Un hombre vive durante años en una casa destartalada frente al mar. Durante esos años perdidos se separa de su mujer, sus hijos crecen lejos de él y se eterniza en un trabajo que odia, construir maquetas de casas. El hombre soñó toda su vida con tirar abajo el hogar en el que vive y construir la casa de sus sueños en ese terreno con vista privilegiada. Algo que hará, según cuenta Irwin Winkler, porque lo echan de su trabajo y descubre que tiene cáncer. Según parece, un cambio de vida es posible cuando es terminal.
Algo más de dos horas de puestas y salidas de sol como escenografía de una larga agonía devenida en epifanía redentora. Eso es lo que tiene para ofrecer Construyendo..., un film lleno de descubrimientos. Su protagonista descubre que su mujer aún lo ama, su hijo descubre que las drogas no son el mejor escape, su hijo descubre que la vecinita está interesada en él, y todos descubren que el hombre tiene cáncer pero que martillar hasta completar la casa es algo que redimirá a todos. Tal vez si Winkler no hubiese necesitado llevar hasta su oxímoron el relato de las revelaciones de su protagonista (Kevin Kline), su película no olería tanto a drama terminal. Después de todo, siempre es posible revisar los fundamentos de la vida sin un cáncer al final de camino.
Pero para ello habría que creer en lo que se cuenta, y es difícil creer en esa sucesión de amaneceres y atardeceres. Con Kline y Kristin Scott Thomas felizmente ajustados en sus interpretaciones en roles fáciles de sobreactuar, Construyendo... tiene su niña con ganas de crecer, sus drogas revisitadas y su sordidez de velada crítica al sistema. Su drama nazca con el fórceps de la tragedia, en vez de latir con la redención del día a día. Y sin tanto horizonte en llamas de dudosa epifanía.