ESPECTáCULOS
Como “Sex and the city”, pero con chistes crueles
El director de “Memento” elige esta vez contar de un modo “normal”: Pacino es un policía que se derrumba de a poco en un pueblito donde el sol brilla 22 horas al día. “La cosa más dulce”, en tanto, es una comedia al estilo Hermanos Farrely, pero femenina.
› Por Martín Pérez
Una suite de lujo, una carrito lleno de helados de todo tipo y el hombre buscado bajo las sábanas, más precisamente a la altura de la entrepierna. ¿Con qué más puede soñar una mujer? Con esto: que el hombre en cuestión asome su cabeza para anunciar que pensando en ella hizo sacar todas las calorías de los helados. Y para aclararle que ella no deberá retribuirle bajo las sábanas necesariamente con la misma moneda. “A los hombres no nos gusta el sexo oral, no sé quién inventó esa mentira”, le explica él antes de regresar a lo suyo, con lo que el mejor de los sueños femeninos termina de hacerse carne. O más bien lengua. Al menos, según La cosa más dulce. Es decir, según su soñadora protagonista: la bella, despampanante y huidiza Cristina.
Para quienes hayan pensado que cualquier comedia de los hermanos Farrelly –o, aún peor, las de cualquiera de sus fallidos imitadores– no tiene adversarios a la hora de elegir la cosa más asquerosa que hayan visto en el cine, deberían celebrar que los hermanos no sean hermanas. Porque La cosa más dulce tal vez sea el mejor (o peor) ejemplo de lo que sucedería en tal caso, con sus depravaciones en baños públicos, sus piercings en lugares inapropiados y sus vestidos llenos de esperma. Un desinhibido desfile que escandaliza, divierte y humilla en la misma cantidad, tanto a los inocentes como a las supuestamente hábiles y dominadoras. Todo fruto de una mujer que parece ser la Farrelly que faltaba, llamada Nancy Pimental, cuya carta de presentación es su labor como guionista de los impresentables y terribles niñitos de “South Park”. Y de más está decir que sus chicas son igual de impresentables que ellos. Pero algo más grandes. Con pechos.
Dirigida por el casi-debutante Roger Kumble, La cosa más dulce es una feroz comedia de costumbres (femeninas), protagonizada por un trío de despampanantes solteras de treinta, interpretadas por Cameron Díaz (la Cristina en cuestión), Christina Applegate y Selma Blair. De todas ellas, a pesar del prólogo contundente referido a la Cristina de Cameron, quien mejor sabe llevar toda la inimputabilidad que da ser una hermosa soltera de treinta es Courtney, el personaje de Christina Applegate. Ella es la que más sabe de todo, la que atraviesa cualquier temporal con una carcajada y –por último, pero no menos importante– la mejor comediante de las tres estrellas protagonistas. Aunque semejante definición obligue a dejar en un segundo plano a la admirable Selma Blair, cuya sufrida Jane es la soltera menos feliz de serlo, y la más castigada por los dioses de la comedia más cruel. Esos que siempre necesitan alguien a quien castigar. Y cómo. Entre la desvergüenza de Courtney y las metidas de pata de Jane es donde aparece Cameron Díaz, que desde que supo ser Mary sabe ser encantadora en situaciones límites. Como eso de llevar semen en el pelo.
Desinhibida mezcla entre “Sex and the City” y Loco por Mary, La cosa más dulce recorre los tópicos de la feroz cotidianeidad de las hembras de la especie humana sueltas en esa selva conocida como ciudad. Triunfadoras con sus tacos altos, sus llamativos escotes y sus curvas sexies, el tríoprotagonista –o, al menos, el dúo encargado de la docencia de Jane– no se priva de nada, ni siquiera de caer lo más bajo posible. Pero todo en busca de la preservación de la especie. O, al menos, de su estado de ánimo. Además de mover su cintura subiendo y bajando las cuestas de San Francisco, las chicas también decidirán salir a la ruta en busca de aquel hombre ideal para Cristina. Y de más humillaciones. Demasiado episódica y por momentos pasada de revoluciones, si algo reivindica el feroz y perverso sentido del humor de esta comedia urbana devenida road movie es que no deja títere con cabeza. Su obsesión por lo sexual está más cerca de lo lúdico, el placer y/o la defensa propia que del onanismo machista. Como buenas –y malas– chicas que son sus protagonistas.