Vie 18.01.2002

ESPECTáCULOS  › HACE VEINTE AÑOS MORIA TRAGICAMENTE LA GRAN CANTANTE BRASILEÑA ELIIS REGINA

La voz de una nación repleta de música

Fue dueña de una voz increíble y continúa siendo un paradigma, un modelo a seguir por miles de cantantes. Ahora, que toda polémica en torno a su figura pasó, queda claro que le puso magia interpretativa a parte de las mejores canciones compuestas en su país a partir de los años 60.

› Por Fernando D´addario

En un país de grandes mujeres cantantes, Elis Regina fue la mejor. La aseveración dejó de ser materia opinable a partir del 19 de enero de 1982, cuando la notable intérprete gaúcha murió como consecuencia de un cóctel de cocaína y alcohol. Desde entonces –se cumplen mañana veinte años–, Elis trascendió las polémicas terrenales y fue canonizada como el alma musical del Brasil. Cantó con su voz única las mejores canciones de una época rica y compleja. Después de su muerte, velaron sus restos en el Teatro Bandeirantes de San Pablo. Tenía puesta la remera que no le habían dejado usar en la presentación de su espectáculo Saudade do Brasil: la bandera brasileña con su nombre y apellido inscriptos en el lugar donde el slogan de la dictadura militar pontificaba “orden y progreso”.
En los 36 años que llegó a vivir, Elis prefirió apostar por el progreso, que le dibujó, desde su infancia pobre en Porto Alegre, una sinuosa línea ascendente. Aunque la magia inapelable de “sus” canciones y su conflictiva vida privada escondieran un orden interno, un entramado lógico que solo ella comprendía (o tal vez no), no hay certezas visibles ni armonía conceptual en su itinerario de vida. Simplemente, vivió como pudo, como le salió, acompañando inorgánicamente el proceso creativo y cultural del Brasil de los años 60 y 70. No fue la versión femenina de un bon vivant como Tom Jobim, ni una intelectual progre como Chico o Caetano, y tampoco podrían asimilarse sus desgarros al espíritu iconoclasta de Janis Joplin. Pero cuando cantaba, transmitía como nadie la placidez melancólica del creador de la bossa nova, la rebeldía antisistémica de Buarque y Veloso, y –desde un estilo distinto en lo interpretativo– esa necesidad de plenitud vital que manifestaba Janis.
A los siete años, la niña prodigio, la futura leyenda, se quedó muda en un programa radial que promocionaba a “los mejores valores de Porto Alegre”. Le había ganado el pánico. En cada uno de sus shows como profesional, reconocería una vez consagrada, siguió luchando contra esa inseguridad que amenazaba con paralizarla. Arriba del escenario, parecía salir fortalecida de esa pelea, pero muchos “hitos” (para su público, para la prensa, para los otros músicos) de su carrera fueron para ella un tormento. En Montreux produjo, según coincidió la crítica, uno de sus shows más notables, acompañada por Hermeto Pascoal. Sin embargo, confesó a sus íntimos que el recibimiento del público había destrozado sus nervios, que se puso a llorar como una chica, se le corrió el maquillaje, y durante la primera mitad del show no pudo ver lo que ocurría a su alrededor. Jamás aceptó que se editara en disco ese material, del que se sentía avergonzada, pero la avidez de la industria discográfica permitió que ese cd sea hoy un clásico de la música popular brasileña.
Dicen que antes y después de cantar era insufrible. Se llevaba mal con sus padres (su mamá quería que fuese maestra, y su papá estaba, por el contrario, demasiado entusiasmado con las posibilidades económicas que ofrecía la carrera de la chica), pero andaba con su familia a cuestas por todos lados. Sus departamentos de Río de Janeiro y San Pablo eran ocupados por medio Porto Alegre. La vida y el tiempo no le alcanzaban. Quería grabar a todos los poetas que la fascinaban, y los mejores artistas componían especialmente para ella. En 1970 Caetano y Gilberto le escribieron, desde el exilio londinense, “Nao tenha medo” y “Fechado pra balanco”, respectivamente. Pero una vez echó a Wayne Shorter de su casa y, prácticamente, del país. El músico de jazz le había expresado su admiración y le propuso hacer un disco juntos. Elis y su pareja de entonces (el músico y arreglador César Camargo Mariano) lo “adoptaron” en su casa. Ella cocinaba (parece que era una brillante cocinera), él hablaba de música. Cuando fueron al estudio, descubrieron que Shorter sólo requería de Elis una pequeña participación vocal en su disco. La cantante estalló y le dedicó uno de sus más genuinos escándalos.
Tenía tantos amigos como enemigos. Se casó dos veces y se separó mal, en ambos casos. Iba encaminada a un tercer intento, cuando la sorprendió la muerte. Supo pelearse con los militares, a quienes trató de “gorilas” desde Europa. Pero un par de años después cantó el himno brasileño en una ceremonia castrense, el Día de la Independencia. Sus colegas “progres” criticaron su actitud, pero ella se defendió argumentando que había sido amenazada. Se redimió luego, convirtiéndose en una voz activa contra la censura y el destierro de los artistas comprometidos políticamente. Su interpretación, en 1979, de “O Bebado e a Equilibrista” (El Borracho y la Equilibrista), de Joao Bosco y Aldir Blanc, se convirtió en el himno de la campaña nacional por la amnistía política. Durante los primeros años de la dictadura de Jorge Rafael Videla, se negó a visitar profesionalmente la Argentina hasta tanto levantaran la censura que pesaba sobre Falso brilhante. Ese disco incluía “Gracias a la vida”, de Violeta Parra.
Pero más allá de sus actitudes, sus fans, que se han multiplicado en todos estos años, recordarán su música. La saga de Elis (distintos discos con el mismo nombre, que recorrieron la década del 70), el insuperable Elis & Tom, Trem azul, etc. Grabó en vida 30 álbumes, pero la oferta destinada a saciar la sed de Elis incluye otros 27 discos póstumos, que incluyen grabaciones en vivo, rarezas y versiones inéditas. Aún hoy, existen pocas situaciones más placenteras que ponerse a escuchar, en la voz de Elis y en circunstancias apropiadas, “Aguas de Marco” o “Atras da porta”. Mucho antes de que la encontraran en su dormitorio, muerta en soledad, preparando su nuevo disco, había dicho: “Cuando esté vieja como Edith Piaf, me tendrán que poner sobre el escenario. Es lo único que sé hacer, y lo único que me va a quedar: cantar”.

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