Dom 16.01.2005

ESPECTáCULOS • SUBNOTA  › AMA DE CASA, VEDETTE, CANTANTE, CONDUCTORA...

El poder de desmitificar todo

La idea es no creérsela nunca. Así de sencillo: enfrentar el arquetipo y demolerlo. Quitarle el aura al ama de casa, la vedette, la niñera, la presentadora y la cantante. Desconfiar de toda criatura sobre la Tierra. Sólo una vez, allá lejos y hace tiempo, fue la pechocha de Son de diez y declamó convencida su texto de adolescente sexy, de prelolita. Hoy lo recuerda como “la etapa más mediocre de la vida”. Sus criaturas, después, siempre fueron paródicas, desdobladas, desconfiadas de sí mismas, puestas en crisis. Su presentadora de El show de la tarde, caso extremo, hizo de la nada su valor. No presentó notas, ni invitados, ni personajes, ni móviles de exteriores: lo suyo fue “estar” perdida en un jadeo interminable junto a Marley, acercando la tarde de Telefé al espíritu perdido de una borrachera, como tambaleantes, tirándose palos, hilando la conversación en torno a la asociación libre, inconexos y autorreferenciales. Esa fue la Florencia conductora: una que nunca se paró erguida, que prefirió el gateo y tartamudeó o se tentó en las antípodas de una locutora.
La de Disputas (Telefé, 2003) siguió en ese camino: si sus compañeras cool (Belén Blanco, Julieta Ortega, Dolores Fonzi) fueron silenciosas y cautas, erguidas y susurrantes, con todos los tics de “la intrigante”, Florencia se corrió otra vez a la barullera, no paró de hablar, improvisó como en Poné a Francella, menos sexy que simpática, pero más porno (post coito símil real con Damián de Santo) que todas las otras. Ni hablar de su rol en La Niñera: la sitcom calzó perfecto en esa ambición suya por desacralizar, se metió en la mansión de Barrio Parque para sacarle el cuero a la farándula (con mucha cita al espectáculo) y se encontró con una esencia: quejosa por gorda, por soltera, desestimada por la voz gangosa, por el corte de pelo, acusada de mal gusto para vestirse. Florencia se expande cuando se ridiculiza, con enorme talento para enchastrarse y salir indemne, hábil al comprender que sólo la que se ensucia entre tanto plástico, se destaca. Otra vez irá por el mito del ama de casa en Casados con hijos, para pintar el hogar, dulce, hogar como un cúmulo de peleas conyugales. Ese matrimonio no se perdonará nada: ella lo acusa de inútil, él de “vaca”. Los chicos molestan, y ella les pega unas bofetadas.
Violencia marital, desprecio a los hijos, vidas acabadas a la hora de la cena, coronados por la risita maníaca de Florencia, que se disfraza, pero nunca se hace inocua. Demuele el mito de la afinación perfecta cantando los tangos semi gritados de El romance del Romeo y la Julieta, y le sacará el trono a la vedette cuando la ridiculice en el show de revista porteña (una historia del género) que producirá Adrián Suar en 2005, y en el que estarán también Dady Brieva y Miguel Angel Rodríguez. Ella no se toma en serio, descreída de cualquier autoridad, consciente de que si la respetan más es porque “da guita”, afín a la caricatura y al estereotipo, a la improvisación antes que al ensayo, al chiste y la broma pesada antes que al monólogo interior. Sus chicas son marcadamente ineptas, pecadoras (con especial énfasis sobre la gula), malas madres, despectivas, prejuiciosas. El defecto, siempre, la inspira: le parece bello. El poder de desmitificar no es menor allí donde se termina el sueño de la perfección. “El éxito –dice– no tiene por qué ser sólo de los ricos y los bellos.”

Nota madre

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