› Por Gustavo Cimadevilla *
¿Ruraliza... de qué?” Preguntó la periodista desorientada. “Ruralización de la ciudad”, respondí sin sortilegios. “¿En pleno siglo XXI, el del campo de las 4x4 con common rail, celulares, satélites de monitoreo y capacidad de piquete nacional? ¿La ciudad se ruraliza? ¡Imposible!”, contestó la dama. “En todo caso dirá que el campo se urbaniza”, replicó y no hubo retorno. Es que esta Argentina “condenada al éxito” no soporta que se revire su progresismo. Y mucho menos si algunos conceptos que antaño eran de asociación obligada se actualizan: ciudad-modernidad, campo-tradición, urbanidad-civilización, ruralidad-barbarie. La ciudad que habitamos, sin embargo, ofrece otras caras. Verlas supone considerar otros principios y postales. Haré el intento. Un primer principio y algunas imágenes mediáticas colaboran. Que compartimos un mundo de intercambios materiales y simbólicos, dinámicos y continuos, no hay duda. Que en ese orden los bienes, valores, dispositivos y dinámicas asociadas con la lógica urbana penetran en el campo de la mano de la tecnología, los mercados, las inversiones e infraestructuras, tampoco. Pero ¿por qué considerar a esa relación de una sola vía? En este país donde parte sustancial de la economía se sostiene en la producción primaria y el Estado argumenta la necesidad de regularla no hay noticiero que gane el aire sin un segmento dedicado a las retenciones de commodities, pronósticos de cosechas o transmisiones de “piquetes camperos”. En la calle, mientras tanto, las noticias se vuelven materialidades. El mismo “campo” del que habla la tele ayuda a explicar los niveles de inversión en construcciones superando las planificaciones urbanas; las sonrisas de los comerciantes y proveedores cartelizados en “adhiero al paro del campo” y el registro record de “O Km”. Claro que el campo real soporta otras segmentaciones. No es uno, ni una es la condición de los que lo habitan, rentan, producen o apenas subsisten. ¿Puede entonces la ciudad quedar indemne a los saberes, las prácticas, idiosincrasias y cosmovisiones de esa heterogeneidad de actores metidos en la bolsa de “ruralistas”, “campesinos”, “chacareros” u “hombres de campo”, según el vocabulario de quien relata? Si es en los intercambios que comprendemos el mundo actual, éste no sigue una sola flecha. Todo sistema abierto a intercambios entre diferentes incluye la hibridación e interpenetración. No somos, entonces, tan sólo urbanos o rurales.
Pero las noticias de esa ruralidad de las secciones de economía y política tienen otros referentes que los medios también han tratado en coyunturas anteriores. A menudo no se asocian a problemáticas de excedentes –dígase “abundancia”, según el léxico oficial–, sino más bien a su opuesto. Esas noticias hablan de otros actores, instrumentos y prácticas. Esas noticias, por ejemplo, se ocupan del cirujeo y las actividades de “refugio” (changas diversas) con protagonistas que, aunque urbanos por residencia, utilizan carros tirados por caballos para trabajar y trasladarse. Incluso en la gran megalópolis. En ese plano nuestros estudios revelan que esa otra forma de ruralidad aparece relatada por un discurso más estigmatizante. Esos actores son pobres, necesitan ayuda, son marginados, trabajan en malas condiciones, sufren la indiferencia de vecinos y autoridades que no hacen lo suficiente para integrarlos. Si varía el enfoque, son imprudentes frente al tránsito, al medio ambiente o a la salud de sus semejantes. Son, en síntesis, los que sufren o generan problemas.
En ambos casos, sin embargo, los nexos con la historia que explica los vaivenes de unos y de otros, sus raíces y señales de existencia, sus movimientos y condiciones, se obvian. Siempre estuvieron, pero sólo las crisis les posibilitaron mostrarse. Ambos expresan una nueva condición: la rurbana. La que resulta de una realidad sobre la cual los parámetros clásicos de la dicotomía urbano-rural se queda corta en explicar. Ciudad y campo ya no son lo que eran. Bienvenida la rurbanidad. Esa que requiere la comprensión de que los escenarios, actores y condiciones no son los del siglo XIX ni tampoco los del XX. Comprenderlo puede alumbrar nuevas políticas, esas que necesitamos y que al parecer nadie aspira a promover.
* Doctor en Comunicación, especialista en problemáticas de desarrollo. Docente investigador de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
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