ESPECTáCULOS
› “LO QUE VA DICTANDO EL SUEÑO”, DE GRISELDA GAMBARO
Unas fantasías liberadoras
La puesta de Laura Yusem, concebida como una obra-laberinto, está atravesada por la ambigüedad. En ese marco, resaltan notables los toques surrealistas a tono con perversiones de la realidad argentina.
› Por Hilda Cabrera
Ana quisiera tener sueños tan perfectos que ningún dolor los traspase, pero debe vérselas con una realidad que se parece mucho a una pesadilla, ya que la rodean más seres crueles que bondadosos. Fregona en un geriátrico, hermana de Manuel, un tipo despótico que ella idealiza, y con quien dice haber navegado alguna vez en mar abierto (ese “paraíso donde nadie podría castigarlos por tanta dicha”), es a los ojos del espectador una muchacha torpe y herida, y una guía en esta obra-laberinto escrita por Griselda Gambaro. Hecha de sueños y vigilias, Lo que va dictando el sueño retrata a una joven de uniforme gris (la excepción es el vestido blanco que luce en la escena primera), a la que ubica en la franja de los sojuzgados, de aquellos a quienes otros les han vedado el presente. La pieza exige una especial atención del espectador, que sólo así podrá apreciar lo que se le revela de modo fugaz en cada gesto o palabra. A los intérpretes les toca modificar abruptamente la identidad de sus respectivos personajes, concebida como plural, y dar vida a una situación distorsionándola, porque así lo quiere Ana (papel a cargo de Alicia Zanca), decidida a dar batalla a los soñados que se le rebelan.
La muchacha convierte su fantaseo en acción liberadora, arrastrando en ésta a un anciano del geriátrico, al que cuida como a un ser querido. Las escenas en que se los ve juntos toman a veces la forma de un cuadro religioso y pagano al mismo tiempo: secuencias en que Ana sonríe con beatitud, como si una milagrosa aparición la serenara en el peor momento, y otras en las que adopta poses de virgen-madre piadosa.
Si bien se trata de una obra donde la ambigüedad lo tiñe casi todo, es posible descubrir toques surrealistas a tono con ciertas perversiones de la realidad argentina actual, particularmente en lo que se refiere a la desdicha que generan personajes depredadores y cínicos como Manuel (compuesto por Luis Machin) y el director del geriátrico (Horacio Peña). En otro plano, diferente, está Julia, mujer de Manuel, maliciosa con los débiles pero también maltratada, y el Viejo enfermo y abandonado por sus hijos, cuya aspiración suprema es tomar mate con bizcochitos de grasa. La misma Ana pertenece a esa legión de desplazados que, según la burla de su hermano, avanza con el pie derecho y tropieza con el izquierdo.
Estos personajes (más el mucamo que protagoniza Jorge Suárez, admirable intérprete del Viejo), metidos en una escenografía reducida a lo necesario, se niegan a quedar presos del juego ilusorio de Ana, y de una memoria que a veces parece retroceder hasta los cimientos de otra que se intuye colectiva. Desde la dirección, Laura Yusem moldea con creatividad a estos personajes, guiando a excelentes intérpretes con oportunidad de expresar su arte. Los ejemplos abundan, pero vale citar la explosión de movimientos del personaje de Julia (Julia Calvo) al momento de coreografiar una “sesión” de maltrato que se supone ocurrió fuera de la vista del espectador. Sus contorsiones se transforman en provocativa denuncia de la violencia ejercida por un golpeador (aquí, Manuel). Esa forma de contar la brutalidad y el pánico puede verse como enlace entre el interior de la soñada y el de la propia Ana en el transcurso de su proceso onírico. Esto se da especialmente en la muchacha y el Viejo (o señor Pérez), un gruñón desesperado por fumar y escapar del geriátrico. Pero sólo Ana es quien intenta en su desamparo otro tipo de convivencia: dialoga con ese anciano que se resiste a “caer en la oscuridad”, lo protege en sus domésticas extravagancias y festeja sus bufonerías. Ella es testimonio de la tensión que generan las múltiples realidades sugeridas por el texto (y las actuaciones) y aquello que va camino de desaparecer, como el cuerpo, el recuerdo y la celebración. El Viejo es su elegido entre unos soñados que la detestan y a los que quiso modificar antes de enfrentarse a lo irreversible, que atonta o enloquece.
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