ESPECTáCULOS
› MERCEDES SOSA CELEBRA SU CUMPLEAÑOS CON LA PRESENTACION DE SU NUEVO DISCO, “ACUSTICO”
“Yo ya no estoy para soportar otro exilio del país”
La cantante tucumana dice que le teme a un retorno de Menem al gobierno, y se siente conmocionada por el asesinato de los piqueteros. “Uno de ellos me hizo acordar al Che”, sostiene.
Mercedes Sosa es protagonista y receptora de un festejo dolido. Hoy es su cumpleaños, y lo celebra actuando, a partir de las 19, en el teatro Gran Rex. La excusa formal es la presentación de su flamante doble cd, Acústico, pero la fecha coincide con la declaración de la independencia argentina, y la Negra, que suele somatizar las agresiones que –en estos tiempos más que nunca– se disparan contra la sociedad, se siente golpeada. “Estuve varios días en cama, me sentía mal, no me podía levantar –confiesa en la entrevista con Página/12–. Creo que me enfrié, pero también influyó que el día anterior pasó lo de estos chicos, los piqueteros que fueron asesinados. Eso me dejó muy mal. Me impresionó mucho sobre todo uno de ellos, lo vi tirado y me hizo acordar al Che. Y mire que yo siempre estuve en contra de los cortes de ruta y esas cosas. Pero no hay derecho de matar a la gente por salir a protestar.”
Mercedes evidencia su preocupación: “No le tengo miedo a un golpe de estado, porque no creo que vaya a pasar. Pero sí le tengo miedo a Menem. De solo pensar que pueda volver a ganar me dan ganas de irme del país, como primer impulso, pero después lo pienso bien, y a esta altura de mi vida, ya no estoy para soportar otro exilio”, sostiene. La cantante tucumana, después del Gran Rex, actuará mañana en San Luis, seguirá el viernes en San Juan, y luego se presentará en Mendoza (13, 14 y 15), Tucumán (20), Córdoba (26) y Neuquén.
–¿Por qué cree que, habiéndole cantado tanto tiempo a la tierra, su popularidad crece en las grandes ciudades?
–Debe ser porque soy más urbana que rural. Tengo que reconocer que es así, y que es cierto: soy más popular en Buenos Aires que en muchos pueblos chiquitos, donde me gustaría serlo. Lo que pasa es que, quiera o no, mi interpretación también fue adoptando cosas urbanas, porque vivo en la Capital desde hace muchos años y estoy viajando siempre por ciudades de todo el mundo. Pero yo no he notado esa diferencia en Europa, por ejemplo. En Frankfurt me quieren muchísimo, y en el pueblito alemán más alejado, también.
–¿A qué se debe que en la Argentina no pase lo mismo?
–No sé, tal vez será que en muchas provincias no me pasan los discos por la radio. Prefieren pasar otras cosas.
–¿Quiere decir que no llega entonces a la gente más humilde, que necesita de los medios masivos de comunicación?
–Claro, ante la falta de difusión, quienes más me han conocido fueron las clases medias, con posibilidad de acceder a la información. Lamentablemente, no soy una artista que haya llegado a los más pobres. Y eso que yo les canto a ellos. Pero parece que no entro en el canon de lo que debe difundirse para esa franja de la población. Según el prejuicio de las compañías discográficas, para llegar a la gente hay que ser rubia y de ojos celestes, y si no se es rubia, hay que teñirse. Aunque yo no me preocupo por eso. Nunca fui de vender mucho. Prefiero permanecer, haciendo las cosas bien. No tengo la idea fija del éxito, porque además, es un misterio sagrado. ¿Quién podía vaticinar que Soledad iría a convertirse en lo que se convirtió? Ningún productor discográfico puede predecirlo.
–Sin embargo, hay productos musicales que se fabrican desde un escritorio...
–Sí, pero son una lotería. Igual, yo respeto a los que venden. Cuando estuve ahora en Estados Unidos, Shakira andaba sonando por las radios, cantando en inglés. Es un producto. Fue preparado para vender. Lo hicieron seriamente y les salió bien. Yo nunca podría tener ese éxito porque jamás una compañía discográfica invertiría semejante cantidad de dólares en una artista como yo.
–¿Qué sintió cuando Universal, su anterior sello, editó Mercedes en Argentina al mismo tiempo que salió Acústico?
