Daiana Bruzzone a partir del tratamiento informativo de la muerte del joven Rubén Carballo en un recital de rock.
› Por Daiana Bruzzone *
Hace unos días, mientras era entrevistado el padre de Rubén Carballo agradecía a los medios por brindarle un espacio para señalar a los que cree que son responsables de la muerte de su hijo. Y este lugar de “cuarto poder” en que se autoenuncia y es al mismo tiempo enunciado el periodismo merece, por lo menos, algunas reflexiones vinculadas con su capacidad de inmiscuirse en la creación del acontecer social y darle alguna forma narrativa.
Como un sueño recurrente o una escena que se repite, la muerte de Rubén torna viva la memoria del caso Walter Bulacio, otro joven de 17 años que en 1991 fue detenido y asesinado por la policía durante un recital de Los Redonditos de Ricota. Rubén fue a ver uno de los esperados recitales del llamado rock chabón: el regreso de Viejas Locas. No pudo entrar. Tras los disturbios ocurridos por la represión policial fue hallado a metros del estadio de Vélez Sarsfield en estado de coma y con evidencias de una fuerte golpiza. Otra vez, la Federal en la mira.
Fénix, la productora que organizó el show, dice que “hubo un grupo de violentos que generó esto”. En una carta abierta publicada en la revista Rolling Stone, Pity Alvarez (líder de la banda) expresa no saber quiénes son ni los inocentes ni los culpables, habla de “una justicia que no es de los hombres”. Dichos como éstos, y el consecuente silencio de los músicos –tal como Los Redondos en los noventa– termina por naturalizar las formas descartables y perversamente abusivas en que ciertos jóvenes resultan interpelados por el Estado y por el mercado.
El tratamiento de los medios de comunicación hacia ambos casos incluye testimonios de familiares y amigos que responsabilizan a la institución policial, y de funcionarios gubernamentales y voceros de las fuerzas de seguridad excusándose, o lo que resulta más peligroso aún: culpabilizando a los jóvenes de unas “revueltas” que justifican la violencia policial/estatal.
Durante la sentada pacífica frente a la productora, autoconvocada por los jóvenes que sufrieron las palizas de la represión policial, una de las chicas recitaba a los micrófonos presentes: “Queremos que nos expliquen por qué motivo empezaron a pegarnos, pero esta vez queremos la verdad, no queremos que digan que fue culpa nuestra. (...) Señor ministro de Seguridad: su policía fue la que nos puso en una situación de inseguridad. Le informamos al gobierno de la ciudad que esto también formó parte de la noche porteña, que dice controlar para divertirnos seguros. (...) Estamos cansados de escuchar: ‘se nos fue la mano’. Estamos cansados de la represión policial”.
Sin embargo, haciéndose eco de un orden social que permanentemente controla y excluye, los medios se valen de diversos modos discursivos de la gestión del miedo, como la estigmatización juvenil en función de los estilos de vida, para congraciarse con los históricos poderes hegemónicos que criminalizan, desechan, matan o encierran todo aquello que no se adecua a sus normas.
En un contexto en el que se instala una ley de nocturnidad, y los debates acerca de la baja de la edad de imputabilidad juvenil y de un código de contravenciones provincial (que tienden a legalizar el accionar represivo policial) son fuertemente promovidos por los mass media, vemos que el relato mediático de los hechos que se cobraron la vida de este joven se presenta de un modo fragmentado. Mientras de un lado aparece la pregunta: “¿qué fue lo que pasó con Rubén?”, del otro lado, la información emerge de forma simplificada, es decir, sin ser puesta en relación con estos sucesos coyunturales.
Claro que no les cabe a los medios la facultad de “hacer justicia”, pero sí les cabe la responsabilidad de informar, y la responsabilidad sobre las “realidades/verdades” que crean en torno de la constitución del estatuto de lo juvenil. Bulacio (Redonditos) - Cromañón (Callejeros) - Carballo (Viejas Locas) se constituyen como síntesis de un estado precario y de la insolvencia adulta que, para contener a los jóvenes, valida unas formas violentas de regulación social, a las que el periodismo no es ajeno cuando sin cuestionamientos traspola las responsabilidades institucionales sobre las supuestas culpabilidades de los jóvenes.
Y es en este punto que los medios se convierten en algo más que cómplices de las lógicas represivas al legitimarlas construyendo argumentos para administrar el miedo, fundamentalmente a partir de la representación de ciertos jóvenes desde los discursos de la peligrosidad. Resta advertir que, en la naturalización y justificación de unas violencias institucionales se invisibilizan los relatos de la vulnerabilidad (y de los responsables de esa vulnerabilidad, que no son precisamente los jóvenes), justamente, aquellos que tienen la virtud de volver visibles las incapacidades estatales de garantizar a la juventud sus derechos sociales y humanos.
* Becaria Cic - Doctorado en Comunicación. Miembro del Observatorio de Jóvenes, Comunicación y Medios, FPyCS/UNLP.
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