Sáb 07.09.2002

ESPECTáCULOS  › EL FESTIVAL VENECIA 2002 INGRESO EN SU RECTA FINAL

La hora de las definiciones

El debut del suizo Moritz de Hadeln como director de La Mostra puede considerarse satisfactorio: conservó el nivel de calidad de la historia y, al tiempo, mantuvo a raya a las huestes del gobierno de Berlusconi.

Página/12
en Italia

Por Luciano Monteagudo
Desde Venecia

“Entre la gente de cine, aquí en Italia, circula un chiste: ¿Saben que es para Berlusconi una película? Aquello que necesita para ocupar el tiempo entre una tanda publicitaria y la siguiente.” Con estas palabras, el suizo Moritz de Hadeln –el nuevo director del Festival de Venecia, después de una tormenta política que barrió con su antecesor y que determinó que ningún italiano se hiciera cargo del puesto– desmintió ante un grupo de periodistas extranjeros, entre los que estaba Página/12, cualquier grado de injerencia oficial en la programación de la Mostra. De hecho, De Hadeln ya tuvo un cruce de espadas con el ministro de Cultura, el conservador Giuliano Urbani, y logró algo –dicen los veteranos aquí en Venecia– que hasta ahora parecía imposible: que ningún miembro de la administración política se hiciera presente en la ceremonia de apertura. Es más, el diario local Il Gazzettino se quejó amargamente, in prima pagina, del protocolo, que no habría tenido en cuenta a los máximos representantes de la Regione Veneto. “Esperemos que en la fiesta de clausura las presiones de los políticos no excluyan a la gente del cine”, salió a su vez al choque la revista de cine Ciak.
Todo este cotilleo parece serle indiferente a De Hadeln, que dice también estar al margen de las apuestas sobre si se queda o no en el puesto. “Yo firmé contrato sólo por un año”, afirma el hombre que estuvo durante más de dos décadas al frente de la Berlinale. Esta situación le ha permitido poner en negro sobre blanco, en el prólogo de catálogo, que “va a demandar coraje y determinación librarse de viejos hábitos y formas de pensar, ignorar viejas y estériles polémicas, concebir una nueva relación entre la Mostra y el resto de la Biennale, sacarse de encima el peso de una burocracia anacrónica e ineficiente para crear una nueva y moderna Mostra”.
¿Y el cine? No le ha ido mal a De Hadeln en su experiencia piloto en Venecia. Cuando todavía falta la última jornada en concurso (hay una particular expectativa por Oasis, del director coreano Lee Chang-dong, de quien en Buenos Aires se vio su excelente film anterior, Peppermint Candy), puede decirse que la edición número 59 del festival estuvo a la altura de su fama, a pesar de que se hizo en apenas cuatro meses y estuvo a punto de sufrir un boicot internacional. “Milagro en el Lido”, tituló incluso la influyente revista especializada Variety. Es verdad que un festival con una tradición como el de Venecia tiene ya una dinámica propia y un lugar asegurado en el calendario cinematográfico internacional, lo que determina que decenas de películas de todo el mundo que no estuvieron listas para Cannes (en mayo) y que no quieren esperar a Berlín (en febrero) cuenten con la Mostra veneciana como plataforma de lanzamiento. Se diría, en todo caso, que el mérito de esta nueva administración fue el de saber aprovechar esta circunstancia, tendiendo una red lo más amplia posible.
Desde Hollywood, llegaron los principales lanzamientos de otoño de los grandes estudios, lo que le permitió a la Mostra tener ocupados a los fotógrafos registrando el paso por la alfombra roja de algunos rostros famosos, como Tom Hanks que acompañó a Camino a la perdición, y Harrison Ford que trajo K: 19 The Widowmaker, de Kathryn Bigelow. Faltaron a la cita Clint Eastwood y Julia Roberts, pero el despliegue de las veteranas divas europeas Catherine Deneuve y Sofia Loren hizo que la ausencia no fuera tan notoria para los paparazzi. De hecho, el cine europeo tuvo este año en Venecia una presencia importante y en general valiosa, con la sola excepción del cine italiano, que no parece estar pasando precisamente por su mejor momento. No hubo, por ejemplo, ningún film a la altura de Tornando a casa, de Vincenzo Marra, la revelación el año pasado de la Settimana de la Critica, que luego resultó la película ganadora del últimoFestival de Cine Independiente de Buenos Aires. Francia puso en la competencia por el León de Oro a films de Michel Deville (Un monde presque paisible) y Patrice Leconte (L’homme du train) y reservó para el concurso paralelo “Controcorrente” algunas de sus mejores fichas, como la magnífica Vendredi soir, de Claire Denis, y Un homme sans l’occident, una original incursión por el campo de la ficción del gran fotógrafo y documentalista Raymond Depardon.
Desde Gran Bretaña llegaron a su vez dos de los títulos que más suenan para el León de Oro: The Magdalene Sisters, de Peter Mullan, que ya en el comienzo de la Mostra entusiasmó a la crítica y enfureció al Vaticano con su potente invectiva contra la represiva cultura católica irlandesa, y Dirty Pretty Things, de Stephen Frears, que ahora en el final volvió a poner calor y suspenso en la competencia oficial. Ambientada en el submundo de Londres, donde los inmigrantes ilegales llevan una dura lucha cotidiana por la supervivencia, esta película de presupuesto modesto, lejos de las tentaciones de Hollywood, devuelve a Frears al cine que mejor hace y conoce, como el que supo hacer en Ropa limpia, negocios sucios y Sammy y Rosie van a la cama. Los de Mullan y Frears pueden ser títulos para los premios, junto con Far from Heaven, de Todd Haynes, que es otro de los candidatos al León que suenen fuerte.
Oriente también tiene sus chances no sólo con Dolls, la fábula romántica de Takeshi Kitano, sino también con la china The Best of Times, de Chang Tso-chi, en el concurso oficial, y con Public Toilet, de Fruit Chan, y Springtime in a Small Town, de Tian Zhuangzhuang, en “Controcorrente”. La gran ausente este año en la Mostra ha sido sin duda América latina. La dirección del festival terminó reconociendo que no tuvo el tiempo suficiente como para profundizar en la producción brasileña y argentina, lo que les llevó a incluir solamente una película mexicana, La virgen de la lujuria, otro barroco descenso a los infiernos del melodrama debido a Arturo Ripstein y su guionista de siempre, Paz Alicia Garciadiego. En este sentido, no se puede decir que Venecia 59 haya sido un festival de descubrimientos, pero tampoco condescendió –en una edición particularmente crítica– a rendirse a las imposiciones del mercado.

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