ESPECTáCULOS
› LAS VISIONES FEMENINAS SE HICIERON FUERTES EN EL FESTIVA
Venecia, ciudad de mujeres
“Far from Heaven”, “La virgen de la lujuria”, “Vendredi soir” y “The Magdalene Sisters” aparecen como lo mejor de la muestra italiana, llena de film dirigido por mujeres o que cuentan historias de mujeres.
› Por Luciano Monteagudo
Profumo di donna en la Mostra. No se trata solamente del homenaje a Dino Risi. O de que ya estén llegando al Lido las superproducciones dirigidas por mujeres, como K-19: The Widowmaker, de Kathryn Bigelow, protagonizada por Harrison Ford, o Ripley’s Game, de la local Liliana Cavani, con John Malkovich en la piel del célebre personaje creado por Patricia Highsmith. Sucede que son las mujeres las protagonistas absolutas de la mayoría de los films en concurso: madres dolorosas, prostitutas sufrientes, adolescentes abandonadas, amantes de una sola noche... Todo un gineceo es en estos días el venerable Palazzo del Cinema, que desde 1937 mira con altivez hacia el Adriático.
Si madre hay una sola, ésa es Julianne Moore, la magnífica protagonista de Far from Heaven, de Todd Haynes, el mejor film visto hasta ahora en la competencia oficial Venezia 59. La actriz y el director ya habían trabajado juntos en Safe (nunca estrenada en la Argentina, aunque muy difundida en el cable), pero la nueva película del dúo –el trío, en realidad, ya que hay que incluir a la productora independiente Christine Vachon– es de un grado de madurez y perfección poco común. Aunque a primera vista no lo parezca, Far from Heaven es también la película de mayor riesgo de Haynes, a quien en Buenos Aires se lo conoce sobre todo por Velvet Goldmine, su revisión crítica de los años dorados del glam rock. Ambientada en unos años ‘50 que parecen salidos de la colección de estampas en technicolor de un almanaque, Far from Heaven se atreve a continuar la tradición del mejor cine de Douglas Sirk, un maestro alemán del melodrama de Hollywood, autor de films de culto como Imitación de la vida y Escrito en el viento. La audacia, el valor del nuevo film de Haynes, radica en que no sigue el camino más fácil –el de la burla o la sátira– sino el más complejo: la recreación de todo un estilo para dar cuenta de un mundo bastante más lejos del paraíso que parecía prometer.
Ama de casa modelo, madre ejemplar formada en las páginas del Reader’s Digest, el personaje de Julianne Moore ve desmoronarse todo a sus pies cuando descubre que su marido padece un mal incurable. “Sé que es una enfermedad, porque me hace sentir despreciable”, la define él (Dennis Quaid) cuando le confiesa su homosexualidad. Ahogada por una corte de amigas y vecinas, que parecen vivir en una eterna caja de bombones, ella sólo encuentra comprensión en la pudorosa amistad que entabla con un jardinero negro (Dennis Haysbert). Pero el pueblo no tardará en condenarla por un pecado que nunca se atreve a cometer.
Hablando de pecados, la protagonista de La virgen de la lujuria, la nueva película del mexicano Arturo Ripstein, encarnada por la española Ariadna Gil, dice en cambio haberlos cometido todos. Española exiliada en el mítico México de los años ‘40, al que el autor de La mujer del puerto y La reina de la noche siempre vuelve, esta prostituta sin embargo sólo vive para una ilusión: otra noche de amor con Gardenia Wilson, un luchador enmascarado de esos que pueblan las películas y los rings más cochambrosos del imaginario popular mexicano. Mientras lo busca, se refugia en el Café Ofelia, donde se reúnen otros republicanos expatriados y donde el triste mesero de sangre india (Luis Felipe Tovar) le rinde culto como a un tótem y le besa incansablemente los pies. Escrita con la prosa siempre magistral de Paz Alicia Garciadiego, la película de Risptein –que compite en la sección paralela “Controcorrente”– comparte con la de Haynes la minuciosa recreación de un mundo que pertenece al dominio de la memoria y la fe en un cine capaz de construir su propio universo ficcional.
En el otro extremo del arco expresivo está The Magdalene Sisters, el potente largometraje como director del actor escocés Peter Mullan, protagonista de Riff Raff y Mi nombre es todo lo que tengo, de Ken Loach. Para Mullan, que llegó al Palazzo en su tradicional kilt, se trata de “un film de ficción, que desafortunadamente se ocupa de algo verdadero”. En Irlanda, los asilos de María Magdalena, manejados por monjas de la IglesiaCatólica, funcionaron hasta muy pocos años atrás como prisiones para adolescentes, donde sus familias las enviaban a raíz de sus pecados cometidos. Esos pecados incluían no sólo ser madre soltera sino también haber sido víctima de una violación y haberlo denunciado; o ser demasiado rebelde; o demasiado linda como para provocar la lujuria; o demasiado fea como para encontrar marido. La película –que consiguió provocar la ira del Vaticano, que ya salió oficialmente a condenarla, en el mejor golpe de publicidad que hasta ahora tuvo la Mostra– informa que unas 30 mil chicas habrían pasado por estos campos de trabajos forzados, de las que algunas nunca llegaron a salir con vida, pero Mullan se concentra en la ordalía de cuatro reclusas, allá por los años ‘60, cuando algunos signos de modernidad comenzaban a filtrarse en un país de una obstinada cultura rural.
Urbana, contemporánea es por el contrario Vendredi soir, la nueva película que la directora francesa Claire Denis presentó en “Controcorrente”. Tan lejos de Bella tarea como de Trouble every Day, sus dos últimos, magníficos films conocidos en Buenos Aires, Denis se ocupa aquí apenas de un hombre y una mujer (Vincent Lindon, Valérie Lemercier) en un encuentro casual que los hace amantes por una sola noche. Hay una rara ternura en ese viernes, que comienza de una manera casi fantástica, con un embotellamiento digno de “La autopista del sur”, el relato de Julio Cortázar, y termina entre las sábanas de un pequeño hotel de París. El punto de vista es siempre el de la mujer, pero Denis no condesciende a la voz en off. Los diálogos, a su vez, son escasos, sencillos, epigramáticos. Se diría que la directora simplemente mira el mundo a través de los ojos de su protagonista, como si de pronto viera un hombre por primera vez.