ESPECTáCULOS
› EL CENTENARIO DE LEONIDAS BARLETTA
El arte como campana
Escritor, periodista y dramaturgo, figura central del Grupo Boedo y creador del Teatro del Pueblo, su personalidad resulta clave a la hora de analizar la historia cultural argentina del siglo pasado.
Por Angel Berlanga
“El teatro es la más alta escuela de la humanidad”, dijo Leónidas Barletta en 1964, en el marco del Festival Nacional de Teatros Independientes. Otra frase dimensiona todavía mejor su pasión, su aspiración, su pretensión: “Nos sentimos responsables, dentro de la formidable transformación que se opera, en la liquidación de viejos y carcomidos conceptos y en la constante renovación de valores. Queremos llevar el arte puro al corazón del pueblo, ser rectores de su comportamiento, inspirarlo en el bien, en la justicia, en la generosidad, encendiendo en su alma ansias de superación moral.” Muchos años atrás, el 30 de noviembre de 1930, a pocos días del golpe de estado contra Hipólito Yrigoyen, Barletta, nacido hace hoy exactos cien años, fundó el Teatro del Pueblo y asumió su dirección. La primera sede fue en la todavía angosta calle Corrientes, en el 465, un local que había sido una lechería. Y las primeras intenciones fueron enfrentar artísticamente al “teatro comercial”, cobrar poco y nada, poner en escena obras de autores nacionales y, de acuerdo al acta fundacional, “llevar a las masas el arte en general, con el objeto de propender a la elevación espiritual de nuestro pueblo”.
La distancia temporal entre los pronunciamientos del ‘30 y del ‘64 son apenas una señal de una perseverancia que lo acompañó hasta el final. Una voluntad que observó Roberto Arlt entre dos notas que publicó en el diario El Mundo. En la primera, a poco de la apertura del Teatro del Pueblo, anotó que se había llevado una pésima impresión, describió una sala destartalada y vaticinó un fracaso rotundo. Un año después escribió: “Aquí se está preparando el teatro del futuro, para que cuando esa gente se harte de películas malas, tenga dónde entrar. Estamos en los comienzos de la lucha. La situación creada a los autores sinceros en este país es fantástica. Los empresarios teatrales rechazaban la obra de las generaciones innovadoras. Sin embargo el público tenía curiosidad de conocer autores nacionales, quería ver lo que daba la generación del 900. Esto es lo que ha hecho Barletta. Ha creado un teatro jugándose su prestigio de escritor”. El Teatro del Pueblo fue escenario para grandes autores extranjeros (Shakespeare, Gogol, Tolstoi, Cervantes, Lope de Vega, Moliere) y también para estrenos de contemporáneos argentinos como Raúl González Tuñón, Nicolás Olivari, Ezequiel Martínez Estrada, Eduardo González Lanuza y Roberto Arlt, entre tantos. Barletta estimuló mucho a Arlt para que escribiera teatro y casi todas sus obras se estrenaron allí. Antes de cumplir los 30, Barletta ya tenía una nutrida trayectoria como periodista y escritor, con cuatro novelas, tres volúmenes de cuentos, uno de poemas y una obra de teatro. Junto a Elías Castelnuovo, Alvaro Yunque y Roberto Mariani gestaron el legendario Grupo Boedo: autores provenientes de ámbitos de pocos recursos, trabajadores, influidos por los novelistas rusos, simpatizantes con la revolución del ‘17, enfrentados con la otra mitad de la leyenda, el Grupo Florida. Barletta publicó en 1967 un ensayo llamado Boedo y Florida, una versión distinta, donde sostuvo que mientras sus viejos rivales querían “la revolución del arte”, él y los suyos buscaban “el arte para la revolución”. La virulencia de los enfrentamientos varía según las versiones, que son muchas. “De la disputa surgieron innegables beneficios”, escribió Barletta. “Los de Boedo se aplicaron a escribir cada vez mejor y los de Florida fueron comprendiendo que no podían permanecer ajenos a la política. Pero el beneficio más importante fue que la querella llegó a apasionar a la gente y surgió una literatura argentina y una masa de lectores hasta entonces inexistentes”.
Según escribió Raúl Larra en la biografía Leónidas Barletta, el hombre de la campana, a los siete años quedó huérfano de madre y su padre, que ya no aportaba demasiado por el conventillo donde vivían, decidió dejarlo alcuidado rotativo de tías y demás parentela. Salgari, Dumas y Verne estuvieron entre sus primeras lecturas. Cuando terminó la escuela primaria decidió no estudiar más y empezó a ganarse la vida trabajando. Entre 1924 y 1937, en paralelo con sus actividades literarias y teatrales, fue despachante de aduana en el puerto. Tras unos años como presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, en 1952 fundó Propósitos, un periódico político–cultural en el que acaso desarrolló su máxima lucidez como periodista e intelectual. Desde allí se opuso a los golpes militares, criticó ácidamente a Juan Perón (durante y tras sus dos primeras presidencias) y rescató a Evita, denunció las maniobras para privatizar la producción y explotación del petróleo y defendió el rol de YPF, rechazó la requisitoria de EE.UU. para que la Argentina se sumara a la guerra de Vietnam. Ese abanico de posturas le significaron persecuciones y clausuras varias. Propósitos, que llegó a tener una tirada de 100.000 ejemplares, apareció hasta 1975, el año en que Barletta murió.
Los temas centrales de su vasta producción literaria son la pobreza y las diferencias sociales. Sus personajes son, en general, hombres y mujeres pobres, y sus circunstancias, sentimientos e historias son narrados desde una óptica solidaria y comprensiva. Le molestaba que lo tildaran de “escritor realista”. “En todo caso, sólo soy un inventor de supuestas realidades”, argumentaba. No se advierten reclamos contra el olvido en el que parecen haber caído sus novelas y sus poemas. Sus libros, 37 en total (Royal circo, Historia de Perros, La felicidad gris, De espaldas a la luna, Pájaros negros, entre ellos), no se consiguen. Hay apenas algún que otro volumen perdido en librerías de antigüedades. En la Biblioteca del Gobierno de la Ciudad no hay un solo ejemplar de su obra. En la Nacional, unos pocos. Es en el Teatro del Pueblo, hoy ubicado en Diagonal Norte 943, donde mantiene su presencia y donde su idea del teatro como “instrumento de acción política y cultural” (al decir de Roberto Cossa, uno de sus actuales directores), persevera. Allí sigue la campana con la que Barletta, en la vereda de una todavía angosta calle Corrientes, le advertía a la gente que estaba por comenzar otra función.