Mientras Argentina ardía en las pantallas de CNN que transmitían los sucesos del último diciembre, Marcelo Piñeyro intentaba lograr la financiación internacional necesaria para su película. Estaba planeado comenzar el rodaje en enero, y la situación social no lo ayudaba. Los productores europeos le decían que por ser una película intimista podría filmarla en España o Francia, simulando un campo bonaerense. “Ellos creían que estaban enviando dinero a Afganistán –recuerda Piñeyro–. Yo les decía ‘¡No miren CNN, vengan!’. Me negaba a ir yo, porque una película que cuenta un estado de resistencia, no se puede hacer en estado de fuga, yo no encontraría cómo creérmelo. Aunque era factible, hay una zona inmaterial e intangible pero esencial, para contarla, que la hacía intransferible para mí. Así que los convencí para que vieran in situ que esto no era Kabul, aunque en algunos puntos lo pareciera.” Hoy la producción cuenta con apoyo de España, Francia e Italia, además de la parte argentina. “Costaba dos millones de pesos, antes –aclara–, hoy cuesta menos, y está pesificada”, concluye .