–Me sentí muy mal. Fue una jugada muy deshonesta de Universal, pero bueno, son las reglas de este negocio. En su momento ni siquiera me contestaban cuando había que arreglar el contrato, pero no dudaron a lahora de reeditar un disco en forma oportunista. Siempre hicieron lo mismo. Yupanqui y Piazzolla también sufrieron con la industria del disco.
–¿Usted cree que sigue un camino similar al de Yupanqui o al de Piazzolla, en cuanto al olvido o a la incomprensión?
–Me parece que mi caso es distinto. Yo no soy compositora, entonces estoy menos expuesta a las críticas. No siento que sea una artista discutida, como sí le pasó a Astor. Y ojo que mi generación artística fue uno de los principales apoyos que tuvo Piazzolla. Fue un apoyo externo, porque desde adentro del tango lo mataban. Al lado de eso, no tengo nada que decir. Me siento gratificada por el respeto de mis colegas y del público.
–¿Nunca se sintió agredida, más allá de los tiempos de la dictadura?
–Una vez, poco después de mi regreso del exilio, a la salida de un show, en La Plata, me dijeron: “Negra, gorda, hija de puta”. Yo no entendía esa reacción. Unos días más tarde, en San Francisco, Córdoba, a la salida del hotel, otros me gritaron: “negra, gorda, puta...”. De todo, me dijeron. Y ahí no aguanté más y les contesté: “pero por qué no se van a la puta madre que los parió...” Se quedaron calladitos. Nunca pensaron que les iba a contestar así. En ese momento pensé que podían ser familiares de militares, pero después me di cuenta de que, a lo mejor, eran peronistas, y como creían que yo era radical...
–¿Y no era radical?
–No, jamás fui radical. Si no pudo hacerme radical Alfonsín, a quien quería y quiero muchísimo...
–Justamente por su buena relación con Alfonsín decían que se había vuelto radical.
–Bueno, pero son dos cosas distintas. Yo le hice saber que era y soy una mujer de izquierda. Y si era de izquierda no podía ser radical. Apoyé a Alfonsín en su momento, él fue muy bueno conmigo. Inclusive me regaló una vez un libro maravilloso, Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi, que me emocionó mucho. Una vez fui a comer con él, y después los periodistas me preguntaron si estaba a favor del Pacto de Olivos. Yo no sabía ni lo que era el Pacto de Olivos. Fui a comer con Alfonsín, nada más. Lo que pasa es que la gente cree que yo sé de política más de lo que realmente conozco. Y la verdad es que yo no sé de política, pero sé de la vida. Y veo como los políticos dicen una cosa, después dan marcha atrás y una se queda mirándolos.
–¿Se pueden defender con igual vigor las ideas de izquierda cuando se pasa de la pobreza a una situación acomodada económicamente como la que tiene ahora?
–Es que yo, cuando era pobre, no era de izquierda. Era peronista, como mi padre. De izquierda me hice después. Empecé a leer mucho. Me acuerdo que antes de venirme para Buenos Aires me ponía a leer a Herman Hesse y no tenía a nadie para comentar lo que leía. Después, acá, empecé a empacharme con libros. Trabajaba en una biblioteca, y sacaba libros para leerlos de noche. Cuando los devolvía tenía los ojos hinchados, porque hasta que no terminaba, no los largaba. Esas lecturas, y ver la realidad, me hicieron de izquierda. Y sigo pensando igual. Las ideas esenciales son las mismas, aunque nos digan que el mundo cambió. Lo que yo quisiera es que todos pudieran nacer con las mismas posibilidades, que pudiesen ir a la escuela y tuviesen un acceso igualitario a la salud. Después, cada uno va haciendo su vida.
–¿Conocer el mundo modificó en algo su visión de la realidad?
–Sí, me hizo profundizar mis ideas. Y me hizo sufrir mucho, también. Estuve en Hiroshima, donde vi una escena terrible: la imagen de una mujer que se deshizo en una piedra. Quedó su imagen grabada. También visité Auschwitz. Se respiraba el olor a muerte. Estuve tres días enferma.
–¿Cantaría en esas circunstancias “Gracias a la vida”?
–Claro, más que nunca. Sigo convencida de que una canción, una poesía, pueden ser salvadoras.