse, muy diferente del cine argentino que se hizo antes, que no se sabe bien de qué clase de gente habla”.