ESPECTáCULOS
› LA CRISIS ECONOMICA GENERO HORAS Y HORAS EN TORNO AL MISMO TEMA
El sexo oral ha invadido la televisión
Los programas recrean el sexo como un relato interminable de rarezas. Los sexólogos León
Gindin y Virginia Verdier explican el fenómeno.
› Por Julián Gorodischer
Policías, tío y sobrinos, en versión Pol-ka, recorren la gama que va de la comedia lunática a la acción violenta sin escenas de alcoba o desnudos como los de antes. ¿Alguien se acuerda de la revolución que causó “Por ese palpitar”, con sus travestis y lesbianas en plan íntimo? La tira modelo 2002 poco se preocupa por lo que sucede en la cama; el sexo ingresa a la televisión por otra vía: pocas imágenes y más palabras para referir a las variantes más extravagantes del conflicto íntimo. Desde el mediodía, con “La Corte”, la TV zarpada abre el juego. “No quiere saber nada conmigo”, se enuncia, y en el estudio hay una cama tendida para la ocasión. La esposa se queja, y el hombre argumenta que “el pito no responde porque es gorda”. Un nuevo bloque, y es momento de la puja entre el travesti y su cliente por supuesta “defraudación”. “Le pagué y no quiere tener sexo”, dice el denunciante; el aludido responde: “Me dijo que era atlético, y es un desastre”. Es apenas el comienzo.
“Se llegó a un momento de saturación en el cual cada vez es más difícil motivar a la gente”, opina la sexóloga Virginia Verdier. “Una relación sexual implícita ya no es erotismo. Sería casi risueño mostrar una escena de infidelidad como la de Roxy y Panigassi en ‘Gasoleros’. Los relatos impactantes alimentan la curiosidad y el chisme, son extraños, pero divertidos, permiten salirse de la propia vida frustrada, con los efectos de un circo romano. Es lo que le pasa a muy poca gente –dice–, pero vende; y lo que interesa a las empresas es que la gente se quede colgada del televisor.” “La parejita que se quiere –analiza el sexólogo León Gindín– no tiene interés. En México se obligó a que si una tira mostraba relaciones sexuales, se sobreimprimiera un texto informativo dedicado a hacer prevención. Sería bueno meterse con lo frecuente, con lo común, para hacer servicio.”
Durante toda la tarde, el talk show no da respiro. Que se diga todo sobre sexo, y si es posible que haya un duelo, pero no una pelea conyugal del tipo de La guerra de los Roses, demasiado convencional. “En el escenario de la vida...”, dice Moria, como otras veces, y el que llega es el relato de un intercambio de parejas con final poco feliz. “¿Por qué no querés repetirlo, mamita?”, dirá Moria en “Entre Moria y vos”. “¿No te gustó? Pero bien que te calentaste cuando te lo propusieron, así que estabas borracha, no me digas...” La diva no le teme al horario de protección al menor y se postula para conducir el segundo “Confianza ciega” en Canal 9. “Esta es la vida misma, unos se enamoran, otros se calientan, otros despluman, la tele es un reflejo...”, puntualiza la diva. La embarazada duda entre cuál de tres es el padre del niño, y el fiestero quiere seguir durmiendo con sus dos mujeres. En la tribuna, el dedo de la anciana se levanta, y Moria lo corta al vuelo: “Calmate mamita, viví y dejá vivir...”.
La tele de la crisis detecta en Flavia Miller un símbolo del “bajón”: un largo camino que empezó con el affaire de Huberto Roviralta y terminó en un arancel de 150 patacones por sesión. Mucha agua ha corrido, y Jorge Rial o Susana Roccasalvo repiten la cifra como si se sintetizara otra tragedia. La “prostitución VIP” de la Argentina en bancarrota cobra en bonos, y la ex conejita oculta sus ojeras detrás de los lentes negros. Si se los saca, como pide Chiche Gelblung, en “Edición Chiche”, aparece el monstruo: la lumpen-vedette ya no paga cirugías ni colágeno. “Zap TV” retoma el tópico en su variante gay, para comprometer a Guido Süller o narrar la caída de Matías (de “Cupido”) en la prostitución travesti. Poco importa a la tele de las tardes el rumoreo sobre famosos; ha sido reemplazado por la sexualidad de los raros.
El capocómico de la excitación permanente (Guillermo Francella), en tanto, suma rating contando el affaire clandestino con la cuñada (Andrea Frigerio), en clave de comedia de enredos. Antes lo hizo con la lolita(Julieta Prandi), y con el flirteo sadomaso con la jefa. En los sketches de “Poné a Francella” se ve un repertorio de ratones, siempre y cuando sea con menores de 18 o rozando la ilegalidad. Que el sexo –propone Francella– se ubique del lado de la mentira: a la esposa, al padre de la nena, a los compañeros de trabajo. El mentiroso gozó con la amiguita de la hija, siempre al borde de la consumación del acto, y ahora lo hace detrás de la puerta con la cuñada.
“En la televisión –dice Gindín–, los guionistas y los productores dedican grandes tiras o programas al affaire entre cuñados o a situaciones que tienen que ver con lo raro o lo difícil. Nunca aparece de verdad lo que es el sexo común. Siempre tiene que haber algo poco frecuente; se olvidan del amor, del vínculo afectivo.” Para Verdier, “el sexo en TV se mira disociado de la propia vida. No tiene efectos sobre la audiencia; es lo que les pasa a algunas personas, distinto de lo que le pasa a cada uno en función de su crianza, su mapa del amor, su mapa erótico formado en los primeros años de la vida, y en las experiencias buenas o malas que se tuvieron. Lo otro se ve como una novela, una película, algo que no tiene nada que ver con uno”.
Cuando la tele se aparta del relato de alto impacto y genera un ciclo hecho para excitar, congela los cuerpos en el calendario de qualité de “Fantasías”, fotos cuidadas, todo en su lugar, como para que el estatismo del desnudo, con las cautelas del caso, no alarme conciencias y compense con “belleza” la suciedad de las palabras de los freaks vespertinos. El resto es otra cosa: travestis y prostitutas mediáticos llenan horas de pantalla, y los conductores moralizan.
“Descubrimos a Flavia Miller...”, anuncia Rial, y la cámara oculta -aplicada ya no a la tramoya política sino al reality fiction, que construye enrevesadas tramas sobre la base de vidas reales– se encarga del resto. Para armar el culebrón, deberá aparecer la prima y el ex marido, el acompañante actual –un taxista– y un cliente arrepentido: la historia quedará tejida para salvar la semana, a bajo presupuesto y alto impacto. Se escuchará amplificado el regocijante testimonio (“150 patacones por media hora”) que Flavia repite en “Intrusos” y “Rumores”, por qué no en “Edición Chiche”, aquel que resume la caída de la elite de los famosos, el que asegura que ninguno se salva en la Argentina, como para que todo el mundo sepa que “estrellas” eran las de antes.