LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Los debates y aun las críticas sobre las caricaturas presentadas en la “Casa de Gran Cuñado” dejan por fuera “detalles” como los estereotipos de género, con lo que ello implica de discriminación. Gabriela Cicalese advierte sobre algunas cuestiones que se soslayan. El tema abre también la posibilidad de preguntarse si puede existir algún tipo de evaluación sobre los medios más allá de los ratings. Es un interrogante que se formula Washington Uranga.
› Por Gabriela R. Cicalese *
Existen múltiples y diversas interpretaciones sobre las caricaturas de candidatos y funcionarios propuestas por la “Casa de Gran Cuñado” (Ideas del Sur/Canal 13). En unas y otras se extienden lúcidas construcciones sobre intencionalidades, descargos y pretensiones de legitimidad en este nuevo y ficcional espacio público, donde el minuto a minuto del rating se traduce, según el caso, en intención de voto o rechazo.
Pero hay una dimensión sobre la que no parece importante abrir el debate, de tan naturalizada: aquella que se sostiene en los estereotipos de género. Que las figuras de Elisa Carrió y la propia Presidenta de la Nación estén representadas por actores varones es parte de las marcas tradicionales e identitarias del café concert y las imitaciones. Pero se trata, significativamente, de las dos figuras más políticas de entre las pocas mujeres visibilizadas en la Casa.
Que la caricatura de una ministra no se sostenga en su personalidad, sino que incluso su condición de “hermana de” se muestre a través del relato de una hipotética amenaza que hiciera su hermano al jurado de un supuesto certamen de belleza para que resulte ganadora, implica, detrás de una crítica a un modo especial de hacer política, un discurso de discriminación de género sobre el que no se repara.
A la misma figura a la que se ridiculiza por autoritaria, la de la presidenta Cristina Kirchner, se la presenta también como una bailarina o una showwoman con música de Madonna y estética de Susana Giménez. No se hace más que reforzar que en toda mujer (no importa su profesión ni su lugar de poder) debe existir una vocación de vedette que trascienda cualquier otra dimensión de su humanidad. Así lo demostraron, a su turno y en los extremos ideológicos y sociales, María Julia Alsogaray y Nina Peloso, exhibiendo su sensualidad en las tapas de revistas de espectáculos. Como si esos ejemplos fueran suficientes para generalizar a todas las mujeres que participan del espacio público. Y me veo obligada a decir “mujeres que participan de” en lugar de “mujeres públicas” porque son palabras cargadas de discriminación, relacionando lo “público” de las mujeres con la prostitución, mientras que un “hombre público” es simplemente un participante del espacio político, que a veces incluso lideran/mos las mujeres. En el lenguaje, desde el que se pretende como genérico un masculino, como en las denominaciones presidente, concejal, juez... se imprime un “deber ser” de cada rol, “naturalmente masculino” y cuando es ejercido por una mujer se vuelve excepcional o “indistinto”. Así comenta y refuerza su lugar machista el conductor de la “Casa de Gran Cuñado”, cuando anticipa que es “indistinto” decir presidente o presidenta, y luego elige la primera opción.
Cuando se critica el guión políticamente y un ministro opina, su opinión es, por supuesto, tema de debate respecto de la libertad de expresión. Sin embargo, cuando un periodista de Intrusos (América) comenta que “alguien de afuera” criticó una escena en la que “se le veían los pelitos de las piernas” al actor varón personificando a una mujer, invitando a “cuidar detalles”, esto sólo despierta risas y el panel acusa de exageración o ridiculez a quien habría esbozado el comentario. Cuando el coreógrafo que acompaña al imitador de Cristina Kirchner aclara que había sido menos costoso sostener a este varón imitador (Martín Bossi) que a muchas vedettes más “gordas”, nadie se siente ofendido/a ni agraviado/a. A nadie se le ocurre un debate sobre discriminación.
Queda naturalizado también que en la imitación y la caricatura, Nacha Guevara se sienta atraída por el conductor del programa, ya que una “mujer grande” y a la vez atractiva sólo puede estar atravesada por el mandato de género del que “somos porque otros (varones) nos miran”. Así también, frente a la visita del (real) ex presidente Carlos Menem a la Casa, por ejemplo, resulta risueño que la caricatura de la ministra Alicia Kirchner intente seducirlo, en rol de “mujer desesperada” por una mirada masculina, sin importar, en ninguno de los dos casos, sus posturas políticas. También la caricatura de la Presidenta repara en el perfume del conductor y se siente atraída por las marcas de ropa que (supuestamente) tiene un varón del público. O se desborda de angustia por la imagen de sí misma junto a su marido, cuando son ambos los nominados. Y este personaje se mantiene frío y le aconseja no autoperjudicarse con la angustia.
Que las primeras nominadas hayan sido dos mujeres es un detalle que parece imperceptible. Como ocurre en otros programas de eliminación, como las temporadas de Operación Triunfo (Telefé). Un detalle, claro, en medio del debate centrado entre oficialismo y oposición/es.
Parece que los detalles no se debaten: la política en manos de varones, la edad (o pretensión de ocultar la edad), la angustia y la fealdad (o el cuidado físico) como ejes marcados exclusivamente en los personajes de mujeres, la atracción hacia las marcas o los perfumes como “instintivamente” ligada a la femineidad, mandato obligatorio de divismo, obediencia matrimonial o desesperación por tener pareja... son detalles, y como tales, imperceptibles. Claro está que lo imperceptible es, muchas veces, como el telón de fondo o la escenografía, como el propio aire que se respira sin cuestionamientos ni críticas. Ni aun por quienes critican otros tantos y múltiples aspectos de la misma puesta en escena que incluye esos “detalles”.
* Doctora en Comunicación. Directora del Centro de Comunicación La Crujía (Buenos Aires).
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