LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Washington Uranga suma su mirada sobre las naturalizaciones que impiden ver.
› Por Washington Uranga
El sistema masivo de comunicación está plagado de naturalizaciones, de cuestiones que se dan como obvias y que, en realidad, imposibilitan ver la complejidad del escenario. Impiden también conformar una masa crítica que profundice en el debate de asuntos fundamentales para la vida social. Se trata de aquellos argumentos –en este caso referidos a la comunicación y a los medios– instalados como supuestas verdades y que, por esa misma razón, resultan poco menos que indiscutibles. Sin la pretensión de agotar la lista, he aquí algunas de ellos con el único interés de ayudar a situar una agenda crítica sobre la comunicación.
- Lo vi en la tele. Construido como categoría última de verdad. Podría ser también: lo escuché en la radio o lo leí en el diario. Lo que importa es el efecto de verosimilitud que generan los medios de comunicación, como validación de lo real. Hasta el punto de que alguien que participó de un determinado suceso como protagonista o testigo puede llegar a dudar de su propia versión cuando se contradice con aquella que se transmite a través de los medios. A todo lo anterior podría agregarse que “nada es real hasta que no aparece por la televisión”. Hay una mediatización de la vida social y éste es un triunfo de la cultura tecnológica, que se refuerza en su fase digital.
- Internet contribuye a la democratización. Tan cierto como parcial y equívoco. Porque desconoce la existencia de enormes inequidades que siguen existiendo en el acceso a la red de redes. No sólo por cuestiones de conectividad, sino porque la cultura digital es, a la vez, un sistema de inclusión y exclusión, que “alfabetiza” a algunos y deja a otros por fuera, porque no acceden al lenguaje propio del sistema, o por otras razones, entre las que se cuenta el hecho ser ciudadanos que no califican como consumidores potenciales.
- La objetividad periodística. Un mito que no guarda ninguna conexión con la realidad. En principio porque tal objetividad no existe en la práctica del conocimiento. Es imposible el extrañamiento que pretende la objetividad como lugar equidistante, aséptico y no comprometido. Cada uno conoce desde un lugar de interpretación que está necesariamente cruzado por las marcas de su propio proceso de constitución como actor social, pero también por sus posiciones políticas, ideológicas, por sus intereses y emociones. Distinto es defender la veracidad en el ejercicio de la profesión periodística, a partir de una ética que busca garantizar el derecho de las audiencias a tener todos los elementos para arribar a sus propias conclusiones.
- El periodismo independiente. ¿Independiente de qué y de quién? ¿De compromisos? ¿De su propia mirada? Es una pretensión similar a la anterior. Todos los periodistas y los profesionales de la comunicación trabajan (trabajamos) en contextos establecidos por la economía de las empresas, por las presiones, por las condiciones en las que se ejerce la tarea, por la realidad de asalariados (y, hoy por hoy... trabajando al mismo tiempo para distintos medios de un mismo patrón y por un mismo sueldo). ¿Quienes se dicen a sí mismo independientes no tienen ninguna limitación de este tipo? Y así sean sus propios empresarios: ¿nunca se sintieron coartados por los intereses de sus anunciantes? Quizá lo más grave en este campo es la afirmación de aquellos que sostienen que “en la empresa para la que trabajo nadie me dice lo que tengo que decir”. Aunque formalmente cierto, es una exteriorización más de la mimetización con los intereses editoriales o de los anunciantes, de facilismo dócil o de autocensura, antes que de independencia o autonomía.
- No todos pueden acceder a los medios. ¿Por qué? Es una afirmación equivalente a aquella que, cual destino manifiesto, asegura que “siempre hubo pobres”, para justificar que los siga habiendo y que se haga poco o nada para modificar esa situación. Es casi igual a establecer una suerte de calificación para aquellos ciudadanos que pueden y aquellos que no pueden (o no deberían) acceder al derecho a la comunicación. Seguramente ésa es la mirada de quienes se alarman ante la sola posibilidad de que los sindicatos o los movimientos sociales queden habilitados para acceder a la propiedad y el uso de medios de comunicación masiva.
Estos señalamientos muestran apenas una parte de una realidad compleja y con otros aspectos a considerar. Nada de lo escrito agota tampoco la agenda de los temas que, sembrados como obviedades, adornan el jardín de nuestra vida cotidiana, instalándose como supuestas verdades que en lugar de ayudar a desentrañar suman opacidad, quitan transparencia e impiden comprender. Sin desconocer tampoco actitudes, prácticas y experiencias de profesionales, empresas y grupos que, aun en medio de dificultades, hacen hasta lo imposible para construir todos los días una comunicación más democrática. Eso sí: normalmente sin la pretensión de ser objetivos.
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