Dom 16.06.2002

ESPECTáCULOS

“¿A quién no le hace falta una alegría en la Argentina de hoy?”

Sol Tropea, presentadora de Venus, propone el género porno para olvidarse por un rato de la crisis económica y la eliminación del Mundial. “A mí me parece que en este momento las porno ayudan.”

› Por Julián Gorodischer

Fin del sueño deportivo y crisis económica, reaseguro para el bajón anímico y para una revelación anunciada: baja la frecuencia sexual de los argentinos. Sol Tropea, presentadora de Venus, recorre la grilla del canal con la convicción de estar ejerciendo una función social. Dice que, en la Argentina en bancarrota, que ya no se aferra ni siquiera al triunfo futbolístico, lo que queda para el goce es el sexo televisado, democrático y siempre “a mano”, que desconoce los dolores de cabeza y el agotamiento. Cuentan en Venus que, en el país quebrado, curiosamente no hubo una merma en los abonados, como si se pudiera renunciar a muchas cosas pero no al último bastión condicionado.
“En este momento, con la crisis y la eliminación del Mundial, a mí me parece que las porno ayudan. Después de todo, ¿a quién no le hace falta una alegría?”, dice la chica, muy suelta de cuerpo (y de ropas). Interprétese por “alegría” al momento vivace, que la chica comenta como si fuera un Fernando Niembro de las penetraciones y fellatios. En una porno sci-fi, dos enanas marcianas de tajo en el pantalón se masturban en la calle, extrañadas ante las reacciones masculinas porque en su planeta “la gente lo hace todo el tiempo y nadie las mira raro”. Cuenta esta utopía de la masturbación constante que las enanas clase B pasan del onanismo a la orgía con uniformados y civiles, y compiten con las altas en la conquista. Las enanas-siempre-calientes gimen por la calle, con la mano en el tajo del pantalón, y Sol se permite, en estos casos, presentaciones osadas: caminar entre maniquíes con consoladores o atarse a una reja en sugerencia sadomaso, y después hacer un semidesnudo que nunca muestra del todo.
Entiéndase, también, como “alegría” –contra la crisis y la derrota en el Mundial– a la escena fetiche de toda porno: una fellatio prolongada. Dice Sol que es el punto en la trama que más gusta, que da bien a cámara, que emociona y se repite “por lo visual que es, viste”. El viejo de “The Sopornos” (parodia de “The Sopranos”, en el ciclo Sex Remake) está desnudo detrás de una barra de bar, gesticulante, casi en agonía, con el pene flojo y la expresión ausente, a pesar de los esfuerzos de una rubia despampanante, Kyllie, la chica del mes, estereotipo de lo voluptuoso.
–La rubia es una profesional –analiza Sol–; es muy visual y muestra su mejor perfil. Una típica rubia norteamericana, con siliconas y muy plástica, ideal para el cine hardcore.
–¿Y él?
–Horrible. Entiendo que no lo eligieron por la cara pero, loco, pónganse las pilas, esto es un desastre, ¡Falta que aparezca mi viejo ahí! Supongo que apuntan a un target de señores parecidos a éste, que creen que es posible conquistar a una rubia increíble. Seguro que a muchos les gustaría estar en el lugar del viejito.
–Y a usted, como espectadora, ¿qué le gusta?
–Una buena escena de sexo en la que se note que los actores tuvieron entrenamiento físico en un gimnasio y llevan un ritmo sin agotarse.
En la pantalla, Kyllie, la chica del mes, baja los pantalones del tipo sin que medien palabras (convención del género), y todo ocurre como si aquello fuera una conversación trivial sobre el tiempo y no una fellatio que se extenderá durante los próximos veinte minutos. La rubia convierte lo suyo en un ritual mecanizado, y el tipo repite el “ah... ah” de rigor, memorizados los recursos de una “buena actuación”: exhalación entrecortada, ojos semicerrados, expresión extraviada en estudiada coreografía.
Para Sol, estar “habituada” incluye un puñado de efectos: no excitarse, analizar con lupa las actuaciones y la trama, considerar a las porno como material de trabajo. Mira las películas con el entusiasmo que le otorga ser un cuadro de la empresa, y dedica a la rubia Kyllie el fervor de una fanática. “Se nota que es una estrella por el cuerpo y la actitud en la cama. En las escenas de grupo, siempre se destaca.”
“Qué bien dan a cámara”, dirá después, frente al beso de dos lesbianas, desentendida de otra cosa que no sea lo estrictamente profesional: ángulos de visión y matices de la luz, ubicación de la cámara y posición del intérprete.
Su catálogo prevé una sola variación para el sexo oral (de rodillas, porque “queda mejor en la pantalla”) y unos pocos estereotipos probados: el patovica semental, la rubia plástica, la morocha mala. Si el canon se respeta, todo irá bien; la regla es no introducir demasiadas variaciones: veinte minutos de fellatio, una hora de sexo explícito con penetración, dos mujeres jugueteando y la receta se repite. La mezcla de ingredientes “garantiza” una mejora en el ánimo social. La rueda gira, Sol sonríe y se reserva el comentario laudatorio para el final: “Si las porno levantan el ánimo sexual argentino, misión cumplida”.

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