ESPECTáCULOS
• SUBNOTA › UNA ROAD MOVIE QUE VA HACIENDO SU CAMINO AL ANDAR
“Mis películas no están en el papel”
› Por Mariano Blejman
La elección de un destacamento como sede para filmar Familia rodante en los alrededores es también una decisión estética de Pablo Trapero para hacer sentir incómodo al entorno. Su despliegue por el regimiento –y sus técnicos que desentonan con el rapado castrense– es, además, una forma de filmar. Familia rodante existe por el éxito de sus anteriores películas. Con Matanza Cine, su productora, Pandora de Alemania y Paradise Film de Francia, consiguió financiación y podrá terminarla en Europa. Ya rodó en Buenos Aires, Zárate, Gualeguaychú, Yapeyú, San Javier y queda por filmar en Entre Ríos. Mientras, planea su próxima película, Villa.
–¿Cómo se ubica frente a sus personajes?
–Del “Rulo” de Mundo Grúa me siento más cerca que del “Zapa” de El bonaerense. Pero tenía que estar cerca suyo para entenderlo. Porque, si no, corría el riesgo de caer en lo descriptivo. En ambas películas necesitaba comprender lo que les pasaba, porque nadie toleraría un minuto de esa realidad sin el contexto. Esa mezcla de patetismo y ternura me gusta. Me mueve esa ambigüedad de no saber qué sentir. Si a “el Rulo” lo volvés inapelable se vuelve empalagoso. La escena de sexo de El bonaerense pone al espectador en una situación de sentimientos enfrentados. Ya sabemos que “la bonaerense” es una mierda, pero el cine tiene la capacidad de generar discusión. A Mundo grúa la vieron cien mil personas, a El bonaerense trescientos mil.
–¿Cuándo comenzó a gestar Familia rodante?
–En un viaje de Buenos Aires a Misiones cuando tenía unos ocho años. Esta es una ficción, pero tiene anécdotas de esa historia. No la hice antes porque no conseguía la plata. Filmé Mundo grúa con 20 personas, y aquí hay más de 70 entre actores y técnicos. Con mis viejos construimos el set rodante: la “Viking set”. Investigamos mucho cómo construir un móvil que permita que 30 personas anden en una ruta, llenas de micrófonos, luces y cables. Hicimos un laboratorio ambulante. La original es una Chevrolet ‘58 de mi familia. La hizo mi viejo hace más de veinte años.
–¿Por qué va al nordeste?
–El sur es un poco fantástico. El norte andino es antropológico. Pero el litoral es más casero. En Yapeyú, donde nació San Martín, nadie fue a filmar una película. Ni un documental. Los pies rojos de la tierra, la ropa percudida, eso lo estudiábamos en la primaria. Filmo con esa noción de la Argentina que teníamos cuando éramos chicos.
–¿Le gusta hospedarse en el cuartel?
–Estoy en un lugar al que jamás entraría si no fuera por esto. Vivo en un casino de oficiales y en Corrientes nos cocinaban los Granaderos. Siempre tan paraditos, ahí nos hacían el catering. Podría haber elegido comodidades hoteleras, pero me gustan estas condiciones. Además, es la primera vez que siento que el Ejército sirve para algo.
–¿Le pidieron el guión para hospedarlos?
–Sí, pero no me molestó. El guión es una herramienta de trabajo, los escribo para conseguir plata o cosas. Pero mis películas no están en el papel. Me gusta improvisar. Filmo una consecuencia entre lo previsto y la realidad. Puedo hacer con lluvia una escena pensada con sol. Es más rico lo que resulta. Hemos incorporado misioneros para el casamiento, porque no es lo mismo traer extras que trabajar con ellos. Porque cada película nos va cambiando. Cada rodaje se lleva un par de años de vida. Y lo que me impulsó a hacer cine es lo que había vivido en las producciones. Es un momento de crisis, la vida no va a ser igual después. Se produce una realidad paralela donde el clima, el calor, la situación social, la lluvia, tienen dimensiones distintas a las cotidianas.
–¿Sus personajes son conscientes de lo que representan?
–Mi abuela no es como sale en los films, el Rulo no es como en Mundo grúa. Mi abuela habla normalmente, pero el marco de la ficción le da otra entidad. Los misioneros van a tener una forma de hablar particular. Lo no profesional tiene una elasticidad increíble.
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› Por Mariano Blejman