Ricardo Darín llega a la filmación de Kamchatka con la certeza de que el cine ya es para él un territorio amable. Algo internacionalmente probado por el éxito de sus dos películas anteriores: Nueve reinas y El hijo de la novia. “Las dos son un suceso en España”, cuenta en su camarín mientras se viste para el rodaje. Lejos del galán que destila gestos de divismo, Darín habla mientras se pone pantalones de corderoy, acordes a la época de la filmación, sobre el jean con que llegó al set, cerca de las siete de la tarde. “Tuve suerte -advierte mientras se pone medias de lana sobre las que traía puestas– porque Nueve reinas llegó a España como una película más, y creció por el boca a boca, y en un lapso muy corto, los españoles pudieron ver dos trabajos míos totalmente distintos. Ahora todo está concentrado en esto -apunta luego de cortar una llamada telefónica en la que evidentemente le pedían conversar sobre su participación en un nuevo proyecto– porque es un libro sutil, de muy buen gusto, y te mantiene atento del principio al fin.” Paso a paso es hoy su consigna, explica. Y se regodea con la idea de que le lluevan guiones cada mes. “Ya llegará el momento en que el teléfono pare de sonar, algún día me equivocaré y no podré elegir bien, está en mis planes, lo tengo asumido”, confiesa.