Mar 10.09.2002

ESPECTáCULOS

Un festival cinematográfico de lujo, en el pago chico de Osvaldo Soriano

“Un oso rojo”, de Adrián Caetano; “El bonaerense”, de Pablo Trapero; y vive”, de Jorge Coscia, tuvieron su preestreno nacional en el marco de la interesante programación del Segundo Festival de Cine de Tandil.

› Por Horacio Bernades

En Tandil antes que en Buenos Aires. Ese es el trayecto que siguen algunas de las películas exhibidas en el Segundo Festival de Cine Argentino que la municipalidad de esa ciudad bonaerense viene llevando adelante desde la semana pasada, junto con la Biblioteca Bernardino Rivadavia, con el apoyo del Incaa y la Universidad Nacional de Centro. El sábado allí se presentó Un oso rojo, la nueva película de Adrián Caetano, que en Buenos Aires se conocerá a comienzos de octubre. Hoy le toca a El bonaerense, segundo opus de Pablo Trapero después de Mundo grúa, que llegará a la cartelera porteña la semana próxima. Y mañana cerrará el festival Luca vive, la película de Jorge Coscia basada en la obra teatral del periodista Carlos Polimeni, cuyo estreno nacional está programado para el 10 de octubre. Caetano y Coscia (este último en su doble carácter de director de cine y director del Incaa) son dos de los visitantes que se llegaron desde el miércoles pasado hasta estos parajes por los que alguna vez pasó el polaco Witold Gombrowicz. Trapero no pudo llegar porque se encuentra en Toronto presentando El bonaerense (ver nota en página/27). Lo cual es signo de la buena sincronía que mantiene el festival tandilense con respecto a sus hermanos mayores.
La producción gastronómica típica de la zona derivó en una abundancia de bandejitas de salamín tandilense, que viajaban por el foyer del complejo Cinemacenter, que bordea a su vez las góndolas de un hipermercado. Apetitosa y nada “grasa” sonaba la programación de este segundo festival organizado por las direcciones de Cultura y Turismo de la ciudad, que parece ir encontrando un perfil dominado por producciones de lo que se conoce como “Nuevo Cine Argentino”. Significativamente, ése es también el título de un libro producido por la rama argentina de Fipresci –la asociación que agrupa a los críticos de cine del mundo–, que se presentó el domingo en la sala 2 del Cinecenter. Subrayando las correspondencias, dos de los realizadores a los que se les dedican más páginas en ese volumen (Adrián Caetano y Pablo Trapero) presentaban sus nuevas películas en el marco de un festival en el que también pudieron verse otros preestrenos, como El cumple, del rosarino Gustavo Postiglione; Late un corazón, de Raúl Perrone; e H.I.J.O.S., el alma en dos, de la dupla Guarini-Céspedes.
Además de esas películas, los programadores de Tandil tuvieron el tino de incluir otras cuyo estreno no está asegurado. El caso de La fe del volcán, de Ana Poliak; Ciudad de Dios, de Víctor González; Modelo 73, del salteño Rodrigo Moscoso; y Oscar Alemán, vida con swing, documental de Hernán Gaffet que se convirtió en uno de los grandes favoritos del público. También lo fue Un oso rojo, en parte por su indudable solidez cinematográfica, pero en buena medida por incluir el debut cinematográfico de un tandilense emérito: el ilusionista René Lavand, que en la película de Caetano hace de hampón y estuvo durante la presentación. “Cuando Caetano me dijo que tenía que hacer de manco, vi que el papel no me iba a costar mucho”, dijo el jugador antes de la proyección del sábado. “Me preocupó un poco más que Caetano opinara que tampoco me costaría el papel de villano”, cerró Lavand, cuya actuación en Un oso rojo puede llegar a constituirse en una de las revelaciones del año.
Otro de los naturales del lugar, el bolerista Mario Clavell, tendrá su homenaje el día de cierre, cuando se proyecte el clásico en blanco y negro El ladrón canta boleros (1950) y se lo declare ciudadano ilustre. Los realizadores del festival cuentan que creen estar cumpliendo con uno de los sueños del escritor Osvaldo Soriano, que solía gastar horas en los cineclubes locales, soñando con que Tandilfuese, algún día, sede de un gran evento de cine. Más allá del folklore local, lo que parece asegurarle una continuidad es el acierto de sus seleccionadores, que tienden a apuntar su programación sobre las camadas más dinámicas del cine argentino. Con lo cual, por un lado se exhiben en Tandil películas que de otro modo jamás llegarían (conviene tener en cuenta que la ciudad, con activa vida universitaria, tiene público), y por otro se atrae al cinéfilo porteño con una buena oferta de preestrenos, en el marco de un tentador recorrido turístico-gastronómico.

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