ESPECTáCULOS
› PROGRAMA LIRICO DOBLE EN EL TEATRO COLON
Del barroco al siglo veinte
“Dido y Eneas” de Purcell y “El Castillo de Barbazul” de Bartók comparten escenario, con puesta de Roberto Oswald y dirección musical de Pedro Ignacio Calderón.
› Por Diego Fischerman
A fines del siglo XVII, en Londres, la música se escuchaba casi siempre en el contexto de una obra hablada. Desde una pieza incidental para instrumentos tocada al principio y entre los actos de la obra hasta verdaderas óperas (o más bien semi-óperas) en que las partes musicales tenían tanta importancia como las habladas, había un vasto abanico de posibilidades. Dido y Eneas, la obra para la escena más conocida de Henry Purcell, cumple con estos requisitos. De todas maneras, tiene varias características atípicas, entre ellas la exigencia de que todos los cantantes puedan bailar. Si bien se desconoce la pieza teatral con la que alternaba su representación y, de las partes con música, se ha perdido el prólogo, hay datos bastante firmes como para suponer cómo sonó en época del autor a partir, por un lado, de la edición de algunos fragmentos realizada por su viuda y, por otro, de la permanencia en la tradición popular inglesa de recursos como el ground o bajo ostinato, sobre el cual está estructurada la conmovedora canción final de la protagonista. Aunque de su primera representación, en la corte, hay sólo conjeturas a partir de menciones laterales y los únicos testimonios firmes hablan de una puesta en escena en una escuela de muchachas, en las afueras de Londres y en 1689, todo parece indicar que esta obra, como muchas mascaradas privadas de la época, estuvo destinada a suplir la clausura de los teatros durante el período republicano.
La historia de El Castillo de Barbazul, la única ópera de Béla Bartók, es por supuesto distinta, aunque la une con la obra de Purcell su brevedad. Compuesta en 1911 y estrenada en Budapest en 1918, su libreto fue escrito por el poeta húngaro Béla Balázs, quien tomó de un cuento de Charles Perrault la historia de Barbazul, la curiosidad de su nueva esposa y el misterioso destino de sus tres primeras mujeres. Todavía cercana en su concepción musical al Pelleas y Melisande de Debussy, comparte con esta obra el hecho de que los ritmos de la música parecen guiados por la prosodia de la lengua. Pero los caminos de Dido y Eneas de Purcell y El Castillo de Barbazul de Bartók se unirán a partir de hoy, cuando suban a escena –formando parte de un programa doble– en el Teatro Colón. Con funciones, además de la del estreno, el sábado 31, el martes 3 de septiembre, el jueves 5 y el domingo 8, ambas obras contarán con la dirección musical de Pedro Ignacio Calderón y con régie, escenografía e iluminación de Roberto Oswald, a quien el teatro homenajea por sus cuarenta años como escenógrafo y sus tres décadas como régisseur. El vestuario es de Aníbal Lápiz y, en el caso de la obra de Purcell, la escenografía es de Diana Theocharidis.
Uno de los datos relevantes, en este caso, es que la concepción escenográfica de Oswald, a pesar de las notables diferencias estilísticas entre una y otra obra (en Purcell se trata de una especie de resignificación de elementos barrocos y en el de Bartók se juega francamente hacia el simbolismo), parte en ambas composiciones de los mismos elementos escénicos. El elenco de Dido y Eneas estará conformado por la soprano María Luján Mirabelli como Dido (salvo en la última función, en que cantará Desirée Halac) y el tenor Luciano Garay como Eneas (Armando Noguera cantará el 3 de septiembre), Laura Rizzo en el papel de Belina (el 3 cantará Mónica Capra), Alejandra Malvino como la Hechicera, María Bugallo como Segunda Dama, Alicia Cecotti como Primera Bruja, Adriana Mastrangelo como Segunda Bruja, Irene Burt como Espíritu y Carlos Duarte en el papel de un marinero. En El Castillo de Barbazul, los dos únicos personajes –el Duque Barbazul y Judith– estarán representados por Marcelo Lombardero y Alejandra Malvino.