Jue 11.07.2002

ESPECTáCULOS

“Samy y yo”, una comedia estilo Hollywood made in Buenos Aires

En su segundo largo, el director de “La vida según Muriel”, Eduardo Milewicz, hace de Ricardo Darín un personaje muy parecido a Woody Allen, metido con la colombiana Angie Cepeda en unos enredos lunáticos, a la manera de “La adorable revoltosa”.

› Por Horacio Bernades

Torpe, inseguro y de anteojitos, el tipo llega a una presentación justo en el momento en que está terminando, y para peor en cuanto entra al recinto se lleva por delante un exhibidor y provoca un pequeño bochorno. Después se va a tomar algo con su novia y dos amigas de ella, que no hacen más que excluirlo de la conversación. Tanto como su idische mame, que vive reprochándole que no sea lo que ella quisiera que fuera. No, no se trata de Woody Allen sino de Ricardo Darín haciendo de Woody Allen en Samy y yo, una comedia romántica cuyo mayor pecado (además de no ser muy romántica) es esa voluntad, nada disimulada, de clonar un modelo cinematográfico preexistente.
Viniendo de Eduardo Milewicz, cuya película anterior, La vida según Muriel, anunciaba a un realizador y guionista capaz de acercarse con sensibilidad y sin relamerse al mundo femenino, Samy y yo puede parecer como un paso en falso. El paso que va de un territorio personal a uno preformateado: el film de género, más precisamente la comedia a la americana. No sólo la comedia alleniana sino también, en buena medida, la screwball comedy al estilo de La adorable revoltosa y hasta la comedia muda, con tropezones y caídas. Hacer comedia a la americana es una apuesta que, con escasísimas excepciones, sólo les sale bien a los (norte)americanos, y Samy y yo no hace más que confirmar esta verdad universal.
Un Darín menos cómodo que en otras ocasiones se esfuerza por dar el tipo de Samy Goldstein, libretista de programas cómicos de televisión y eterno aspirante a novelista que a los 39 años se siente deprimido, frustrado y agobiado. En el canal le reprochan que sólo escriba chistes viejos, su hermana (Alejandra Darín, hermana de Ricardo) le reprocha que no se ocupe de sus problemas, su novia (esa comediante infalible que es Alejandra Flechner) le reprocha que quiera tener sexo y su mame (Henny Trailles, repitiendo un papel que se sabe de memoria) le reprocha todo. Samy anda necesitando un deus ex macchina que lo salve. En lugar de ello se le aparecerá una deusa ex macchina, la colombiana Angie Cepeda, imponente tromba de rulos que en cuanto se cruza con él lo pone contra una pared y amenaza llenarlo de sopapos. Se trata de un error, pero en cuanto Mary descubra que el tipo trabaja en televisión se convertirá en su Svengali a la inversa, la que descubre qué necesita Samy para triunfar: hacer de sí mismo en la tele. ¿Pero es eso lo que quiere Samy? ¿O tal vez quisiera ser otro, ese novelista que no termina de asomar?
Esa dicotomía, se supone, constituye el carozo de Samy y yo, y hasta explicará, a la larga, el título de la película. Pero el propio Milewicz parece recordarlo recién en los últimos minutos, a las apuradas. Hasta ese momento, Samy y yo pasa más que nada por la sátira/homenaje a lo más estereotípico de la condición judía: la presencia agobiante de la idische mame, la baja autoestima, la eterna inmadurez, el humor autodestructivo. El costado de comedia romántica, en cambio, se ve socavado por el modo dispar en que el film se relaciona con ambos integrantes de una pareja que siempre suena forzada. Disparidad que roza la discriminación: mientrasMary aparece como una centroamericana inculta, arribista y amoral; Samy, por muy inseguro y cobardón que sea, nunca deja de resultar tierno, gracioso y querible.
En ese punto, Samy y yo empieza a dejar cierto regusto nada agradable. Sobre todo si se tiene en cuenta que el resto del universo femenino se completa con una madre castradora, una productora implacable, una novia despectiva y un grupo de amigas de quienes en algún momento se insinúa que podrían ser una banda de lesbianas odia-hombres. Allí, las buenas actuaciones y el cuidado, a veces trabajoso timing, las sonrisas que algunos diálogos generan, corren riesgo de congelarse, convirtiendo a Samy y yo en una anti-La vida según Muriel.

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